Perdidos En El Tiempo

22 julio, 2025

Amados hermanos y lectores, dentro del gran universo de eventos y circunstancias que nos rodean, los cuales son parte de nuestra vida e historia, hay algo que en realidad es un «gran misterio». Y los científicos, religiosos y hasta artistas y escritores, han tratado de explicar sin mayores conclusiones convincentes. Y es, precisamente: «El TIEMPO». Sí, todos lo vivimos, lo sentimos y hasta lo sufrimos. Pero, qué significa esto para la realidad dentro de una eternidad, de la cual todo concepto del tiempo y del espacio, son inconsistentes.

Entonces: ¿El porqué del tiempo? ¿Qué es? ¿Por qué y para qué existe? Va y viene; y hasta allí. Entonces: ¿Qué es lo que en realidad pasa en lo inconsistente de su naturaleza? Vayamos desde lo mayor que es lo eterno, exclusivo y cuyo fundamento universal es el Eterno, el Creador de todo lo existente.

En la Biblia hebrea, es: «Elohim» o Dios, que es la base existencial del universo, de lo animado o inanimado. Nombrado para Israel como: «YHWH» o «Yahvé» con sus siete nombres o funciones circunstanciales, según se considera en la tradición judía. Pero siempre el mismo «Dios Eterno y único». Y esto es, que no tiene principio ni fin. Leamos: “Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el primero y el último” (Ap. 22:13).

Esta es la naturaleza divina. Entonces, no cabe en Dios el tiempo ni el espacio conocido por nosotros. Confirmándose esto en su palabra, leamos: “Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día” (2 P. 3:8). Esto, afirmando su perspectiva personal y divina, respecto al tiempo y al espacio. Sin embargo, en este pasaje se evidencia que el tiempo para nosotros sí existe. Pero Dios no está limitado a lo que nosotros vivimos. Además, esto no es un cálculo matemático o astronómico, mediante la lógica humana ni un misticismo religioso. Es una verdad y realidad absolutamente evidenciable.

Si analizamos el plan original de Dios, él nos hizo a su imagen y semejanza. Y así nos creó (véase Génesis 1:26-27). Además de esto, puso en nosotros y en nuestro corazón, eternidad (véase Eclesiastés 3:11). Todo lo hizo hermoso en su tiempo y si vemos en toda la naturaleza que, evidentemente existen verdaderos ciclos de regeneración y evolución, entonces el tiempo no hubiera afectado lo creado ni el hombre hubiera envejecido. Hasta la muerte no hubiera tomado su ocasión.

Leamos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). Sin embargo, llama la atención cómo se establecieron leyes con el día y la noche (véase Génesis 1:4-5). Y esto para toda la creación, incluyendo la humanidad. Aun límites de tiempo, espacio y mortalidad. Límites en el huerto, luego los diez mandamientos. Sin embargo, por la proliferación del pecado (véase Génesis 6:3), Dios reduce la vida del hombre en el tiempo, a ciento veinte años.

El pecado sigue abundando a pesar de los juicios y David, en el Libro de los Salmos, expresa: “Los días de nuestra edad son setenta años; Y si en los más robustos son ochenta años…” (Sal. 90:10). Dios ha puesto límites para nuestro bien y nos ayuda a mantener lo bueno y a desechar lo malo. Entonces, Dios en el afán de formar almas que eternamente habrán de constituirse en sus hijos, usa el tiempo necesario para este perfeccionamiento integral, el cual es dado mediante las pruebas, luchas, etc., moldeando pacientemente a cada uno.

Cuánto tiempo transcurra, no importa. Porque es realmente el objetivo final el que califica el Padre. Leamos: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó (…) Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:29-30). Además, dicen las Escrituras: “…estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo…” (Fil. 1:6).

Ante esta magnífica planificación divina, hasta los días en sí mismos han sido acortados a causa de sus escogidos. Los días, las semanas y los meses, corren vertiginosamente en el tiempo de este cosmos. Pero lo más importante para nosotros, los redimidos, es que ya no vivimos ni viviremos para el tiempo ni el espacio existentes.

Es más, leamos: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche (…) Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios…! (…) Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia” (2 P. 3:10-13).

Al ver estos misterios ocultos y revelados a nosotros, no tenemos más que entrar en un verdadero reposo, en cualquier escenario de la vida. Y rechazar los afanes, las avaricias, la molicie, en fin, toda especie de pecado. Utilizando bien el tiempo para ser aceptos en una eternidad sin limitaciones de tiempo ni espacio.

Todo esto pareciera utópico. Pero para nosotros, los que vivimos para Dios y su reino, sabemos que este no es nuestro tiempo ni nuestro espacio. Muramos al mundo y vivamos como que hoy fuera el último día de nuestra existencia dentro de este sistema. Así sea. Amén y Amén.