No Es Una Emoción, Es La Vida

26 noviembre, 2024

Amado lector y hermano en Cristo: Hoy quiero recordar y enfatizar en aquel principio espiritual que desde el origen, se diera allá en el Edén. En donde, mediante el pecado de la desobediencia de Adán, se plasmó aquella condena ya advertida por Dios, al decir: “El alma que pecare esa morirá…” (Ez. 18:20). También dice la Escritura: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).

Bajo este principio doctrinal el hombre es un ser que, aunque respire, hable, mire, oiga, se mueva, etc., permanece en un estado espiritual completo de muerte (separación de Dios); no hay ninguna esperanza de eternidad y vida verdadera fuera de Dios. Y este ser desprovisto de discernimiento espiritual, deambula como cualquier bestia del campo, en el contexto de una mera sobrevivencia biológica. Sin embargo, aún en esa condición quedaron en él algunos vestigios o rudimentos de creatividad, razonamiento, sensibilidad, sentimentalismos y sobre todo, una profunda expectativa de eternidad dentro de los más íntimo de él.

Mediante esta necesidad surge “la religión”, que no es ni más ni menos que una extraña mezcla sincrética, entre lo místico, emocional, pasionario, culpa, o tal vez alguna necesidad de Dios. Dentro de un pobre concepto de lo que verdaderamente es el principio santo y divino, bajo la perspectiva de amor, humildad, perfección, sencillez, sometimiento voluntario, etc. La religión es la fórmula humana, intelectual y carnal, de acercarse a Dios.

Y aunque pueda ser bien intencionada, nunca llenará las expectativas divinas. Ya que ninguna obra humana pagará el precio por el pecado. Siendo éstas como “trapos de inmundicia”, debido a que llevan consigo contaminación, hipocresía y hasta prepotencia, ya que ante el Dios todopoderoso, sólo se puede acercar en humildad y sencillez de corazón. Siendo Jesucristo el único precio aceptable como pago por el pecado y la fe como un don otorgado, mediante el cual se da ampliamente el perdón de los pecados y la redención de nuestras almas.

En todo lo expuesto anteriormente, espero estemos claros que por más que se expongan argumentos y se manifiesten emociones extremas, no serán más que eso, puras emociones e ilusiones, las cuales, mediante expresiones como: rituales, cultos, milagros, sueños, visiones, etc., cual efecto embriagante, han desviado por siempre la atención de millones y millones de hombres a través de todas las generaciones pasadas y presentes. Y así toda la humanidad, bien o mal intencionada sigue “viviendo muerta”, en un mundo condenado por el pecado a su total destrucción, a muy corto plazo.

Leamos: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24-24). Es evidente que toda esta forma corresponde a un sistema complejo instaurado por Satanás, el cual tiene algunas variantes de operación, pero siempre en la misma línea de ilusionar y distraer con los elementos actuales o del momento. Llevando siempre cautivas las almas a la destrucción, quizás con fórmulas poco imperceptibles, haciendo casi imposible detectar la perversa artimaña creada por la inteligencia satánica.

Dejemos ahora por un lado la trampa satánica de la religiosidad, la cual es la más refinada y eficaz arma mortal conocida y vayamos a lo verdadero. Esto corresponde a los principios emitidos por Dios, basados en el otorgamiento o recuperación de la vida perdida por el pecado y la desobediencia. Y para eso, tendremos que ir al origen de toda vida existente. Las Escrituras nos ubican así: “Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:2-4). Este versículo nos revela que es Jesucristo mismo desde siempre, el origen de la vida.

Esto es precisamente, que él puede otorgar y vedar la vida. Y ningún otro ser en el universo tiene ni tendrá tan grande virtud. Entonces ¿qué es lo maravilloso de esto? Que Jesucristo, en la cruz del Calvario, voluntariamente entrega su vida y luego la toma. Esto es un evento inédito, único en su grandeza y virtud, que rebasa todo límite religioso conocido. Leamos: “Nadie me la quita (la vida), sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Jn. 10:18).

Esto es un hecho real y palpable, no es una emoción, ilusión, sueño ni nada casual. Es toda una sabia estrategia inspirada en el amor incondicional de Dios hacia el hombre y la humanidad completa. Conlleva inteligencia, planificación, entrega, sacrificio, paciencia y sufrimiento palpable, leamos: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8). Recordemos que Satanás ilusiona con palabras y argumentos, pero Dios actúa en el verbo de Cristo y esto no tiene parangón.

Mis muy amados, es tiempo de abrir nuestros ojos espirituales y caminar seguros. No sobre nuestras obras muertas, sino mediante el plan divino, otorgado ampliamente para que todo aquel que se ancle en él, no se pierda, mas tenga vida eterna en la fe en Cristo Jesús.

Gracias mi Señor y Salvador por habernos dado la realidad palpable de una nueva vida llena de esperanza y vida eterna. A él sea la gloria, la honra y la alabanza, eternamente y para siempre. Amén y Amén.