La verdad, es uno de los valores éticos, morales y sobre todo espirituales, más escasos en este mundo. Vivimos rodeados de falacias publicitarias que aseguran resultados positivos de procedimientos determinados, los cuales al final resultan ser un verdadero engaño. Ofrecen productos maravillosos y milagrosos, dotándolos de características fantásticas y total resultan ser un fiasco; líderes políticos que ofrecen ser la solución de todos los problemas sociales, económicos, laborales, etc., y al final resultan ser unos farsantes y aprovechados del erario público. Líderes religiosos que ofrecen a sus feligreses, que no son más que religiosos, la salvación y la vida eterna, adornando sus promesas de tremendos mensajes exegéticos, pero carentes de la verdad y las evidencias de ella. Verdad, del griego “Alethcia”, significa: “la esencia manifiesta y veraz de algo”. Por ejemplo, cuando el apóstol Pablo dice: «Por la verdad de Cristo que está en mi…» (2Co. 11:10). En este momento no me interesa filosofar sobre qué es la verdad, porque la verdad no es filosofía sino práctica, hechos y evidencias. Un día el Señor Jesús dijo: “Yo soy la verdad”, no dijo: “Yo sé la verdad”. Sus palabras eran contundentes y se exponía al escrutinio de la sociedad que lo rodeaba, desafiándolos a que su mensaje fuera calificado en función de sus hechos, él decía: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí -sus palabras-, creed a las obras…» (Jn. 10:37-38). Esto coincide perfectamente con el significado de “verdad” cuando dice: “la esencia manifiesta y veraz o evidente”.
Cristo enseñó el evangelio de Dios por medio de evidencias palpables del efecto libertador, sanador y portentoso de su evangelio; no sólo habló de Abraham y Moisés, de Elías y Noé, sino mostró con evidencias tangibles el poder santificador y liberador de Dios. Era el verbo de Dios –acción- manifestado en carne. Dice el Señor Jesucristo: «Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios» (Jn. 3:21). La boca de muchos se llena de bonitas palabras y elocuentes mensajes, pero las múltiples obras malas de su conducta no permiten creer que lo que afirman es la verdad. Ante esta situación que Cristo vio en Israel, les tiene que decir a las multitudes que le oían, refiriéndose a los fariseos, líderes espirituales de aquella época: «Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen» (Mt. 23:3). Observe que las obras confirman la veracidad de mis palabras. ¿Cómo podría un creyente convencer a sus compañeros de trabajo y amigos de que él es cristiano, si le conocen un montón de malos testimonios? Aunque él afirme con su boca que es miembro de una determinada iglesia y asegura que es salvo por la sangre de Cristo Jesús y mencione citas bíblicas para documentar su afirmación, de seguro que nadie le creerá “su verdad”; y sólo demuestra ser un fanático religioso que afirma lo que no sabe y se ufana de lo que no conoce. La típica conducta del religioso es como lo dice la palabra de Dios: «Profesan conocer a Dios, pero con los hechos lo niegan, siendo abominables y rebeldes, reprobados en cuanto a toda buena obra» (Tit. 1:16).
No cabe duda que la religión es el perfecto disfraz de Satanás, es el “lobo con piel de oveja” o como lo dice el apóstol Pablo: «Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz. Así que, no es extraño si también sus ministros se disfrazan como ministros de justicia; cuyo fin será conforme a sus obras» (2Co. 11:14-15). Y agrega la palabra: «…por estratagema hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo» (Ef. 4:14-15). Toda actitud engañosa y falta de veracidad hace que el creyente caiga en la hipocresía y apariencia. No, amados hermanos; mostremos con toda libertad, al mundo que nos rodea la gloriosa libertad y santidad de Jesucristo nuestro Salvador; huyamos de la tentación de aparentar un falso celo por Dios, pues los únicos engañados son los que aparentan tener lo que no tienen.
Seamos reales, genuinos «Amantes de la verdad…y enseñemos con verdad el camino de Dios» léase San Mateo22:16. Amados hermanos, seamos luz en medio de un mundo que se hunde en las tinieblas de la religiosidad y la hipocresía. Entiendo que el precio de vivir la verdad es alto, pero la vida eterna lo vale. Que Dios bendiga a todo aquel que está luchando por llevar una vida de integridad y verdad. Amén.