“…De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho” (Mt.21:21). Vivimos la época más alarmante y difícil en cuanto a la verdadera fe en el Dios vivo y verdadero, el creador, el dador de la vida y el sustentador de todas las cosas.
¿Qué ha sucedido? Desde el inicio de la historia del hombre en Edén, Satanás (adversario) logró sembrar la esencia de su espíritu, como lo es la duda, maliciosamente dijo: “… ¿conque Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto? (…) No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:1-5). De tal manera que, sembrada la duda en sus corazones, ya no pudieron creer de allí para adelante en nada de lo que Dios pudiera decir. Por supuesto, más adelante hubo sus excepciones, como Abel, Noé, Abraham, Moisés, David, etc., Léase Hebreos 11; quienes por obra, manifestación y poder de Dios, pudieron creer como niños. La duda fue, es y seguirá siendo la razón indiscutible del deterioro moral y espiritual que destruye al hombre. Dios, como único ser bueno, siempre ha pensado en el bienestar nuestro, queriéndonos hacer bien, salvarnos y darnos herencia en los cielos, su reino inconmovible, dice su Palabra: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11). ¿Quién cree de todo corazón esto? ¡Dios mío, ayúdanos a poder creerlo!. Israel mismo, estando en el desierto, en el calor de la prueba y las diversas dificultades expresaron: “Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto?” (Nm. 21:5). También dice: “Y hablaron contra Dios, diciendo: ¿Podrá poner mesa en el desierto? He aquí ha herido la peña, y brotaron aguas, y torrentes inundaron la tierra; ¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo? (…) Por cuanto no habían creído a Dios, ni habían confiado en su salvación” (Sal. 78:19-22). Si la duda está sembrada, ¿cuánto podemos estar dejando de ver y experimentar del poder y la grandeza de Dios?
Los años de nuestro señor Jesucristo en esta tierra fueron indiscutiblemente gloriosos, siendo él, el autor y consumador de la fe, ya que él trajo un mensaje, en el cual invitaba a volverse a Dios (creerle) y a no dudar más, diciendo: “Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Mr. 9:23).
El justo necesita fe
“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). “Pero sin fe es imposible agradar a Dios” (He. 11:6). Podemos hacer un sinfín de actividades religiosas, construir los más majestuosos templos, recorrer mar y tierra por hacer prosélitos, etc. Pero sólo por la fe, podremos hacer lo que es agradable delante de nuestro Dios. Como dijo Jesús: “Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8:29). Una de las cosas muy importante con la cual como Hijos de Dios podemos agradarle, es la victoria que podemos tener en cuanto a las cosas de este mundo, el cual con sus placeres, deleites, ciencia, fama y aparente prosperidad, está haciendo que nos volvamos cada día más escépticos en cuanto a la fe en Dios. El mundo materialista está acabando con lo poco que queda. Sin embargo, al mundo sólo se le puede vencer por medio de la fe; dice la palabra infalible: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1Jn. 5:4). En fin, mis amados lectores, vean ustedes qué necesario es rogarle a Dios que nos dé esa fe verdadera. Los discípulos del Señor pidieron que se les aumentara la fe, Jesús vio que era necesario que primero la tuvieran. Por tanto, pidamos a Dios con fe, no dudando nada, porque el que duda: “No piense… que recibirá cosa alguna del Señor” (Stg. 1:6-7). ¡Señor, arranca esas dudas malignas, queremos como niños creerte a ti, nuestro Dios! Amén.