“En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Jn. 4:17). Es importante que cada uno de nosotros tengamos conciencia, que nuestra estadía de tiempo sobre esta tierra es una preparación para lo eterno. Y dentro de esa preparación en nuestras vidas, debemos de tener bien claro, que tenemos que entregar cuentas de nuestros hechos, como dice la palabra de Dios: “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (He. 4:13).
El juicio ante el gran trono blanco
En este juicio ya no habrá oportunidad de arrepentimiento. La gracia de Dios ya habrá terminado; y sólo será para recibir el castigo por toda la eternidad (léase Apocalipsis 20:11-15). También se habla del juicio sin misericordia (léase Santiago 2:13). En 2 Tesalonicenses 2:10-12, habla de la condenación de los que no recibieron el amor de la verdad. También en 2 Tesalonicenses 1:7-10, habla de la retribución para los que no conocieron a Dios, sufriendo pena de eterna perdición y siendo excluidos de la presencia de Dios.
Hay muchos pasajes bíblicos como estos en las Escrituras. Leamos: “Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Ap. 6:14-17).
No se podrá huir y nadie podrá esconderse; la muerte huirá de ellos. ¡Qué terrible será este juicio! Para no llegar hasta allí, es necesario que obedezcamos y conozcamos la palabra de Dios. Veamos algunos pasajes para poder entender. Leamos: “Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios? Y: Si el justo con dificultad se salva, ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1 P. 4:17-18). El apóstol Pedro nos aconseja a tiempo, para entender que nosotros seremos juzgados en esta tierra, en ese proceso de preparación para estar con el Señor.
Podemos percibir el amor de Dios, mediante la invitación que nos hace de estar a cuentas con él, para no llegar al juicio antes descrito. Leamos: “Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda. Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:16-18).
Para estar a cuentas con Dios, debemos entrar a un proceso en donde debemos dar pasos de fe y de obediencia, tales como: bautizarnos, confesar nuestros pecados, pedir perdón, restituir al agraviado, buscar la llenura del Espíritu Santo, etc. Y ya estando afirmados en el camino, se nos habla de examinarnos a nosotros mismos, para no ser juzgados ni castigados con el mundo. Leamos lo que nos recomienda la palabra: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Jn. 1:9). El consejo es para buscar la limpieza espiritual de nuestra vida.
También dice: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre” (1 Jn. 2:12). El pecado es lo que causa o lo que provoca esa separación entre Dios y los hombres. Pero cuando ha sido perdonado el pecado, hay confianza con Dios. Y esa confianza proviene de la justificación que sólo está en Cristo Jesús, quien también nos transmite esa paz con Dios. Leamos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes…” (Ro. 5:1-2).
Para concluir, las Sagradas Escrituras nos exhortan diciendo: “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados” (V. 28). Si permanecemos en Dios, él será la razón de nuestra alegría, nuestro gozo, nuestra felicidad y nuestro todo, al finalizar nuestra existencia en este mundo.
Y será de mucho gozo, porque hemos de ver a nuestro redentor. Ayúdanos Señor a permanecer en ti. Que Dios les bendiga. Amén.