Para el mundo hay un valor -que sin Dios buscamos con afán- y es la superioridad. Para conseguir este estatus somos atraídos por la riqueza material o intelectual que ofrece ciencia y conocimiento, como se le concedió a Adán y Eva, léase Génesis 2:9. A los llamados que no obedecen las escrituras se pierden; léase: “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor” (Ec. 1:18). Pablo dice a Timoteo: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia, la cual profesando algunos, se desviaron de la fe” (1Ti. 6:20-21). Como iglesia, Dios nos tiene con un espíritu diferente, la palabra dice: “…Jehová, tú eres nuestro Padre; nosotros barro, y tú el que nos formaste…” (Is. 64:8). En el Nuevo Testamento encontramos para judíos y gentiles “…oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para honra y otro para deshonra? (Ro.9:20-21). Si oímos el llamado de Dios, es para descansar de los afanes que hay en el mundo, la gloria, riqueza, y lo que pide la carne. Si estamos en los planes divinos, nos sucederá el milagro que experimentó Cornelio, quien temía a Dios, hacía oraciones y misericordias. El día que llegó Pedro a darle testimonio de la obra de Cristo, se manifestó el poder y la gracia para Cornelio y los que le acompañaron. Todos recibieron el Espíritu Santo. Léase Hechos capítulo 10. Cornelio, a pesar de su importancia, tuvo en su corazón sencillez, humildad y necesidad, que Dios conocía. Él conoce nuestros pensamientos y actitudes, por ello Dios le envió a un instrumento con la palabra verdadera.
Pedro fue obediente y guiado por el Espíritu para enseñarnos lo que todos los hijos de Dios debemos hacer mientras estamos en el mundo. En este caso somos útiles: útil es un adjetivo (del latín, Utileum) que produce provecho o beneficio para el reino de Dios.
Nuestro Rey y Señor, vino al mundo para enseñarnos que la humildad y la obediencia a su palabra, le agradan más que los sacrificios y holocaustos. Él nació en un pesebre, no tenía dónde reclinar su cabeza, vivió como extranjero y peregrino, pero con las buenas nuevas para darnos el perdón, la salvación y la vida eterna. A sus discípulos les mostró lo que es servir con amor. Después de lavarles los pies, dijo: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn. 13:13-14).
¿Cómo vivimos siendo el cuerpo de Cristo? ¿Somos vasos de barro haciendo con humildad lo que nos enseñó el Señor? ¿Qué ejemplo damos a la iglesia y qué ven los del mundo en nosotros?
Recordemos siempre que el Señor nos llamó del mundo así: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11: 28-29). Entendamos: Saulo era importante antes de su llamado. Educado por Gamaliel; le dieron cartas siendo joven para perseguir a los cristianos y confesó: “…circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil.3:5-8).
¡Gloria a Dios! Señor, ayúdanos a ser creyentes y obedientes, llevando el testimonio del nuevo nacimiento por gracia. Por ello deseamos que el mundo te conozca y que podamos decir: “…Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Co. 11:1).