“Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13). Uno de los atributos Divinos que es poco entendido y comprendido por los hombres, es la OMNISCIENCIA de Dios. Este don exclusivo de Dios, el Padre, es la capacidad de tener un conocimiento completo e infinito de todas las cosas: pasadas, presentes y aun futuras. Así como también conocer los pensamientos e intenciones de cualquier ser humano y cualquier ente espiritual. En pocas palabras: Dios lo sabe todo, absolutamente todo.
Dios no necesita que nadie le explique ni le enseñe nada, él lo sabe todo. Es tan importante tener presente este atributo Divino en nuestra relación personal con Dios y en el desarrollo de nuestra vida diaria. Por naturaleza, el ser humano siempre trata de justificar sus acciones equivocadas o pecaminosas. Atribuyendo a otra persona la responsabilidad de sus acciones; ignorando que no hay cosa creada que se pueda esconder del conocimiento y la presencia Divina.
Cuando la palabra de Dios dice que estamos desnudos delante de él, significa que no hay nada oculto que Dios no conozca de cada ser humano; aun lo profundo de su corazón está abierto a los ojos de Dios. Y lo más tremendo es que por muy elocuente y convincente que sea su explicación, Dios conoce las intenciones que lo movieron a hacer lo que hizo. Y de eso tendremos que dar cuenta delante de su presencia y entonces se descubrirá la falsedad de sus argumentos.
Dice la palabra de Dios: “No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones” (1 S. 2:3). De qué sirve la elocuencia y la capacidad de oratoria que pueda tener un determinado personaje, si todo lo que diga no coincide con su estilo de vida, aunque lo que predica esté ajustado a una excelente exégesis. Quizás sólo sea la exposición de su propia arrogancia y no la humildad y la sencillez de Jesucristo. Es sólo la exhibición de su figura ministerial o pública, pero no la presentación de la imagen dócil y mansa de Jesús.
Recordemos que el Dios de todo saber es Jehová, y él es quien pesará, medirá y evaluará, las acciones de toda persona. Sin importar quién sea: quizás un rey, un presidente, un alto funcionario gubernamental, un juez, un pastor, un líder espiritual, etc. Todos, absolutamente todos, estamos bajo el escrutinio Divino, sin excepción de nadie.
Pero definitivamente, debemos de ser conscientes que el nivel de responsabilidad espiritual que pesa en todos aquellos que llevamos sobre nuestros hombros la administración de las cosas que pertenecen al reino de Dios y sobre todos aquellos que nos llamamos hijos de Dios, es mayor que la de cualquier otra persona de oficio público. Tú y yo, mi amado hermano que lees estas líneas y que te identificas como seguidor de Cristo, debemos ser conscientes de esta realidad: “Él (Dios) revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Dn. 2:22).
No nos conviene hacer cosas en oculto y fingir una fidelidad pública, contra una infidelidad en lo privado. Las consecuencias son terribles. No podemos burlarnos de Dios, pues él conoce lo que está en tinieblas. En él hay un discernimiento profundo y perfecto. Dios lo sabe todo.
Por eso dice La Biblia: “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas (nada oculto o escondido) en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas (cosas ocultas), mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:5-7).
Mi amado hermano, sé que somos débiles y frágiles contra el mal, pero esto no justifica que lo practiquemos en oculto. Esto, en lugar de resolver el problema lo complica muchísimo más. Y no busques culpables fuera de ti. Tú y sólo tú eres el responsable de tus acciones. Lo más sabio es venir a la luz. Leamos: “Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Jn. 3:20-21).
La transparencia y la integridad son características básicas de los santos, los que aspiramos a una vida eterna en y con Cristo Jesús. Por lo tanto, yo te ánimo en el nombre de nuestro buen Salvador Jesucristo, para que limpies tus vestiduras, si tú consideras que están manchadas. Dios tiene el poder, mediante Jesús, de limpiar tus vestiduras y dejarlas limpias como el lino fino, blanco y resplandeciente.
Huye de la tentación de llevar una vida cristiana disfrazada. Es mejor pasar un momento difícil y con vergüenza, reconociendo que hemos pecado. Y no tener que llegar al final de la vida y enfrentarnos al Dios que todo lo sabe y juzga, y pasar una vida eterna de vergüenza y condenación.
Vamos hermano, escapa por tu vida. La puerta sigue abierta, pero llegará el día en que Dios mismo la cerrará. Y entonces será demasiado tarde. Así que: “si oyereis hoy su voz, no endurezcas tu corazón”. Que Dios te bendiga, y te guarde, y haga resplandecer su rostro sobre ti. Amén y Amén.