Convertíos al Dios vivo

8 marzo, 2015

Hay una gran diferencia entre cultura y necesidad. ¿Por qué digo esto? Porque muchos practicantes del cristianismo moderno que han logrado habituarse a una cultural búsqueda de Dios,  se rodean de toda la liturgia ceremonial que los envuelve, cantan, danzan, oran, hablan lenguas, escuchan prédicas y su carne o espíritu recibe un estímulo de poca duración y de limitado efecto, que no trasciende más allá de un efecto moral poco convincente e incapaz de producir frutos permanentes que glorifican a Dios. La religiosidad es el disfraz que muchos usan para esconderse, como lo dijera el Señor Jesús al diablo,  detrás de una piel de oveja.

La religión es la mezcla de criterios humanos con la doctrina de Cristo, es adaptar la enseñanza del evangelio de Jesucristo a la vida del hombre, cuando lo correcto es adaptar la vida del hombre en cualquiera de sus actividades, a la doctrina de Cristo. Esto lo podrá lograr sólo alguien que se convierta del dominio del diablo al Dios vivo, tal y como lo dijera el apóstol Pablo: «Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que “de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo”, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay» (Hch. 14:15). El apóstol Pablo añade casi lo mismo, escribiéndole a los discípulos de tesalónica: «…porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero» (1Ts. 1:9). Observe el énfasis en la palabra convertirse. En primer lugar (Gr. Epistrophe) que es “volverse hacia”; hace que una persona se vuelva de un sentido a otro totalmente opuesto.  El apóstol Pablo dice: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra» (Ef 1:9-10). Dios en su maravilloso plan redentor, salvará a los que deciden de manera voluntaria y determinada hacer un giro, una vuelta atrás del sentido que llevan -que es al mal-, y convertirse al Dios vivo, al Dios poderoso, al que sólo hace maravillas, al Dios que liberta al hombre de la esclavitud de Satán. Es volverse del mal hacia el bien; es dejar de hacer lo malo, aunque a la carne le agrada y le gusta y hacer el bien, lo que cuesta porque muchas veces hay que humillar esta carne soberbia y prepotente, que le gusta aparentar lo que no es y lo que no tiene. El Señor se ha propuesto llevarnos a su misma presencia; en él existimos desde antes de la fundación del mundo, según su presciencia; dice la palabra de Dios: «Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis a Jehová.  Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados» (Is. 51:1). Hacia allá vamos, amados hermanos en Cristo. No permitamos que Satanás nos desvíe del destino predeterminado por Dios, luchemos ardientemente para alcanzar la corona de la vida; vamos y pongamos nuestra mirada en el “hueco de donde fuimos arrancados”, ese es nuestro lugar, no este mundo.  Y en segundo lugar, es convertirse al Dios vivo, a ese Dios que el hombre, usado por Satanás, lo ha querido convertir en una simple expresión de cultura religiosa, tradición de ancianos o hasta en la expresión de la falta de civilización de determinados hombres o la ignorancia que ellos sufrenComo lo dijera el apóstol Pablo: «…la palabra de la cruz es locura a los que se pierden…» (1Co. 1:18).  El problema radica en que algunos de los que se hacen llamar “hijos de Dios”, hacen lo mismo que los mundanos o impíos, buscan lo mismo, valoran lo mismo, van detrás de lo mismo y de esta manera devaluamos y ridiculizamos al Dios verdadero y pisoteamos la sangre preciosa de nuestro Salvador Jesucristo.  

Mis queridos hermanos, es tiempo de actuar porque han invalidado la palabra de Dios. Dios es real y su poder es grande. Hermano amado, tú que dices que eres de Cristo ¿Dónde está tu santidad, con la cual revelas la naturaleza del Dios al cual amas? ¿Dónde está la fe poderosa que sostiene al débil ante su enemigo, que desafía a la muerte porque ha preferido la presencia del Dios altísimo antes que los deleites temporales de la vida? ¿Dónde está el celo por las cosas de Dios y su palabra?  No me refiero al fanatismo ignorante de la religión, carente de toda revelación de la voluntad de Dios, sino a aquel que aún a expensas de su honor o integridad, defiende sus convicciones y no las pone a la venta ni al chantaje. Estos son verdaderos hijos de Dios que exhiben en pleno sigo XXI al Dios vivo, al cual se han convertido en espíritu, alma y cuerpo. A ese bendito Dios es al que sirvo de corazón, menospreciando todo para agradarle en todo.  Vamos hermanos amados, dejemos que la poderosa luz de Cristo se manifieste en nuestros débiles cuerpos, que Dios los bendiga.  Amén.