La Unción No Anula La Voluntad Propia

9 enero, 2024

“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gá. 5:16-18). La palabra de Dios nos revela de una manera sencilla, pero a la vez profunda pues no todos la entienden, el plan de salvación de Dios para el hombre, su amada criatura.

El único ser humano creado a semejanza e imagen de Dios fue Adán. Él no tuvo padre ni madre y su nombre significa: “hombre”, que viene de la raíz hebrea Adamah: “tierra o polvo del suelo”. Adán poseía capacidades superiores y extraordinarias como ningún otro ser creado por Dios. Podía comunicarse con Dios y tenía la capacidad de comunicarse con las criaturas inferiores a él, los animales; tenía una inteligencia sobrenatural. Fue la mayor y la última de las obras de la creación de Dios; y recibió poder para administrar todo lo que Dios había creado sobre la tierra.

En resumen, fue hecho un hombre perfecto, completo en todas las dotes físicas, mentales y espirituales. Y tenía voluntad propia (libre albedrío), cualidad de los seres humanos que les permite decidir por su propia voluntad. Voluntad significa: “capacidad de los seres humanos que los mueve a hacer cosas de manera intencionada”, haciendo uso de la RAZÓN, cualidad única en el hombre.

Pero lamentablemente, Adán se dejó seducir por Eva su mujer, influenciada por Satanás; y ambos fueron arrastrados al pecado mortal. Por esta razón, perdió la relación perfecta que existía entre el creador (Dios) y su criatura (Adán). Y en el momento que se rompió esa relación espiritual, que era el vínculo perfecto entre Dios y el hombre, éste quedó a merced total de Satanás y sus artimañas engañosas. Completamente impotente para resistirse ante el poder persuasivo del diablo, que usa la carne y sus pasiones, como elementos esclavizantes.

Naturalmente que Adán perdió facultades físicas y espirituales, las cuales trasladó como herencia de maldición a toda su descendencia, la raza humana. Pero no perdió su libre albedrío, sino que esa capacidad, que es la voluntad personal, quedó sujeta a la especie humana caída, susceptible a ser manipulada por el mal.

Leamos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido (…) Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades…” (Ro. 1:21 y 28-29).

Por favor, quiero que observes que cuando la Biblia dice: “los entregó”, no significa que Dios los haya arrastrado al mal, sino muestra la incapacidad de Dios para evitar, en ese momento histórico, la caída del hombre. Y esto es porque Dios no quiere manipular la voluntad individual del ser humano, el libre albedrío sigue siendo propiedad privada de cada hombre.

Es aquí, mi amado hermano y amigo que lees este documento, que, en el plan Divino de salvación, Dios tiene que enviar a su Hijo amado, su unigénito, para iniciar una nueva generación o creación, en la cual, él es el “postrer Adán”. Sólo que en esta preciosa ocasión, Dios inicia por blindar al hombre nuevo o nueva criatura como primer paso, para perfeccionar su obra a lo largo de la vida del creyente por medio de pruebas.

Dios está juntamente con su Hijo Jesucristo, preparando nuestra nueva morada, un mundo totalmente diferente al que conocemos. Pero nos preguntamos: ¿Cómo Dios está blindando a la nueva criatura? Leamos: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16-17).

Pero esto no significa que el Espíritu Santo decide por mí; recuerda que mi voluntad sigue siendo mía. El Espíritu Santo no va a anular mi voluntad, sino que me da poder para decidir entre lo que le agrada a Dios y lo que no le agrada, leamos: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Jn. 16:13).

El Espíritu de verdad abre los ojos del ciego, abre los oídos de los sordos, da entendimiento a los simples, da poder para sobreponernos a nuestras debilidades y no caer en pecado, da discernimiento para tomar decisiones sabias, restaura esa capacidad perdida de comunicarnos con Dios, y otras muchas más virtudes. Pero insisto, no puede decidir por nosotros, como dice en el pasaje inicial: “no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne”.

Observe, mi amado hermano: la exhortación del Espíritu es a no hacer el deseo de la carne, sino el del Espíritu. ¿Por quién decides tú? Si estás lleno del Espíritu, tú decides por el deseo del Espíritu. Pero si estás débil de Espíritu, seguro que te decidirás por el deseo de tu carne. Mi hermano, llénate del Espíritu Santo para que tu caminar sea santo y victorioso hasta el final. Que Dios les bendiga. Amén.