Dios, desde siempre, en su condición de creador y todopoderoso, para todo tendrá la mejor alternativa. En cuanto al fracaso del hombre a la eternidad, éste ignorantemente buscó soluciones y caminos escabrosos y de fracaso, partiendo desde “hojas de higuera”, hasta de huir de la presencia de su creador. De allí en adelante cada -torpe camino- representado por sacrificios, filosofías y religiones, serían la ruta humana para salvar su alma del infierno. Sin embargo, Dios en su infinito amor establece una única ruta, o “calzada” que es un camino con señales y pavimentado: “Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará” (Is.35:8). No hay otro acceso porque: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al padre, sino por mí” (Jn.14:6). Claramente nos declara la palabra que “Cristo” es la ruta, el camino, la calzada y en forma clara y precisa bajo el ejemplo de su vida, bajo la praxis de una característica de: “La Santidad” que nadie podría haber vivido nunca jamás; algo imposible para cualquier ser humano.
Ahora, veamos entonces qué fue lo que pasó: y es que la idea de crear al hombre no viene del hombre mismo, sino que Dios mediante un plan perfecto decide hacerse un ser inteligente, libre, capaz de elegir por sí mismo amar a su creador o amarse a sí mismo: “Reconoced que Jehová es Dios; él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos…” (Sal.100:3). Desde ese momento Dios le pone dos caminos ante sus ojos, representado por dos árboles y le explica y advierte acerca de los beneficios y peligros que conlleva cada decisión; y éste bajo la influencia del peor de los consejeros, elige amarse y servirse a sí mismo, ser su propio dios, cayendo en el abismo profundo del pecado, siendo éste “el pecado”, la más grande manifestación egolátrica, ya que a través de la búsqueda y práctica de éste, el hombre roba, mata, engaña, maldice, ofende, destruye todo su entorno, incluyendo a los seres que dice amar. El pecado es un acto egoísta, ya que en la búsqueda de placer y más placer en un espíritu obsesivo se pierde cualquier valor sublime, llevando a aquel pecador por la ruta de su misma muerte, porque: “…la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna…” (Ro.6:23). Quizás en lo profundo del corazón del pecador siempre hay un recuerdo de la existencia de la verdad y decide hacerse caminos o rutas alternas y se crea religiones a granel, a cuales más exóticas y con adornos de vanidad, cada quien elige en los mercados del mundo de acuerdo a su mejor conveniencia, pero todo bajo la influencia de sus propios razonamientos, inducido por sus concupiscencias, las cuales son siempre dadas en la proyección de satisfacer una carne, la cual es una fiera insaciable ya que: “…nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Ec.1:8). El pecado está ligado íntimamente al mundo, el cual ofrece placer y más placer con sus disfraces, pero que siempre llevará a provocar enfermedades, matrimonios destruidos, hijos huérfanos, madres solteras, vicios y aberraciones sexuales, y a todo nivel sociedades pervertidas, etc. Pero esta es la ruta que el hombre eligió y lamentablemente todos pecamos: “…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios…” (Ro.3:23). Dios, en su infinito amor decide salvarnos y mediante el establecimiento y reubicación de una ruta vivencial, de él mismo, nos enseña qué es la “santidad”, que significa el apartamiento del mundo y sus ofertas, mediante la negación al egoísta placer del pecado. La santidad es y será el peor enemigo de la carne y de allí por qué corresponde a otra naturaleza: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna” (Ro.6:22). Cristo, mediante el ejemplo de santificación al extremo de su misma muerte, nos permite por la palabra la conciencia de pecado; por su sangre el perdón de nuestros pecados; y por su Espíritu, el poder para vencer el mundo y sus vanidades. El plan y el camino son perfectos, andemos sobre el camino que fue trazado y establecido por Dios, y seremos felices hoy y al final, si perseveramos en esta fe, la vida eterna. ¡Adelante hacia la victoria con Cristo! Amén y Amén.