La gloria de Dios y la gloria del mundo

31 octubre, 2015

El término gloria, viene del hebreo Kabod y se considera, en el primer sentido, como un ornamento. El mundo da gloria al que con esfuerzo físico o intelectual obtiene su meta de escalar hasta ser el ganador. Los griegos, encontraron como medio de gloria para el hombre, premiar la perseverancia y galardonarla con una corona o con una medalla que se otorga en los juegos olímpicos. Esta gloria se amplía en la educación, la cual se promueve en todos los niveles educativos, desde preprimaria hasta la carrera universitaria. Como sube de nivel así crece el afán, al grado que se deja casi todo, por el valor que éste tiene en la vida terrenal. Quien corona los estudios, obtiene licencia para ejercer mediante remuneración, plazas privadas o para servir a la nación contribuyendo a la economía y elevando el status de la persona. El que obtiene su licenciatura sin Dios, se puede estimar como dios, al lograr un grado académico profesional.

En el proceso educativo superior, se aprende a razonar en busca de la verdad técnica o científica. El planteamiento puede contener hipótesis que de no comprobarse, todo queda en un ejercicio y en tiempo y recursos perdidos. Este procedimiento, se relaciona con lo descrito en Génesis, donde se declara que el individuo, al usar la ciencia del bien y del mal, se estima como dios: “Entonces la serpiente  dijo a la mujer: No moriréis;  sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn.3:4.5). Esta verdad no la entiende el mundo, porque se requiere conocer a Dios y creer en su palabra, que sólo se logra con fe y con la llenura del Espíritu Santo. Pablo nos dice: acerca de los gentiles: “Pues habiendo conocido a Dios (por las cosas creadas), no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Ro.1:21). Esto demuestra la causa de la depravación, corrupción, pobreza, desnutrición y el hambre que los científicos no han podido detener, al menospreciar al creador y salvador; y que sólo experimentamos los que oímos, creemos y obedecemos a la palabra que vino a nuestra vida y cambió lo que hacíamos, cuando el príncipe de este mundo nos tenía matando, robando o destruyendo. Y al creer en el hijo de Dios, se nos dice: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. (…) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn.15:5-7). ¡Señor perdónanos al no valorar lo que eres, para entender tu palabra! Danos tu Santo Espíritu para tener tu sabiduría y tu ciencia, y entender tu amor y tu poder, para llevar a los necesitados tu palabra que nos alimenta y nos fortalece, mientras esperamos tu gloria, entendiendo este misterio: “…que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro.8:16-17). Señor, ayuda a tu iglesia para testificar: “…aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga. Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios” (Jn.12:42-43).

 Señor, provee tu Espíritu para no negar tu nombre en donde nos toca trabajar o convivir, especialmente donde estudiemos, mostrando tu poder y hablando con libertad: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…” (Ro.1:16).

 Salomón para gobernar pidió sabiduría y ciencia. Dios se lo dió y le agregó riqueza, bienes y gloria, léase 2da. Crónicas 1 del 1 al 13.

Todo cambiaría si pedimos lo que pidió Salomón para gobernar, comenzando en el hogar: “Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre” (Pr.1:8). Salomón nos dice “De más estima es (…) la buena fama más que el oro y la plata” (Pr.22:1).

Pidamos a Dios  no buscar la vanagloria del mundo, para gozar de la gloria de Dios que incluye la vida eterna. Amén.