Sin cambios no hay evidencias

21 junio, 2015

Es habitual, en este mundo plagado de hipócritas, tratar de justificar nuestra conducta, planteando razonamientos inteligentes y astutos que justifiquen nuestras malas acciones.  El desarrollo de la elocuencia es cada día más perfecto, hombres eminentes tales como líderes políticos y religiosos, o también en cualquier disciplina humana, son capaces de convencer a sus oyentes mediante encendidos y fogosos discursos cargados de demagogia, buscando ganarse el favor popular; llenando sus discursos de sentimentalismos y manipuleo de emociones elementales, con la intensión de conseguir el poder o la continuidad en el mismo.  Existen elocuentes predicadores que hacen uso de este mismo recurso para convencer a sus religiosos o fans, de que la vida que llevan  -por cierto, no acorde a lo establecido por Jesucristo en su evangelio- Dios no la condena. Predican un evangelio no comprometido con Jesucristo sino con una organización determinada.  Le dan más importancia y relevancia al nombre de la organización, la cual muchas veces es sólo pantalla de un negocio lucrativo y abundante, ofreciendo a un mundo necesitado de amor y paz, falsas esperanzas, basadas en promesas y doctrinas de hombres y no fundamentadas en la bendita palabra de Dios.

Les ofrecen salvación y libertad y ellos mismos (los predicadores) son esclavos del mundo y sus deseos y placeres, leamos: «Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción…» (2P. 2:19).  A todos los que buscan una salvación verdadera, una fe verdadera y  un Dios verdadero, les digo en el nombre del Señor Jesucristo: “sin cambios no hay evidencias”.  A lo largo y ancho de las Sagradas Escrituras, encontramos que nuestro Dios se da a conocer por sus obras y usará el mismo método para calificar a su pueblo; leamos: «Porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió» (Sal. 33:9).  «Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía» (He. 11:3).

Observe bien que sus palabras se traducen en hechos palpables y evidentes. El Señor Jesucristo desafió a la gente a que calificaran no su elocuencia verbal, ni tampoco su capacidad de interpretación teológica, sino sus obras, leamos: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis.  Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras…» (Jn. 10:37-38).  Muchos se preparan para predicar pero muy pocos para vivir lo que predicarán, sin comprender que este es el verdadero principio que Dios usará para calificar a su pueblo.  La palabra de Dios está llena de esta advertencia que Dios hace a su pueblo, leamos: «Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y “vuestras obras”, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este» (Jer. 7:3-4).   El Señor Jesús les dice un día a sus discípulos, los que creían y le seguían: «De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también…» (Jn. 14:12).  Mis amados hermanos en Cristo y aquellos que simpatizan con este evangelio, entendamos que “sin cambios no hay evidencias de que alguien tiene a Cristo en el corazón”, sin importar cuál sea su condición dentro de la iglesia, desde el menor hasta nosotros los pastores, estamos obligados por el evangelio y testimonio de Jesucristo, a que nuestra vida debe tener abundantes obras que revelan y dan credibilidad a nuestras palabras. O cambiamos o sencillamente estamos condenados, no hay vuelta de hoja.  El testimonio de mi vida espiritual son “mis obras”, leamos: 

«Si alguno se cree religioso entre vosotros, y no refrena su lengua (chismoso), sino que engaña su corazón, la religión del tal es “vana”.  La religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a la viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo» (Stg. 1:26-27).

Cuando leemos el mensaje de Jesucristo a las siete iglesias en el libro de Apocalipsis, observamos que a todas él inicia diciendo: “yo conozco tus obras”. Note, mi querido hermano, que el método de calificación de Dios no será conocimiento doctrinal, ni teológico, ni bíblico, ni mucho menos filosófico. Llegamos a la misma conclusión del apóstol Santiago que dice: «¿Mas quieres saber, hombre vano (vestido de religiosidad), que la fe sin obras es muerta?… (inútil) ¿No ves que la fe actuó juntamente con sus obras, y que la fe se perfeccionó por las obras?» (Stg. 2:20-22). Comprendamos esto en el nombre del Señor, “la fe actuó juntamente con sus obras”. No existe la fe sin obras como tampoco existen obras, aceptadas por Dios, sin mediar la fe que produce la presencia de Dios en el creyente, ellas evidencian la unción del altísimo.  Para concluir, casi al final del libro de Apocalipsis, Dios deja por sentado este principio de juicio a todos los hombres, leamos: «Y vi a los  muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que están escritas en los libros, “según sus obras”» (Ap. 20:12). Y en el último capítulo dice: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno “según sea su obra”» (Ap. 22:12).  El que lea, entienda, dice el Espíritu.  Amén.