¿Para qué reino trabajo?

25 octubre, 2015

Leamos: « ¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel? Llena estuvo de justicia, en ella habitó la equidad; pero ahora, los homicidas.  Tu plata se ha convertido en escorias, tu vino está mezclado con agua.  Tus príncipes, prevaricadores y compañeros de ladrones; todos aman el soborno, y van tras las recompensas; no hacen justicia al huérfano, ni llega a ellos la causa de la viuda» (Is.1:21-23).  Este mensaje, dado por el profeta Isaías a todo el pueblo de Israel, revela el deterioro enorme en que el pueblo de Dios había caído. Es una exhortación cargada de molestia hacia aquel pueblo que debía de ser entre todas las naciones del mundo, diferente, pues era el pueblo de Dios, el pueblo que tenía un Dios vivo, verdadero, real, cuyo poder y gloria se había manifestado ante todas las naciones, como lo dijera Moisés: «No hay como el Dios de Jesurún (el que es recto), (…) El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos… Bienaventurado tú, oh Israel.  ¿Quién como tú, pueblo salvo por Jehová, escudo de tu socorro, y espada de tu triunfo?» (Dt. 33:26-29) Y añade la palabra de Dios: «Y Jehová ha declarado hoy que tú eres pueblo suyo, de su exclusiva posesión, como te lo ha prometido, para que guardes todos sus mandamientos; a fin de exaltarte sobre todas las naciones que hizo, para loor y fama y gloria, y para que seas un pueblo santo a Jehová tu Dios, como él ha dicho» (Dt. 26:18-19).  Sin lugar a dudas, entre la multitud que oía al profeta habían algunos que, como autoridades y líderes religiosos, crujían los dientes al oír el reclamo que Dios hacía hacia ellos, despertando en el corazón de ellos rechazo y enojo contra el profeta y su mensaje, juzgándolo de extremista, loco, irrespetuoso y abusivo.  No cabe duda, que el mensaje verdadero causará en el pueblo y sus líderes la misma reacción en cualquier momento del desarrollo de la historia.  Israel rechazó el mensaje de Dios y mató a sus profetas. El corazón de aquel pueblo, que debía de ser santo, se había corrompido y estaba enajenado por el mensaje tolerante y adulterado de sus predicadores, influidos naturalmente por Satanás, para pervertir a aquel pueblo que debía ser una preciosa muestra de la obra de Dios en medio del mundo. Debía exhibir los valores propios de un Dios de amor y justicia; misericordia y bondad; paz y alegría, etc. Pero lamentablemente, como dice en el versículo inicial de Isaías: ¿Cómo te has convertido en ramera, oh ciudad fiel?  Decir la verdad y defender sus valores intrínsecos, siempre generará perturbación en algunos y gozo en los que entienden.  Todos los profetas que Dios levantó para exhortar a su pueblo fueron asesinados, porque su mensaje no encajaba con los intereses mundanos de los falsos profetas, que endulzaban su lengua, para desviar el corazón de los hombres de en pos de Dios.  Esto se está repitiendo en el tiempo moderno, como líderes y como iglesia tenemos la misma opción que aquellos hombres en el antiguo tiempo tuvieron; o predicamos el evangelio verdadero de Jesucristo o nos alineamos a ese evangelio híbrido, complaciente y tolerante al mundo.  Si decidimos por el primero, el cual ha sido el anhelo ferviente de nuestro corazón, entonces los resultados serán similares a los que vivió Jeremías, Ezequiel, Daniel y otros más.  El mismo Señor Jesús dijo: «No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas» (Jn.7:7). El evangelio del reino se ha vuelto muy popular. Guatemala tiene el porcentaje más alto de evangélicos, en relación a su población total. A nivel mundial el conocimiento del evangelio de Jesucristo es mucho más alto que en cualquier otra época de la historia del hombre. Según datos obtenidos por Wikipedia, en la actualidad hay un 30% de la población mundial que es cristiana, ¿impresionante no? Pero cuántos sólo son profesantes de una religión y no creyentes comprometidos con el mensaje de Jesucristo, el cual nos llama a establecer un estilo de vida diferente a la general del mundo. Nos manda a que muramos al mundo y sus placeres.  Imagínese en semejante cantidad de personas, cuántos falsos predicadores han hecho de su “ministerio”, una forma de obtener riqueza y fama; gloria y honra.  Estamos hablando de miles de millones de seres humanos.  No quiero ser pesimista, pero ¿cuántos de todos estos llamados serán escogidos? ¿Cuántos aman al Señor más que su propia vida? ¿Cuántos trabajan para Dios y no para sus propios intereses?  Mis amados hermanos en Cristo, a ustedes que son el remanente que aman la santidad y la justicia de Dios, para ustedes es este mensaje. Y para todo aquel que quiera despertarse del sueño y trabajar para el Señor y Salvador Jesucristo. Amemos y prediquemos lo original y no lo falso, leamos: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema (…) Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres?  Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gá. 1:8-10).  Por lo tanto: «No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos» (Gá. 6:9).  Dios los bendiga. Amén.