“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mt.19:14).
Como todo ser humano, al iniciar nuestra carrera sobre este mundo, anhelamos instintivamente crecer y crecer: “cuando sea grande” y “cuando sea grande…” Esa expectativa nos lleva a ilusiones, fantasías, creando metas personales, las cuales están fundamentadas casi siempre en proyectos ajenos. Tomando como paladines a gente con principios torcidos y sin valores o quizás con algunos, pero inclinados únicamente a la sobrevivencia y el materialismo existencialista, y aun enajenados y perversos, los cuales aprovechan los estados de inocencia para obtener beneficio propio.
Observemos desde una perspectiva espiritual la conducta de un niño, el cual lleno de una inocencia nata, es incapaz de concebir ninguna “malicia”. Y qué es malicia, sino una actitud mental de la persona que ve detrás de las palabras y acciones de los demás siempre una mala intención. No confía en nadie, siempre está sospechando y dudando; oye detrás de las paredes y es incapaz de ser feliz. El niño cree y actúa antagónicamente con toda “pureza”, que viene de puro: sin contaminación alguna, en una condición de verdadera inocencia, candor, pulcritud y limpieza, el cual al recibir algún estímulo de dolor o agresión, simplemente reacciona acorde a las circunstancias, sin medir intensiones de maldad, ni elucubraciones premeditadas hacia su agresor. Si le aman, ama y si es rechazado no piensa mal. Sólo evade sin concebir odio ni resentimiento y luego en esa inocencia, emite expresiones con libertad y verdadera franqueza: “me gusta o no me gusta”; “quiero o no quiero”. Manteniendo una integridad espiritual, ya que aunque manifieste molestia, de inmediato cambia sin guardar nada en su corazón en la sencillez de un ser sin malicia o maldad. Pero, los años pasan y a través de la influencia de los malos espíritus que toman a los hombres y bajo el argumento de que el conocimiento de las cosas nos hace como Dios: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn.3:4-5). Iniciamos una carrera de aprendizaje, estudios, ciencia y saber -supuestamente- el origen de las cosas, así como los estudiosos aun de la conducta humana, inquiriendo en planos esotéricos, razonando al mismo Dios Altísimo. “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn.2:16-17). Adán comió y de allí todos comimos de ese conocimiento que en la medida que más se atesore, más desplaza las virtudes de niño como la pureza, sencillez, inocencia, franqueza e integridad, volviendo al hombre según el más grande y “listo”, sustituyendo aquellos valores de origen divino. Convirtiéndose en un ser impuro, malicioso, que no cree en nadie, engreído, jactancioso, hipócrita y aborrecedor de la integridad, ególatra. Él es él y nadie le aconseja, siendo fatalmente un ser que no conoce el amor sino el odio, la competencia y el egoísmo, hasta llegar al aislamiento físico o virtual con olor a muerte y maldición. La pérdida de todos esos valores es casi imperceptible, ya que estamos imbuidos dentro de un sistema universal, en donde el que más sabe o estudia, es el más importante y es precisamente allí, en donde Cristo en su más grande manifestación de amor, sabiduría y sinceridad, toma no lo más selecto del intelecto, ni del conocimiento de letras reconocido por los hombres, sino toma de lo vil y menospreciado: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Co.1:26-29). En este pasaje, Dios a través del apóstol Pablo nos habla de un “escogimiento” extraordinario e ilógico para todo aquel docto y letrado de este siglo, y aquel escogido, sólo concebible bajo la locura de una cruz, que al final, mediante el testimonio de Jesús nos hace retroceder en la idea original del sabio Dios y es reactivar esa pureza, sencillez, inocencia, franqueza e integridad, y eso no es posible, sino sólo con la asistencia y el poder del Espíritu Santo, el cual nos hace nacer de nuevo a un estado de “niños”, ya que sólo en tal estado podemos concebir la “Fe Salvadora”, que es la única fuerza que nos hará confiar plenamente en la obra redentora de Cristo y como consecuencia, el arrojarnos sin cálculos ni mesura en sus brazos de amor para abrazar sin ninguna duda la salvación, que es la vida eterna junto a su presencia.
Señor, te ruego hoy concedas la petición más insólita que jamás haya hombre deseado, hazme como un niño porque seguramente y sin lugar a ninguna duda, es el único estado en el cual puedo ver tu rostro en perfección. Hazme como niño, Señor hazme como niño, quiero verte. Así sea. Amén y amén.