El hombre simple y sin conciencia de su condición de debilidad, incapacidad y falta de “razonamiento espiritual”, desconoce su situación legal delante del Dios vivo y verdadero. Y por el único hecho de estar sobre este planeta reclama “su derecho”; afrentando al omnipotente, omnisciente y soberano Dios, creador de todo lo existente, quien al inicio le otorga a su criatura el derecho y el beneficio de toda su obra sobre la tierra: “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn.1:28). ¡Qué maravilloso! Dios otorgando al hombre de lo suyo; le ofrece toda hierba, animal y semilla para su subsistencia “era su derecho”, pues Dios se lo dio. Y entonces: ¿Cuál es el problema? Y ¿En qué momento Adán pierde el derecho otorgado? Desde el momento que no oyó la voz de Dios: “Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal, no comerás; porque el día que de él comiereis, ciertamente morirás” (Gn. 2:16 y 17). En estas palabras van implícitas: 1) Una instrucción con ordenanza. 2) Ubica clara y precisamente lo que no debe hacer. Y 3) Advierte las consecuencias y condena de no atender a lo establecido por el soberano. Más claro no pudo estar. Sin embargo, el hombre opta por comer del árbol de sabiduría del bien y del mal, lo que en otras palabras era vivir de sus propias ideas, análisis y razonamiento; desechando toda posibilidad de intervención divina. No pensó quién en verdad sustentaba todas las cosas y que la creación y él mismo -quien también es criatura- no subsistiría sin su poder y gloria. Ante la -estúpida- decisión, el hombre perdió “todo su derecho otorgado” y en adelante deambularía como errante, exigiendo “SUS DERECHOS” ¿cuáles derechos? Si todavía vivimos, respiramos, comemos, y aún permanecemos sobre la tierra, es única y exclusivamente por la misericordia del Dios Altísimo, quien por amor quiere devolvernos el derecho a la vida y ¿cómo?: enviando a su hijo Jesucristo, quien desde un principio “se negó a todos sus derechos” y renunciando a todo, aun menospreció su vida y a través de ese misterio en su muerte de cruz, arrebata una vez más “su derecho” en obediencia y ofrece otra vez al hombre un “nuevo derecho”, siempre y cuando sigamos sus pisadas negándonos a “nuestros derechos”, en plena sobriedad y por fe, devolviendo a Dios lo que a él le corresponde, que es la gloria, la honra y la alabanza que injustamente tomamos. Justificándolo a él en todo lo que hace y piensa; de allí que habrán muchas cosas y pruebas que no comprendo, pero bajo el entendido: “…que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme su propósito son llamados” (Ro.8:28). Sigamos la nueva ruta establecida en amor por nuestro Dios.
¿Qué haremos entonces en nuestra práctica diaria, el resto que nos quede por vivir?
Buena pregunta, ya que en esta vida habrán muchas injusticias familiares, laborales, sociales, que en “mi derecho” podría pelear, exigir aún ante los jueces de este mundo, quienes de acuerdo a su criterio, tal vez nos den la razón y aun con grandes voces institucionalizadas, gritan los hombres su derecho: “Derechos Humanos”, sindicalistas, derechos de la mujer, derechos de los niños, derechos de los ancianos, derechos de los delincuentes aún, derechos de los animales; -y en la basura – “el derecho de Dios”. Pero recordemos que en este nuevo régimen y en esta nueva oportunidad, yo en forma irrestricta renuncio a mi derecho, esperando que Dios, no como obligación sino como una obra de misericordia, pelee mi causa y mi derecho que hoy es su derecho sobre mí, el cual en la sabiduría divina siempre nos llevará a un aprendizaje y formación para un futuro espiritual y eterno, en donde él por siempre y para siempre, regirá con perfecta y verdadera justicia. A él sea la gloria. Entremos en el proceso de negación y sigamos adelante a la meta, poniendo nuestra mirada en Jesucristo el autor y consumador de esta obra perfecta de la obediencia, la cual lo llevó a la diestra del Dios viviente. Que Dios nos ayude amados hermanos, ya que todos estamos en esta lucha hasta el último día de nuestra existencia. Así sea, amén y amén.