El libro más antiguo de la Biblia, el libro de Job, contiene una interrogante que desde muchos milenios atrás y hasta el día de hoy, ha inquietado el corazón del hombre común y de la sociedad científica del mundo, y es: ¿hay vida después de la muerte?

Ya se imaginan ustedes ¿cuán grande e impresionante sería que algún científico apareciera, diciendo que ha logrado resucitar a una persona muerta? Indudablemente sería una verdadera locura mundial. Sería la noticia más relevante de toda la historia de la humanidad. Todo mundo buscaría al susodicho científico, para obtener esa preciada oportunidad de dar vida a alguna persona muerta. Estoy seguro de que no importaría cuán grande fuera el costo que habría que pagar, para lograr semejante obra.

Dice la palabra de Dios: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). Hasta el día de hoy, la ciencia, con todo y los avances científicos y tecnológicos, no ha podido encontrar la manera de dar vida a los que han muerto. Y es que pesa sobre la humanidad, muros infranqueables, establecidos por Dios nuestro creador, que impiden semejante proeza. Porque la vida no está en poder de los hombres ni mucho menos en las manos de Satanás, quien es el precursor y estimulador de la ciencia moderna y antigua, sino únicamente en las manos de Dios.

La vida y la muerte están en las manos de Dios y él es quien decide los límites de nacimiento y existencia. Aunque sin pruebas fehacientes, desde los tiempos más remotos, en el corazón del hombre aun en las civilizaciones más antiguas en cualquier lugar de nuestro planeta, se encuentran evidencias de que el hombre siempre ha tenido la conciencia de que hay vida después de la muerte. Que la existencia del ser humano se prolonga más allá de la existencia sobre la tierra.

Los egipcios, los incas, los griegos, los mayas, los romanos, los aztecas, etc., todos ellos creían en la vida después de la vida. Leamos: “Todo lo hizo hermoso en su tiempo; y ha puesto eternidad en el corazón de ellos, sin que alcance el hombre a entender la obra que ha hecho Dios desde el principio hasta el fin” (Ec. 3:11). Ante tal circunstancia, ¿qué podemos responder a la pregunta del libro de Job? ¿Volverá a vivir el que muere? La respuesta es tajante y enfática. Es simplemente: “¡SÍ!”, sí hay vida después de la muerte.

La otra gran incertidumbre es, si estamos convencidos de que hay vida después de la muerte. Entonces ¿cómo es la vida después de la muerte? Con respecto a este tema se ha escrito muchísimo. Cayendo obviamente en ficciones, producto de la imaginación del hombre, inspirados por el mismo Satanás. Leyendas, cuentos e historietas, se han proliferado desde hace muchísimo tiempo atrás.

Pero nos preguntamos: ¿y cuál es la verdad? Puedo asegurar con toda convicción que está contenida en las Sagradas Escrituras, La Biblia. Y les guste o no, esta es la verdad. Lo que en ella se dice no es el producto de la imaginación de los hombres, sino de la inspiración del mismo Dios, leamos: “…entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21).

         Partiendo de esto, dice la palabra de Dios al respecto de la vida después de la vida, lo siguiente: “…el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna (en la otra vida) a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad (mientras viven), pero ira y enojo (en la otra vida) a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia (mientras viven); tribulación y angustia (en la otra vida) sobre todo ser humano que hace lo malo, el judio primeramente y también el griego (mientras viven); pero gloria y honra y paz (en la otra vida) a todo el que hace lo bueno (mientras viven), al judío primeramente y también al griego; porque no hay acepción de personas para con Dios” (Ro. 2: 6-11).

Observe cuidadosamente que no es Dios el que decide cómo será mi vida en la otra vida, sino que soy yo mismo, en función de mis obras o conducta, el que define mi vida después de la vida sobre esta tierra. Muchos le echan la culpa a Dios de sus desgracias y fracasos en su vida terrenal. Pero no se dan cuenta que están simplemente cosechando, lo que a lo largo de su vida han sembrado.

Otro aspecto importante es que: Dios no hace acepción de personas (no hay un favoritismo selectivo ni antojadizo, sino que todos los hombres son juzgados de la misma manera). Por lo tanto, ¡cómo no debemos vivir esforzándonos en agradar al que da la vida y la quita! Su voluntad está expresada claramente en su palabra divina y ha sido dada para todos los hombres. Y el principio fundamental es la obediencia a su voluntad.

Claro, esto no lo puede lograr el hombre por sí solo. Necesitamos entrar por la puerta que es Cristo Jesús, rendir nuestras vidas a él y seguir su ejemplo de vida para alcanzar la vida eterna a través de él.       Y a más de esto necesitamos, así como Jesús lo recibió, de la presencia del Santo Espíritu de Dios, que nos da todo poder para triunfar sobre los demonios que gobiernan nuestra vida, antes de conocer a Cristo Jesús.

Mi amado hermano, vive tu vida hoy en función de la vida eterna prometida en Cristo Jesús ¡Porque sí hay vida después de la vida sobre esta tierra! Que Dios sostenga tu depósito sin caída. Que Dios te bendiga. Amén y Amén.