Hoy, Dios ha puesto en nuestro corazón el trasladar el conocimiento acerca del «sentimiento de gratitud» que debemos de evidenciar cada uno de nosotros. Todos como autoridades y como cuerpo espiritual, para aquellos de quienes recibimos la doctrina, la ministración, la exhortación y aun la reprensión, pues todo viene de parte de Dios. Y aunque mensajeros, dice la palabra: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Ti. 5:17).
Como principio en la misión, desde nuestros orígenes, en el afán de mantener la unidad doctrinal y espiritual hasta el día de hoy, tanto pastores, diáconos y colaboradores, de forma continua y desinteresada, cada ocho días con gran ánimo y sinceridad, visitamos las más de cincuenta iglesias locales, cercanas y lejanas, así como en el extranjero. Cada quien, con recursos propios. Muchas veces con escasez, dejando sus hogares y sus trabajos.
Anhelando hacer la obra de Dios. Sirviendo sin quejas. A veces enfermos, con aflicciones y compromisos, pero con mucho ánimo, valor y sacrificio. Esperando ver los frutos que quizás no se vean pronto. Leamos: “Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (1 Co. 3:6). Viajando y visitando con fe y esperanza. No de una remuneración material o algún reconocimiento o recompensa humana, sino atendiendo a un llamado real y consciente, de parte de Dios.
¡Gracias a todos los que aman y sirven! Dios nos ha de recompensar algún día, de acuerdo a su amor eterno. Todo esto no es precisamente un cumplido ni pedir una honra humana, sino que dice la Escritura: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (Ro. 13:7).
Esta enseñanza es un aspecto que creemos de bendición para todos, como un cuerpo espiritual. Y como principio de amor fraternal, debe ser reforzado dentro del pueblo del Señor, quien debería actuar por gratitud y sin servilismos. Además, dispuesto a recibir el mensaje de aquellos que no son absolutos, sino son enviados en un verdadero apostolado. No como soldados a sus propias expensas, sino en ellos va implícita una verdadera y clara misión. Leamos: “Permanezca el amor fraternal. No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (He. 13:1-2).
Recordando que nuestra batalla es espiritual y que el enemigo siempre va a la vanguardia en cuanto a las estrategias de guerra en contra del pueblo de Dios. Leamos: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades…” (Ef. 6:12). A continuación, cuatro subtemas importantes.
1). Razones y justificación de nuestras visitas continuas a filiales.
Toda obra o institución que tenga como objetivo mantener una calidad, un prestigio o una línea de excelencia, tiene que funcionar bajo los más estrictos principios de celo a las normativas y principios preestablecidos. Y en el caso mayormente de lo espiritual, en donde hay alguien también espiritual que quiere destruirnos, es necesaria la comunicación directa para la observancia plena de todo lo apegado a las Sagradas Escrituras.
No caprichos como los hijos de Aaron, Nadab y Abiú, quienes cambiaron la adoración definida por Dios y crearon su propio incienso (ver Levítico 10:1-11). El buen discernimiento habrá de mantener los principios de fidelidad a Dios, leamos: “Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar…” (1 P. 5:8).
2). Qué espíritu debe llevar el enviado a las visitas.
Recordemos que: “…todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gá. 6:7). Dentro de toda obra o desenvolvimiento humano y principalmente en lo espiritual, nuestra actitud mansa y humilde prevalecerá ante cualquier circunstancia. Leamos: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt. 11:29). De manera que nuestra actitud y espíritu, también actuarán en una reciprocidad de amor, buena comunión y comunicación, lo cual será en beneficio de todos.
3). Qué diferencia hay entre gratitud, servicio y servilismo.
Toda obra en lo espiritual, debe llevar un concepto pleno de sinceridad. No por complacencia con intereses creados. Y tampoco por buscar astutamente un lugar ni admiración personal. Consideremos hacer todo para la gloria de Dios. Leamos: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia…” (Col. 3:23-24).
4). Importancia de mantener un espíritu de sujeción y de un discípulo.
Creo que todos en el transcurrir del tiempo y de las experiencias vividas hemos logrado entender muchas cosas; unos más y otros menos. De manera que nunca lo sabremos todo. Y muchas veces, Dios nos permite aprender hasta de alguien más joven. Tal vez cómo Eliú, quien sin haber tenido toda la gloria del “gran Job”, le enseñó un mejor camino.
Sabemos también de un Apolos, aprendiendo de un matrimonio joven y tal vez con menos letra, pero con un gran discernimiento espiritual. En tal virtud, qué importante es no menospreciar a algún enviado. Por tanto, nunca dejemos de aprender y ser guiados como verdaderos discípulos. Leamos: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Stg. 3:1). Además, dice: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Fil. 3:12).
Amados, esperamos que todos logremos esa bendita reciprocidad en amor. Y que cada uno llegue a ese perfeccionamiento que Dios planificó desde siempre, para que juntos alcancemos la meta del supremo llamamiento para la eternidad con Jesucristo. Así sea. Amén y Amén.