Vivimos en medio de un mundo en donde el tiempo es insuficiente para atender las demandas de satisfactores en sociedades de consumo. En donde los hombres son verdaderas máquinas de producción, sin voluntad ni raciocinio. Y en donde el sistema nos impone: qué comer, qué vestir, cómo divertirse, qué comprar, a dónde ir, con quién relacionarse, y además, a qué dios adorar y cómo adorarle. Esto es una esclavitud satánica, a lo que dicen las Escrituras: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Este paquete perverso pretende conquistar la vida del hombre, mediante la inversión de su corto tiempo de existencia en obras vanas y pasajeras, muertas en ellas mismas. Y esto nos hace divagar en medio de fantasías insulsas que ocupan todo nuestro ser y proyectos, según nosotros, excelsos y gloriosos. En un mundo en donde la fama, el aplauso, la exaltación del yo, el poder y el dinero, se vuelven la principal motivación personal, dentro de un profundo y mortal existencialismo.

En este sistema firme y genéticamente establecido, los pobres hombres de ninguna manera pueden concebir otra forma de vida. Ya que el cambio les llevaría al despojamiento de cosas y valores, en los cuales está involucrada toda la raza humana. Por lo cual, dice la Palabra: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:21). Entonces: ¿qué es lo que realmente entregas al vender tu tiempo y qué realmente estás comprando? Pues preocúpate, porque tu tiempo es la oportunidad de vida y simplemente: «tu tiempo es tu vida». Y el tiempo y la vida, nunca más volverán a nuestras manos para ser vividos otra vez.

De allí, que al maligno le interesa consumir, con cualquier elemento distractor, tu tiempo y otra vez tu tiempo. Y cuando entregaste todo, inicia tu etapa de decadencia: las fuerzas disminuyen, las enfermedades crónicas te agobian, la demencia y la paranoia te aíslan, tus amigos ya no son amigos y los que aún quedan, estarán igual que tú. Ahora gastarás una fortuna o los ahorros de tu trabajo en medicinas o en un asilo de ancianos, esperando la muerte con la consecuente condenación eterna.

Ahora tendrás tiempo y dinero para comer y pasear, pero el ánimo y las fuerzas te abandonaron ya. ¡Dantesco! Pero real, leamos: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:25-26).

Amado lector, la trama y el engaño son perfectos, y no hay ser humano capaz de escapar de tal alienación mental. Hemos entregado todo al mundo y nos hacemos sordos al llamado de Dios, al entregar «nuestra vida en tiempo», para trabajar y vivir conforme a la voluntad del altísimo. Y siempre argumentamos: “Señor, deja que entierre a mi padre; o deja que me despida primero de los que están en mi casa”. O tal vez, al llamado de salvación y entrega diríamos: “he comprado una hacienda y necesito verla; hemos comprado cinco yuntas de bueyes y hay que probarlos; es que acabo de casarme y tú sabes…”

O pueda ser que como aquel joven rico, te entristezcas porque tienes demasiado que dejar. En fin, todo es tiempo e inversión de tiempo o vida; y dicen las Escrituras: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:25-26).

El que tenga oídos para oír, oiga. Pero dice la Escritura que busquemos a Dios desde nuestra juventud, mientras pueda ser hallado. Y cambiemos nuestro rumbo de vida, ordenando nuestra vida en relación a los valores eternos e invirtamos en el reino de los cielos, en donde no hay corrupción ni muerte.

Esto es un llamado a nuestra juventud, para invertir sabiamente nuestra vida y tiempo, leamos: “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su juventud. Que se siente solo y calle, porque es Dios quien se lo impuso…” (Lm. 3:27-28). Además dice: “Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento…” (Ec. 12:1).

Amados lectores, amigos, hermanos, viejos, jóvenes, hombres, mujeres y aun niños, no comprometidos y que invierten su tiempo en las vanidades de la vida. ¡Hoy les exhorto enérgicamente! Para que te dispongas de manera efectiva a la causa de Cristo, en la cual hay promesas eternas. No esperes para mañana. El mañana es hoy. El trabajo en la obra es hoy. Mañana, si estamos vivos, tal vez seremos inútiles criaturas, imposibilitados, desgastados o quizás “acabados”.

No le demos las sobras de nuestra vida y tiempo a Dios. Demos lo mejor de nosotros en esta causa, en la que nuestro Salvador lo entregó todo. ¡Aleluya, Aleluya! Y recuerda que: “…no sólo de pan (lo material) vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4:4). Ánimo iglesia, trabajemos hoy como que fuera el último día. Amén y Amén.