Amados hermanos de nuestra congregación “Avivando La Fe”. Hoy, una vez más, agradecemos la bondad de Dios, ya que en medio de su pueblo él ha derramado de su gracia, misericordia y revelación de la palabra, a través de la cual, como siempre, nos lleva a la reflexión y consideración de nuestros pensamientos y actos personales dentro del cuerpo, para mostrar los cambios necesarios de acuerdo a su voluntad. Y así también crecer en la piedad, en el amor, en la misericordia y en el entendimiento de lo eterno.

En esta oportunidad, Dios nos lleva como Consejo Pastoral a concientizar y exhortar al pueblo de Dios, los redimidos, a retomar uno de los últimos y enfáticos mandamientos y recomendaciones para todos aquellos que como discípulos hemos creído en este evangelio, como la única y suficiente fuente de salvación para todo aquel que en él cree.

Y es precisamente: «LA OBRA DEL EVANGELISMO», la herramienta para la proliferación del evangelio, el cual inició con un hombre como tal: Jesucristo, quien a su vez fuera capaz de influenciar espiritualmente a sus doce discípulos. Y luego, confirmando a los ciento veinte. Y de allí, mediante la unción a sus discípulos: a Judea, Samaria y a todas las naciones, bajo esta ordenanza: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será condenado” (Mr. 16:15-16).

Y esto es, sencillamente, hablar de las cosas concernientes al reino de los cielos y de las maravillas que Dios ha hecho en nuestras vidas, mediante la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, por medio del cual alcanzamos el perdón de nuestros pecados.

Y libres de esta maldición, poder, con la justificación otorgada por Dios, tener acceso a la santidad en esperanza de la vida eterna, mediante un cambio de la mente y del entendimiento. Todo esto es únicamente por la gracia y misericordia otorgada, no por obras humanas, sino como regalo de parte de él. Leamos: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef. 2:8-9).

Si analizamos los versículos anteriores, podemos deducir que evangelizar es tan sencillo y práctico como lo es la prédica de Jesús. No necesitamos ser teólogos, eruditos ni evangelistas profesionales. No necesitamos saber hebreo, arameo o griego. No hay que ir a la universidad. No necesitamos viajar ni visitar la tierra santa. Sólo necesitamos tener convicciones y un espíritu de gratitud por las obras maravillosas que Dios ha hecho en nosotros.

Leamos: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos…” (1 Jn. 1:1-3).

Ahora veamos: ¿Quiénes son los que evangelizan con ánimo pronto? Aquellos que hemos experimentado genuina y personalmente la gloria de Dios, mediante la libertad del alma, la cual era presa por nuestros pecados. Los que mediante el «nuevo nacimiento», por obra del Espíritu Santo, nos hace vivir no de emociones o sentimentalismos, sino de convicciones permanentes, las cuales motivan a compartir mi tesoro interno. Entonces, leamos cómo dijo Jesús: “El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn. 7:38).

Estas fuentes fluyen de la abundancia de gratitud, del amor de Dios mismo, manifiesto dentro de nosotros. Amamos las almas, así como Dios las ama. Y teniendo la mente de Cristo, en ese amor sacrificial, entregamos nuestro tiempo, que es realmente nuestra vida en este mundo y también nuestros bienes y algo más, para anunciar una nueva vida en Cristo. Leamos: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1 P. 2:9).

Es el testimonio vivo de un “endemoniado gadareno”, o de una “prostituta samaritana”, quienes vieron a Dios mismo, manifestado en Cristo, y se convirtieron muchos de la región de Gadara; y hombres samaritanos que reconocieron en Jesús su esperanza viva de salvación. ¡Aleluya, Aleluya!

Amados hermanos, seamos partícipes activos de la bendición de la oportunidad que los mismos ángeles del cielo quisieran, pero hoy, nos es dado a nosotros. Vayamos en el nombre de Jesús y prediquemos de este evangelio porque: “nos es impuesta necesidad y ¡ay de nosotros si no predicamos al mundo estas maravillas eternas!”. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.