Salomón dice: «Todo tiene su tiempo, todo es vanidad y aflicción de espíritu». La palabra de Dios nos enseña que se llega el fin de todas las cosas sobre la tierra. Dios nos permite actuar en base a lo que sabemos o conocemos y con ese entendimiento, hacemos lo bueno o lo malo, y pasamos a su presencia si lo conocemos y obedecemos, para obtener la vida eterna si le tememos y guardamos sus mandamientos. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.» (Juan 3:16 y19). Dios declara: aquel que sabe hacer lo bueno y no lo hace, está en pecado.
¿Cómo está el mundo? Angustiado, buscando soluciones con la ciencia pero no funcionan sus proyectos. Por ello, hoy más que ayer, se ve lo malo, como hambre, muerte, corrupción. Para los que estamos recibiendo la palabra: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn.16:33). ¡Gloria a Dios! Daniel dice: «En aquel tiempo se levantará Miguel, el gran príncipe que está de parte de los hijos de tu pueblo; y será tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces; pero en aquel tiempo será libertado tu pueblo, todos los que se hallen escritos en el libro. Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua» (Dn.12:1-2). Si somos pueblo de Dios, estamos inscritos en el libro, si conocemos y enseñamos la justicia. Pablo dice: «No hay justo, ni aún uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios» (Ro. 3:10-11).
Si creemos en la palabra de Dios, nuestra es la promesa: «Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son cubiertos» (Ro.4:7). Porque hay salvación si oímos, nos humillamos y nos arrepentimos de lo malo que hacíamos; leamos: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo…» (Ro.5:1). Por ello nos gloriamos en la esperanza de la vida eterna y en las tribulaciones que nos producen paciencia. Porque si amamos a Dios, todas las cosas son para bien de nuestra alma.
Gracias Señor por tu vida, por tu palabra, la cual nos da la fe que te agrada y vence al mundo, donde estamos para anunciar a los que no te conocen, que hay salvación, perdón y vida eterna. Recordemos que antes del fin, en la iglesia, el amor se enfriará y la fe escaseará, y la ciencia en el mundo crecerá; por ello el Señor le dice a su iglesia: «…has dejado tu primer amor» (Ap.2:4).
La fe viene por el oír; pero los afanes y presencia del maligno, pueden alejarnos de la comunión. Además, se nos dice que debemos escudriñar las escrituras y correr con paciencia, puestos los ojos en el autor y consumador de la fe, Cristo Jesús. Para permanecer en la iglesia con fe, necesitamos el espíritu que Joel declaró y se confirma en el libro de los Hechos, diciendo: «…sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán» (Hch.2:18).
En la iglesia, no todos aman y sirven. Dios permite esa reunión de buenos y malos. En la parábola de la cizaña, Jesús nos declara: «Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro (la buena semilla con la mala) hasta la siega; y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero recoged el trigo en mi granero» (Mt.13:30).
No olvidemos que Jesús nos dice: «Aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón». Esto nos advierte que antes del fin, habrá falsos maestros y profetas que engañarán, con grupos sobresalientes, buscando no la justicia de Dios sino la de los hombres, predicando un evangelio que apoya la justicia de los hombres. El apóstol Pedro exhorta a los que creemos en el Dios de paz y justicia verdadera, a ser prudentes esperando la venida del Señor que está cerca: «…echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros» (1P.5:7).
Recordemos que la iglesia, su esposa, será humillada, esperando como manada pequeña el reino prometido, viviendo en santidad: «…esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos y los elementos, siendo quemados se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva; en los cuales mora la justicia» (2P.3:11-13).
Gracias Señor por tu venida, por llegar a tu presencia al amarte y servirte con amor. ¡Ayúdanos, te lo suplicamos! Amén.