“Y pondré tendones sobre vosotros, y haré subir sobre vosotros carne, y os cubriré de piel, y pondré en vosotros espíritu, y viviréis; y sabréis que yo soy Jehová” (Ez. 37:6). Cada vez se vuelve más difícil el poder convencer a la gente, de los misterios que contiene la palabra de Dios. Esto se debe a la muerte espiritual que hay en ellos. Siendo capaces sólo de entender lo material que les rodea, alimentado con la enorme invasión del materialismo y el espíritu consumista que gobierna el corazón y la mente de los seres humanos.

Los valores espirituales son, cada vez más, menospreciados y considerados una locura. Por cierto, esto no es nada nuevo, a estas alturas del desarrollo social humano, la fe es considerada anticuada y anacrónica; dicen: “la fe necesita contextualizarse a la modernidad presente”. El ser humano no acepta ni entiende que él está muerto. No lo puede concebir como una realidad. Y esto mismo es una confirmación de su estado de muerte espiritual, leamos: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Co. 2:14).

El hombre en su condición natural, nació muerto al Espíritu de Dios, ajeno a los pactos divinos e incapacitado para comprender el pensamiento de Dios. Un hombre sin Dios no puede entender a Dios, por mucho que se esfuerce y por muy inteligente que sea. Porque no es la capacidad intelectual la que se necesita ni conocimiento literal de la letra escrita. Alguien puede ser un erudito en la letra escrita, pero un ignorante en la interpretación del contenido espiritual de las Escrituras.

Mi amado lector, claro que es importante estudiar las Sagradas Escrituras y procurar memorizarlas. Pero si no tenemos el Santo Espíritu de Dios, no podremos extraer la sabiduría espiritual que está contenida en ellas. Recordemos: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios (…) lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (Vs. 11 y 13).

En otras palabras: “se expresan realidades espirituales en un lenguaje espiritual”. Ante esta afirmación es comprensible que se levanten falsos pastores, predicadores, profetas, etc., pero no hay efectos espirituales que produzcan el milagro de la nueva creación. Dijo el Señor Jesús: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5:25).

Este mensaje lo dijo el Señor Jesús ante muchísimos judíos, los cuales, al no entender el contenido espiritual de sus palabras, procuraban matarlo. Y lo acusaban de hereje, porque afirmaba que él y el Padre eran de la misma naturaleza, leamos: “…De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (V. 19). La ceguera provocada por el pecado, entorpece el discernimiento espiritual, cauteriza los sentidos espirituales y no permite entender.

Dios sabe perfectamente la condición miserable y desventurada en la que nos encontramos, antes de conocer a Cristo Jesús. Y no obstante, a esa deplorable condición, promete hacer de nosotros una nueva criatura, transformando nuestra vieja naturaleza en una nueva creación. Y no sólo eso, sino también promete derramar de su Santo Espíritu sobre todo aquel que le invoque con necesidad, leamos: “Y me dijo: Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre, y di al espíritu: Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos, y vivirán” (Ez. 37:9).

Aquel milagro extraordinario que vio Ezequiel en el valle de los huesos secos, el Señor Jesús lo vio cumplirse delante de él, leamos: “Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta (sin la ceguera espiritual) como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Co. 3:16-18). ¡Aleluya, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen!

¿Tienes idea de lo que estás leyendo, mi querido hermano? Somos transformados en la misma imagen de Dios Padre. Parece un plan imposible, pero como dijo el Señor Jesús a sus discípulos: “…Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios” (Lc. 18:27). Aunque seamos huesos secos en gran manera, consumidos por el pecado; y llevemos sobre nosotros una enorme carga de pecados y maldades; y tengamos huellas en nuestro cuerpo y conciencia de las maldades cometidas; a pesar de todo eso, Cristo te llama.

Él tiene el poder de limpiar y transformar tu estado actual. No importa si estés o no en una iglesia profesante. Y si no has cambiado, Cristo te puede hacer una nueva criatura hoy, si tan sólo te humillas de corazón y clamas al Espíritu Santo con hambre y sed del Dios vivo.

Mi amado hermano, nunca es tarde para comenzar. Y si te sientes débil y cansado, escucha la voz de Cristo Jesús llamándote; no te resistas a su llamado. Que Dios cumpla su propósito en tu vida. Dios les bendiga. Amén y Amén.