La Saciedad Entorpece

28 abril, 2020

“La saciedad entorpece”

La saciedad es un término muy controversial en el ser humano. Sin
embargo, en la forma más enfática, en cuanto a nuestro enfoque, puede
equivaler a una «satisfacción desmedida». Esto lo experimentamos luego de
haber satisfecho un deseo o una necesidad fisiológica, mediante la comida o
algún otro elemento satisfactor. Y bueno: ¿quién no quiere saciarse de lo que le
gusta? Sin embargo, la saciedad extrema “harta”. Porque no sólo satisface un
vacío, sino que excede a la «sobresaturación», provocando hastío. Veamos una
alegoría: cuando cenas liviano, sin grasas, con elementos vegetales de fácil
digestión, descansas con un sueño tranquilo, reparador y muy relajado. Sin
embargo, si te “hartas” de comidas grasosas, muy condimentadas, carnes
pesadas, postres en sobreabundancia, esto repercute en un sueño intranquilo,
lleno de “pesadillas”, insomnio y malestares. Despiertas con pesadez, irritado y
nervioso.
Es pues, «el conocimiento adquirido» de la concupiscencia (sacarle el
máximo provecho de placer a algo) generada mediante estímulos sensoriales, el
que crea necesidades artificiales. Produce satisfactores no necesarios y sí
alienantes, con dependencias aberrantes: psíquicas, físicas y aun biológicas.
Esto forma en sí, verdaderos patrones estructurales de conducta. De allí, que al
maligno le interesa que tú y yo, estemos tan saciados de todos aquellos
esquemas esclavizantes. Y en este estado, crear un extraño “estupor”, el cual es
una condición de la falta de una función cognitiva, crítica. No hay conciencia,
sino pérdida del contexto de vida y eventualmente sólo responde a estímulos
“muy dolorosos”. Sigue vivo, pero sin entendimiento. Si este estado es
retroalimentado de continuo, estamos ante un ser incapaz de razonar en
ninguna de sus facetas de vida.
Si nos trasladamos al área espiritual, podemos entender cuál es el
sentimiento y actitud de Dios, que todo lo sabe, ante la extrema saturación de
algo. Y siempre dejará un pequeño «espacio de necesidad» en nuestra vida,
para que mantengamos una penuria y así una sobriedad, respecto a todos los
aspectos de nuestra vida sobre este mundo. Por eso, al escudriñar las
Escrituras, encontraremos que: Qué hermosa es la llegada de la noche para
“Adán” y descansar de toda aquella labor encomendada, en un silencio y
ambiente de reposo. Pero, el mucho dormir también cansa. Entonces… Qué
hermosa es la sensación de un nuevo amanecer, lleno de nuevas ilusiones y
expectativas de vida. Luego surgirá el hambre y la sed. Y todo sería, en
adelante, un estado de necesidad continua.
¿Misterio…? Creo que más que misterio, es una sabiduría de parte del
Creador para mantener siempre una necesidad de continuo. Para que nos
mantengamos hoy y mañana, maravillosamente unidos y ligados a su perfecta
naturaleza de Rey y Creador de la vida misma. Leamos: “…No me des pobreza

ni riquezas; Mantenme del pan necesario; No sea que me sacie, y te
niegue, y diga: ¿Quién es Jehová? O que siendo pobre, hurte, Y blasfeme
el nombre de mi Dios” (Pr. 30:8-9). Creo que la verdadera saciedad, es el
poder encontrar una prudente y dosificada satisfacción. No en los placeres
terrenales ni los satisfactores creados por el maligno, sino en el deleite en Dios
mismo y su bendita palabra, mediante el conocimiento y cumplimiento de la
misma.
Leamos lo que Dios le dice a Israel: “Cuídate de no olvidarte de Jehová
tu Dios, para cumplir sus mandamientos, sus decretos y sus estatutos que
yo te ordeno hoy; no suceda que comas y te sacies, y edifiques buenas
casas en que habites, y tus vacas y tus ovejas se aumenten, y la plata y el
oro se te multipliquen, y todo lo que tuvieres se te aumente; y se
enorgullezca tu corazón, y te olvides de Jehová tu Dios…” (Dt. 8:11-14).
También en dos formas: real y alegóricamente; el profeta Oseas nos enseña:
“Comerán, pero no se saciarán; fornicarán, mas no se multiplicarán,
porque dejaron de servir a Jehová. Fornicación, vino y mosto quitan el
juicio” (Os. 4:10-11).
Cuando Jesús nos enseñó a orar, nos recomendó a hacerlo así: “El pan
nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No enseñó a pedir ni el de mañana, mucho
menos el de pasado mañana. Esto es importante de analizar, porque también el
maná para su pueblo, que caía del cielo, era para «el hoy». ¡Gloria a Dios!
Amado hermano: ¡Qué maravilloso es tener un buen Padre! El cual
conoce nuestras necesidades y las satisface amorosa y eficientemente, en su
eterno amor y compasión. Vela por cada uno de nuestros menesteres y
miserias, de cualquier índole. Así que: “Por nada estéis afanosos, sino sean
conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego,
con acción de gracias” (Fil. 4:6).
Ahora entendamos el por qué de algunas enfermedades, tal vez
escaseces, penurias, contrariedades, injusticias, tragedias, sufrimientos, etc. Y
es que: estos pequeños o grandes “espacios de necesidad”, tal vez
incomprensibles a la mente humana, siempre nos llevarán a la búsqueda de un
consuelo, un apoyo y una humillación, hasta llegar a un verdadero gemir del
alma. Y entonces Dios, mediante su Espíritu, transformará la pobreza, en
satisfactoria y sabia abundancia; la enfermedad, en gozo y entendimiento; la
contrariedad, en sabiduría. Y al final lo más precioso, que es el sentir cercano a
nuestro corazón, aun dentro de nosotros mismos, el amor genuino de un Padre
que siempre y siempre, quiere lo mejor para sus hijos. ¡Bendito, bendito y
bendito sea mi Padre y vuestro Padre! Por aceptarnos como verdaderos hijos,
para la eternidad. ¡No soy huérfano, tengo Padre! Así sea. Amén y Amén.