Hay una recomendación muy precisa en la palabra de Dios: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Stg.3:1). Sin embargo, en todas las esferas de la vida no hay placer más grande que el de “instruir”, “enseñar” a otros. Para ese fin, algunos se preparan en una escuela, una universidad o un seminario, y luego de obtener un título o grado académico, se sientan en cualquier cátedra e inicia el despliegue de un caudal de conocimiento intelectual, con el fin de crear mediante la acumulación de datos y teorías, réplicas de intelectualismo, lo cual creará autómatas sin sentimientos ni valores, provocando mentes vanidosas. Siempre que pensamos en aprender o enseñar, somos llevados mentalmente a un aula o recinto con la presencia de una persona hablando y los demás copiando atentamente y quizás admirando al disertante, el cual domina su tema y su entorno, y pregunto: ¿Qué pasa luego que el maestro ya no está en el aula y se integra a su rol social o familiar? ¿Será que aplican lo que en teoría disertan? ¿Podría el maestro arriesgarse a ser visto por sus discípulos en circunstancias de su vida real? Son muy cortos los espacios en que los maestros tienen un contacto vívido, considerándose entonces ésta, una educación “a medias”, “sólo conceptual”. Habiendo entonces, un divorcio entre la realidad y la educación. Diremos además, que sólo hay conceptos entre dos mentes o cerebros, del que enseña y el que aprende, hasta allí y no más. Este tema no es sólo contemporáneo, los griegos, romanos, aun israelitas religiosos, siguieron esa línea y si nos remontamos al inicio, Satanás mismo instruyó intelectualmente a Eva mediante -palabras o cátedras- a la mente, las cuales emocionaron a aquella criatura, creyendo que esa realización intelectual la haría como Dios: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gn.3:4-6). El engaño fue perfecto, ya que estos eran la raíz de toda la generación subsiguiente, la cual seguirá pensando que el aprendizaje intelectual nos hace grandes.
¿Qué nos dice la Biblia en cuanto a ser maestro…?
Jesús es el máximo exponente en cuanto a ser maestro, ya que dedicó su vida entera a un evangelismo y discipulado “vivencial” mediante un ejemplo continuo: comió, durmió, sufrió, anduvo por las aldeas sanando enfermos, liberando cautivos día y noche, aun en los días de reposo. Con sus “alumnos” junto a él, lo vieron reír, llorar, expresarse, trabajar, compartir, hablando que todo esto eran las obras que su Padre -hacía-, no lo que oía mediante una cátedra de parte de Dios, veamos: “Yo hablo lo que he -visto- cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis -oído- cerca de vuestro padre” (Jn.8:38). Qué análisis más perfecto, el diablo sólo “cuenta cuentos”, Dios hace y enseña con obras “vistas”. Esto quiere decir que los verdaderos maestros tendrán que sacrificar su vida válida en tiempo útil junto a sus discípulos, para transmitir no sólo un conocimiento intelectual, sino la ministración de toda una forma de vida, mediante la convivencia continua y efectiva del maestro al alumno o discípulo. Pero, digo, en este mundo egoísta de valores materiales, quién quiere entregar su vida, sino sólo por dinero o fama. Entonces, para ser un verdadero maestro, debemos morir a nuestras ambiciones personales y dar nuestro tiempo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida (su tiempo) por sus amigos” (Jn.15:13). Estamos viviendo nuevamente dentro del círculo religioso un profesionalismo intelectual que “habla de Dios”, en donde sacerdotes, pastores o guías espirituales, se sientan únicamente en la “cátedra de Moisés” en grandes templos y coliseos, cual fariseos y escribas, lucrando por dar un mensaje o espectáculo de conocimiento y exigiendo trato preferencial, con grandes beneficios personales y aun -prestaciones laborales- (absurdo), de cierto ya tienen su recompensa… Creo que los verdaderos siervos del Dios viviente y maestros dignos, no son todos esos asalariados que ordeñan y trasquilan el rebaño, engordando así sus vientres, bienes y cuentas en valores materiales, no siervos de Dios, sino siervos de sí mismos, proyectando no libertad, sino esclavitud a todos sus fanáticos, que mediante una alienación filosófica se postran ante verdaderos chacales, los cuales no aman las almas sino las destruyen, “haciéndolas dos veces hijos del infierno…” ¡¡¡Iglesia despierta!!! Abre tus ojos ante la -corrupción religiosa- mediante la embriaguez que provoca un “bonito hablar”. No seamos destruidos por falta del conocimiento del Dios verdadero. Busca congregaciones en donde los siervos y maestros entreguen su vida traducida en tiempo, enseñando con ejemplo directo en comuniones, evangelismos, cultos familiares, visitas a enfermos, hospitalidad, y en donde no fiscalicen “tu bolsillo”. Roguemos a Dios encontrar el evangelio, la palabra y la iglesia que más tiempo dedique a la edificación de tu alma y sé tú también un verdadero discípulo. Así sea, amén y amén.