En este mundo egoísta, de error tras error, el poder y la grandeza se han de mostrar mediante la subyugación y señorío; cada ser humano peleará un lugar para establecer sus límites y ampliarlos continua e insaciablemente. De allí, el surgimiento de verdaderos imperios que mediante la política, la economía, la fuerza armamentista, el crimen, el terror, la ciencia misma, la cultura y artes, modas, sociedades de consumo y hasta los grandes movimientos religiosos, ejercen -aun mediante alianzas- fuerzas influenciadas por potestades satánicas. Un poder superlativo, el cual tiene como objetivo tomar ventaja aprovechándose de los recursos y de las personas mismas, para saciar instintos ególatras de un origen patológico y maligno. El poder es una de las pruebas más fuertes y dice una frase célebre: “Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si quieres probar el carácter de algún hombre, dale poder” (Abraham Lincoln).
El poder, en manos de individuos y grupos, busca dominar el medio, imponer un criterio y bajo astucias y hasta violencia, destruyen y aun siegan vidas humanas, además de destruir la misma creación, que es arquitectura y propiedad absoluta del Dios Altísimo: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (Sal.24:1). Este principio esclavizante nace de un proyecto intelectual de coacción y razonamientos, mediante repartición de cuotas de poder que ofreció Satanás allá en el cielo y la palabra lo clasifica así: “…¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?” (Is.14:16-17). Aquel ser, luego de su infame proceder, fue arrojado a los abismos y luego, sobre el cosmos implanta su mismo principio de subyugación, primeramente en la esclavitud del pecado y luego inyecta en los hombres esa maldición incontrolable del espíritu de poder y dominio sobre cualquier persona, cosa o circunstancia; lo cual se vuelve obsesivo e incontrolable, sobrepasando los derechos y dignidad establecidos mediante principios de equidad, otorgado por Dios a sus criaturas.
¿Qué piensa Dios? ¿Qué nos enseña su palabra…?
Cristo es el más grande ejemplo de amor y servicio, y a pesar de ser quien era, Dios mismo, dice la escritura: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil.2:5-11). Jesús nos enseñó que el mayor mostrará su grandeza en base a servir al menor: al que no entiende, al ignorante, al incapaz, al débil, al pobre, al menesteroso, al huérfano, a la viuda, al pequeño, al torpe, al desorientado, etc. Y lo mostró al lavar los pies a sus discípulos, abriendo los ojos a los ciegos, comiendo y compartiendo con los ladrones y prostitutas, con los pecadores que nunca podrían retribuirle. “El mayor se hizo al menor” y se compadeció de nuestra incapacidad así: “Porque no tenemos un sumo sacerdote (Jesús) que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.» (Heb.4:15). No aceptó el poder ni la honra otorgada por los hombres al quererle nombrar rey o caudillo (puesto político), o quizá Sumo Sacerdote fariseo; no aceptó la retribución del placer o pecado. Su misión era únicamente “anonadarse y servir”, servir y más servir. Cuánto más nosotros, siendo beneficiarios del amor y servicio no debemos pues, de descender al que está debajo o más abajo aún y servirle la mesa mediante mostrar este camino, anunciando las buenas nuevas de salvación y alentando al desposeído, porque este es el evangelio: “…Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Stg.1:27). Y: “…el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mt.20:26-27). Bajémonos de la cúpula religiosa del engaño y sentémonos en la banqueta de la calle con un niño, traspasemos los barrotes de las cárceles, la incomodidad de un hospital, el prejuicio de una cultura, la discriminación de una raza o credo, desafiemos el riesgo y el peligro, descendamos aún más en donde están las almas esclavizadas por vicios, adicciones, aberraciones, posesiones demoniacas y en el nombre de Jesús, reprendamos potestades rompiendo cadenas y cerrojos y entreguemos nuestro tiempo, recursos y aun nuestra vida, siguiendo las pisadas del maestro. Así sea, amén y amén.