“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…”  (Mt. 11:28-29). Sin el conocimiento de Dios, el mundo corre, trabaja y estudia, para asegurarse la comida, bebida y vestido. Dios a su pueblo dice: No os afanéis, buscad el reino de Dios y su justicia; y nos promete enviar las añadiduras. Como ejemplo, un joven que dejó la universidad, ahora está casado, sirviendo en México y predicando el evangelio. ¡Gloria a Dios!

La pregunta es: ¿Nosotros qué hemos dejado para servir a los que tienen hambre y sed de justicia? Hoy es más atractiva la ciencia y crecerá porque es una señal del fin. Un predicador se motivó por sacar una licenciatura y repartiendo las invitaciones para la graduación, perdió la vida. Dios nos libre de las tentaciones. Recordemos y entendamos que, gracias a Dios, cuando nos desviamos del camino, él nos corrige por amor y así enfermos hemos sanado.

Haciendo una visita al Aprisco, cuando se acababa de adquirir este lugar, y acompañado de uno de los siervos, fuimos chocados por un vehículo, que era conducido por unos jóvenes ebrios. El vehículo en el que íbamos dio varias vueltas. Una persona vio el accidente y creyó que estaríamos muertos. Pero al vernos exclamó: ¡Milagro! Posteriormente, viajando a una campaña, el bus donde viajábamos con los hermanos perdió los frenos. El siervo le indicó al piloto: tírese a la hondonada que sigue; y caímos ahí, a unos cinco metros de profundidad. Luego llegó un equipo de apoyo para auxiliarnos, dirigidos por un médico, y fuimos trasladados hacia un hospital. Después de las curaciones nos dieron salida esa misma noche. ¡Gloria a Dios!

Muchas cosas extraordinarias nos mostraron la gracia de Dios. Por eso estamos y seguimos en el camino, oyendo la palabra, escudriñando las Escrituras, para conocer y entender el amor tan grande de nuestro Dios. Leamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Dios ama sin hacer acepción de personas. Vino al mundo y escogió a doce hombres para mostrar el camino, la verdad y la vida, según la profecía que dice: “He aquí mi siervo, a quien he escogido; Mi amado, en quien se agrada mi alma; Pondré mi Espíritu sobre él, Y a los gentiles anunciará juicio” (Mt. 12:18).

Dios nos quiere librar del engaño que sufrió Adán y a Eva, en donde fueron sacados del huerto y perdieron la comunión con el Creador. La oposición a Dios se acrecienta y el enemigo sabe que él y sus ángeles caídos serán condenados. Pero el pueblo de Dios entiende el peligro del tiempo final, donde el amor a Dios y al prójimo se está perdiendo. Y esta condición nos hace valorar lo que Dios le dijo a Israel: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:4-7).

Israel no amó a Dios a pesar de ver su gracia al enviar a Moisés y a Aarón para sacarlos de Egipto, donde eran esclavos. Luego, Dios les abrió el mar y los llevó al desierto durante cuarenta años, donde tuvieron la guianza de las leyes, para entenderlas y cumplir la voluntad del Señor. Además, tuvieron la provisión de todo cuanto pedían: agua de la roca, codornices para degustar la carne y el maná del cielo para saciar su hambre, y sus vestidos y su calzado nunca envejecieron. Por la desobediencia, los que salieron de Egipto murieron, quedando sólo los jóvenes con Josué y Caleb, para pasar a la tierra que fluye leche y miel.

Dios se manifestó para los gentiles, con el nacimiento del Mesías prometido, quien desde los doce años indagaba de los asuntos del reino. Y luego, en su ministerio nos expresa lo siguiente: “Mi madre y mis hermanos son los que hacen la voluntad de mi Padre”. “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: que todo aquel que ve al Hijo y cree en él, tenga vida eterna y yo le resucitaré en el día postrero. Para que esta promesa se cumpla necesitamos morir y nacer de nuevo. Jesús le dice a Nicodemo, un principal entre los judíos: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:14-15).

Dios nos habla mediante su palabra para que podamos conocerle, amarle y servirle. Escuchemos la palabra sin temor a la oposición, sin afanes de este siglo y buscando ser libres del engaño de las riquezas. Si somos buena tierra, oiremos y entenderemos la palabra, para dar frutos que glorifiquen a Dios. No olvides: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor…” (Jn. 15:9-10).

Hagamos la obra del Señor, esperando fielmente su venida. Teme a Dios, guarda sus mandamientos y deja todo aquello que te esté amarrando a este mundo, para que puedas servir y seguir los pasos de nuestro Señor Jesucristo. Que Dios les bendiga. Amén.