“La incertidumbre genera angustia”
No hay cosa más difícil de manejar en la mente y el corazón humano, que
la incertidumbre, ya que en ella no hay nada definido. Todo o nada es posible y
en esa penumbra de diversas gamas de grises, se crea en la mente humana una
serie de planteamientos, conceptos y temores. Todo esto ha de causar serios
problemas en la personalidad de cualquier individuo, llevándolo a la pérdida de
la noción de lo real. Y en la suposición errática de los verdaderos hechos, se
podrían llegar a cometer los errores más lamentables que podamos imaginar.
Es pues, la incertidumbre la falta de seguridad, de confianza o de certeza
sobre algo, especialmente cuando crea inquietud. Y es que, lamentablemente, la
incertidumbre puede estar presente en cualquiera de las actividades prácticas de
la vida cotidiana. Llámese aspectos sociales, económicos, de salud, políticos y
de índole personal dentro de una sociedad. Esta provoca en el ser humano:
ansiedades, inseguridad, estrés, angustia, hasta el miedo o terror, y cada ser
humano manejará de acuerdo a su personalidad, la incertidumbre a su manera.
Qué importante es entonces, conocer cuál es el origen verdadero de la
incertidumbre. Y vayámonos hasta el huerto de Edén, en donde Dios mismo
creó al hombre a su imagen y semejanza. Dios no fue sólo su creador, sino
además, el sustentador de cualquier necesidad propia de esta nueva criatura. En
este proyecto, Dios minuciosamente formó alrededor de este ser, toda la
infraestructura necesaria, no sólo de sobrevivencia. También le dio reciprocidad
de amor y sentimientos particulares, comunicación directa y de continuo. Nada le
faltaría, incluyendo hasta sus peticiones más personales como el pedir una
compañera, la cual llenaría, supuestamente, todas sus expectativas.
No habría que preocuparse por nada, viviendo dentro de todo ese
maravilloso entorno de paz y presencia divina. Leamos: “Entonces dijo Dios:
Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en
toda la tierra (…) varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo:
Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla (…) Y vio Dios todo
lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera…” (Gn. 1:26-
31). Me pregunto: ¿Qué realmente le faltaría a Adán? Pues creo que ¡total y
absolutamente nada!
Era feliz, hasta que llegó la voz maligna, dictada por el mismo Satanás,
para cambiar en el hombre, ese concepto de la bondad y amor de Dios hacia él.
Y mostrando alternativas tal vez “lógicas” a la mente humana y tocando el
materialismo y el intelecto del hombre, creó por primera vez la duda. Esto
evolucionaría dentro de la débil mente humana a razonamientos que le crearían,
sin sentirlo, una inseguridad progresiva, la cual se llama “incertidumbre”. Fue tal
el daño integral en el hombre, que creó una ruptura espiritual con su Creador.
Dios era desconfiable para Adán, por lo que, por supuesto, Adán era
también desconfiable para Dios. Por lo que aquel, ahora, fuera del Edén, es un
ser solitario y débil. Deambula por el mundo sin ninguna certeza o seguridad en
nada ni en nadie, teniendo que acudir a su único recurso: alimentar su ego con
intelecto y existir sobreviviendo dentro del frío materialismo que lo llevará a la
muerte misma.
Entendemos entonces, bajo estos planteamientos bíblicos, que todo
hombre sin Dios vive en “incertidumbre”. Duda de todo, no sabe de dónde viene
ni a dónde va. Desconfía hasta de él mismo, iniciando así una vida de angustia y
terror ante cualquier problema o evento de la vida. Se encuentra y se siente
solo. Satanás mismo, luego lo margina, lo empuja y lo vuelve dependiente de
consoladores temporales, ligados directamente al pecado. Todo esto en forma
de vicios como: alcoholismo, drogadicción, sexo ilícito, degeneración y
perversidades extremas, etc.
Todo esto va formando dentro del ser humano, estados de
desquiciamiento psíquico y mental, aun somatizando algunas patologías físicas.
Atrapando y esclavizando el alma misma, a extremos de depresión, abandono,
aislamiento, violencia, paranoia y síndromes de persecución. Llegando a
psicosis incontrolables como la esquizofrenia. Induciendo al crimen y el suicidio
consumado, para terminar de condenar el alma de la víctima atrapada por
demonios o el maligno mismo.
Sabiendo que dicen las Escrituras: “…el mundo entero está bajo el
maligno” (1 Jn. 5:19). Entendamos entonces, el por qué del actuar de las
masas de seres humanos, ante eventos como los actuales: los terremotos,
epidemias, pandemias, guerras, violencia, crimen por doquier, hambres, pestes,
engaño, contaminación, etc. Ante la “incertidumbre”, se vuelcan en un
desenfreno total, perdiendo todo raciocinio, violentando la propiedad privada.
Destruyen todo lo que a su paso encuentran, matando, violando, robando y
saqueando. ¡Pobre generación sin Dios ni esperanza! El juicio y la muerte serán
su única recompensa a su indolente y descontrolada actitud.
¡Bendito y alabado sea nuestro buen Dios! Él con cuerdas de amor,
paciencia y grande misericordia, se ha apartado un pueblo, quien fue comprado
con precio de su misma sangre, para redimirnos del pecado y así de la muerte.
En quienes, digo en Cristo, hemos alcanzado un nuevo entendimiento; al
habernos incluido mediante el nuevo nacimiento, obra del Espíritu Santo, la
gracia desde ya, de entrar al reino de los cielos “el cual se ha acercado y entre
nosotros está”. Y del cual disfrutamos desde hoy, al enfocar mi nueva vida bajo
la expectativa de una herencia incorruptible. Con la seguridad de que a través de
Jesucristo hemos alcanzado el enlace perfecto que se perdiera allá en el Edén.
Para que en esa esperanza, vivamos ya no para este mundo y sus
ofrecimientos, sino plenamente convencidos de una eternidad felizmente
alcanzada con el mismo creador. “Gracias Señor por Jesucristo”, a él sea toda
gloria, honra, honor y alabanza. Así sea. Amén y Amén. Que Dios te bendiga.