La Ofrenda Soy Yo

16 junio, 2020

“La ofrenda soy yo”

“Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para
volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la
pongo…” (Jn. 10:17-18). Estas palabras las dijo el Señor Jesús a sus
discípulos en público. Y muchos judíos que se agolpaban para escucharle le
criticaron duramente diciendo: “demonio tiene y está fuera de sí”; y le
preguntaban a la gente y a los discípulos de Jesús: “¿Por qué le oís?”. El
Señor Jesucristo les estaba dando una afirmación tremenda de su ministerio
mesiánico, difícil para cualquier judío y gentil de aceptar, y es que JESÚS
afirmaba que era el Cordero perfecto, el Mesías prometido, el cual debía dar
su vida en rescate, para cubrir el carísimo precio a pagar, para alcanzar la
liberación de la raza humana del poder esclavizante de Satanás.
Y es que nadie en su sano juicio es capaz de dar su vida
voluntariamente a la muerte. No es posible ni razonable. Es ilógico
humanamente hablando. Pero la afirmación de Jesús era contundente al
decir: “YO pongo mi vida… nadie me la quita, sino que YO de mí mismo la
pongo”. Su afirmación dejaba claro que había una total renuncia al valor
más preciado que cualquier ser humano le da a su existencia, que es la
vida. Satanás lo afirma cuando le dice a Dios, en respuesta a una pregunta
que le hace el Señor sobre su siervo Job: “Respondiendo Satanás, dijo a
Jehová: Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida”
(Job 2:4).
En las palabras del Señor Jesús, iba implícita la revelación del
misterio de la victoria sobre la muerte. Y es que: “para vivir eternamente,
hay que morir a la carne efímera”, en otras palabras: “hay que morir para
vivir”. El contenido de esta afirmación no ha cambiado, sigue siendo la
misma y sus efectos tampoco han cambiado. Es un principio inalterable.
Aunque haya personajes de diferente talla que afirmen lo contrario, el peso
de la verdad predomina sobre la fragilidad de la mentira. Hay evangelios
que ofrecen una vida eterna sin sacrificio, ni pruebas que hagan morir lo
terrenal en nosotros, afirmando que Jesús ya lo hizo por mí. Es
comprensible que cualquiera defienda su vida con todo lo que tiene, si el
concepto que tiene de vida es la existencia temporal sobre la tierra, y sus
ojos espirituales no han sido abiertos al mundo espiritual que es eterno.
Esta es la razón fundamental que el diablo tiene para crear en el
hombre una sobre valorización de la vida terrenal. Crea una cortina de
humo poderosa para sobredimensionar lo que vemos, sentimos, oímos,
gustamos, etc. Y todo con la intención de esconder el eterno valor que tiene
el alma, que es un ente espiritual en donde está concentrada la verdadera
esencia del individuo. E inocentemente o por ignorancia, lo cambiamos por
lo material y mundano. Decía el Señor Jesús a sus discípulos: “Porque

todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su
vida por causa de mí, éste la salvará. Pues ¿qué aprovecha al hombre,
si gana todo el mundo (lo material), y se destruye o se pierde a sí
mismo (condenación por el pecado)?” (Lc. 9:24-25).
¿Se da cuenta, mi amado hermano y amigo, lo fantasioso e
improductivo que resulta el aferrarse a los valores terrenales que son
temporales, en contraposición a los valores espirituales que son eternos?
¿Por cuál de los dos se define usted? Por cierto, esta es una decisión muy
personal, en la cual interviene su libre albedrío, su voluntad íntima y
personal. Porque al final de cuentas la salvación o la condenación es
individual. Y los beneficios o las consecuencias fatales, se sufren
individualmente. Ahora resulta más fácil de comprender, por qué el Señor
Jesús hace énfasis en su decisión al decir: “Yo pongo mi vida… y …yo de
mí mismo la pongo”. Es un acto eminentemente voluntario y personal, una
expresión tangible de un amor profundo, como lo diría el Señor Jesús:
“Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus
amigos” (Jn.15:13).
Comprendamos, pues, que el sacrificio de Jesús no sólo implicaba el
precio de la salvación del hombre, sino también el ejemplo a seguir de un
modelo de vida; exento de liturgias religiosas superficiales y vanas, sino
más bien la expresión tangible y evidente de la FE, esa fe que salva, esa fe
sacrificial que me impulsa a morir a mí mismo para poder vivir para Dios
eternamente. Leamos: “…llevando en el cuerpo siempre por todas
partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se
manifieste en nuestros cuerpos. Porque nosotros que vivimos,
siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Co.
4:10-11).
Cristo fue la ofrenda ofrecida en el altar del Gólgota para alcanzar el
perdón de los pecados y también la ofrenda por la paz que da el perdón. Mi
hermano en Cristo, la voluntad personal juega un papel importantísimo en la
decisión de seguir el camino de la salvación. La invitación de Dios a través
de Jesús sigue abierta: “¿Quieres seguir en pos de mí?” pregunta el Señor.
¿Quieres tú responder y levantar tus manos y decirle: Heme aquí, qué
quieres que yo haga? Decirle aquí estoy yo, con todo lo que yo soy, mi
tiempo, mis manos, mis pies; quizás no es mucho Señor, pero contigo,
estoy seguro que haremos proezas.
Yo, Señor, quiero ofrecerte mi vida en ofrenda voluntaria, así como lo
hizo mi Salvador Jesús: “Quiero presentar mi cuerpo en un sacrificio vivo,
santo, agradable a Dios, y lo quiero hacer consciente de las consecuencias
que esta decisión implica, como una ofrenda grata delante de tus ojos” (lea
Romanos 12:1-2). Este es el camino para alcanzar el amor de Dios sobre
nosotros. El Señor Jesús dijo: “Por eso me ama el Padre”, ¿por qué?

porque Dios no lo forzó a tomar ninguna decisión, sino él dijo:
“Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces
dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…” (He. 10:6-
7). Dios sigue llamando ¿qué responderás tú? Subamos al altar del
sacrificio y entreguemos nuestra vida, porque “la ofrenda soy YO”. Que
Dios te bendiga y te sostenga hasta alcanzar la meta. Amén y amén.