Existen tantos ídolos como mentes alienadas y esclavas, de allí, lo difícil de determinar qué es o no un ídolo. Ídolo no es sólo una imagen representativa de un ser sobrenatural o falsa deidad, al cual se adora y se rinde culto. Sino también cualquier persona o cosa por la que se siente un amor excesivo, aun enfermizo; y que del griego “eidolon”, es la imagen, el reflejo -sin realidad- en pocas palabras, dícese de algo falso, inconsistente. ¿Y cuál es el problema de fondo? Pues ante la incapacidad del hombre de ver más allá de sus sentidos materiales, a causa de su falta de Espíritu y fe, retroalimentado a su vez por el materialismo existencialista: ¿Cómo poder ver a Dios? si Dios es Espíritu. Entonces, ante la incapacidad y bajo el sentimiento de soledad y desamparo, el hombre sumerge sus anclas no en rocas profundas, firmes ni estables, sino en las frágiles arenas de su superficial creatividad, la cual es inconsistente, viviendo la desgracia de una fantasía poética, la cual al final provocará la más grande frustración e insensatez. Dicen las Sagradas Escrituras al respecto: “Los formadores de imágenes (ídolos) de talla, todos ellos son vanidad, y lo más precioso de ellos para nada es útil; y ellos mismos son testigos para su confusión, de que los ídolos no ven ni entienden. ¿Quién formó un dios, o quién fundió una imagen que para nada es de provecho? He aquí que todos los suyos serán avergonzados, porque los artífices mismos son hombres…” (Is.44:9-11). Así, en este pasaje, del verso doce en adelante habla de un herrero que como humano desfallece; un carpintero que del mismo árbol que le sirvió para muchas cosas, del resto se hace un ídolo y se postra ante él, lo adora y le ruega diciendo: “Líbrame, porque mi dios eres tú”. “No saben ni entienden; porque cerrados están sus ojos para no ver, y su corazón para no entender. …no tiene sentido ni entendimiento para decir: Parte de esto quemé en el fuego, y sobre sus brazas cocí pan, asé carne, y la comí. ¿Haré del resto de él una abominación? ¿Me postraré delante de un tronco de árbol?” (v.17-19). Todo este discurso o razonamiento divino a través de Isaías, no es ni más ni menos que una verdad que parece irónica y burlesca, pero que encierra una revelación al espiritual, capaz de oír la voz del Dios altísimo. Y en nuestro contexto actual, de las más grandes representantes del cristianismo como el catolicismo, la comunión anglicana y algunas iglesias ortodoxas, teniendo frente a sus ojos estas mismas palabras, ya que usan aun la biblia misma, siguen enseñando a sus fieles a rendirse y postrarse ante ídolos e imágenes, por lo cual, acarrearán doble condenación. Así que no se necesita ser budista, o estar dentro del hinduismo o jainismo u otra del neo paganismo; así como el fetichismo, el animismo o el vudú, para estar engañado ante el espectro de cualquier imagen creada. “No tendrás dioses ajenos delante de mí. No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás…” (Ex.20:3-5).
Con todo lo anterior, podríamos pensar que todas las religiones que no tienen imágenes están en la verdad. Sin embargo, esto es algo más profundo y espiritual, porque realmente el ídolo se forma y se lleva primeramente en el corazón, y el ser idólatra buscará otras muletas, bastones u apoyos, los cuales ante las cuestiones afectivas, pueden ser personas, familia, amigos, amantes, proveedores, etc. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí…” (Mt. 10:37). Bien acordes a una o varias necesidades materiales, los ídolos pueden ser: profesiones, dinero, trabajo, casas, carros, joyas, placeres varios, gastronómicos, eróticos, artísticos, intelectuales, de la farándula, en fin, cualquier pecado disfrazado. “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1Jn. 5:21).
¡Señor bendito…! ¿Qué hemos de hacer para no caer en idolatría? Y dice el Señor en la profecía: “Acuérdate de estas cosas, oh Jacob, e Israel, porque mi siervo eres. Yo te formé, siervo mío eres tú; Israel, no me olvides. Yo deshice como una nube tus rebeliones, y como niebla tus pecados; vuélvete a mí, porque yo te redimí. Cantad loores, oh cielos, porque Jehová lo hizo (…) tu redentor, que te formó desde el vientre: Yo Jehová que lo hago todo, que extiendo solo los cielos, que extiendo la tierra por mí mismo…” (Is.44:21-24). Esto quiere decir que nuestra mente, alma y cuerpo, en plena conciencia, debe de estar clara que nada existente -pasado, presente ni futuro- merece ninguna gloria. Porque él, todo lo hizo por él y para él mismo. Somos de él y él es soberano, omnipresente, omnisciente, el Dios eterno, él es Jehová de los ejércitos: “Fuerte y celoso, que hago misericordia, a los que me aman y guardan mis mandamientos”. ¡A él sea la gloria, la honra y la alabanza por los siglos de los siglos, amén y amén!