En el horizonte de la visión de la vida humana, generalmente pasa desapercibida, por diferentes causas, la verdadera plenitud de Dios. Creamos en él o no, eso no le restará la veracidad de semejante afirmación: la plenitud de Dios es amor y justicia. Dos características fundamentales que deberían de producir en el corazón de todo hombre una actitud reverente y temerosa ante Dios.

Dice la palabra de Dios: “Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (Ro. 11:22). La recomendación del apóstol al decir: “Mira, pues”, es como que nos dijera: presta atención con todo el empeño, preocupación e importancia que contienen las siguientes palabras; ya que nos dan a conocer un misterio: Dios no es sólo amor, sino también actúa con severidad, en función de la aplicación de la justicia merecida al infractor de la voluntad de Dios.

Dios conoce el corazón del hombre y la manera como Satanás ha intervenido en su vida, estorbando el oír con atención, leer con el ánimo de entender, orar con fe y esperanza, etc. El Espíritu Santo nos exhorta a que oigamos y veamos, y el Señor nos habla por medio del profeta Isaías diciendo: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). Mira, mi querido hermano, a quién es al que Dios ve: “al humilde y al que tiembla a mi palabra”. Obviamente, estos serán los que han reconocido el poder y la majestad del Dios vivo, lo cual es evidente a través de las cosas que vemos.

¿Será que entendió Israel? No. Sigamos la lectura del pasaje: “…Y porque escogieron sus propios caminos, y su alma amó sus abominaciones, también yo escogeré para ellos escarnios, y traeré sobre ellos lo que temieron; porque llamé, y nadie respondió; hablé, y no oyeron, sino que hicieron lo malo delante de mis ojos, y escogieron lo que me desagrada. Oíd palabra de Jehová, vosotros los que tembláis a su palabra: Vuestros hermanos que os aborrecen, y os echan fuera por causa de mi nombre, dijeron: Jehová sea glorificado.  Pero él se mostrará para alegría vuestra, y ellos serán confundidos” (Vs. 3-5).

La lealtad de Dios para con sus fieles es inquebrantable. Y aunque los que caen, muchas veces se burlen de los fieles, llegará el día que ellos verán el pago de su insensatez y los fieles verán la recompensa de su fidelidad. Comprendamos que la bondad de Dios es para con los fieles de la tierra, los que luchamos contra todo aquel sistema diabólico creado para hacernos caer y que es capaz de utilizar, astutamente, aun a los más cercanos al creyente. Ya no se diga al resto de los hombres, que son utilizados, a fin de hacernos fracasar en el empeño de alcanzar la gloriosa meta de la salvación.

“Ojo”, ese estado de fidelidad puede cambiar en cualquier momento, si nos descuidamos. Y podemos caer, peligrosamente, en el campo de los que cayeron. Y corremos el tremendo peligro de ser cortados, quizás no por nosotros como hombres, sino de parte de Dios, ya que así lo afirma el pasaje inicial del libro de Romanos, que dice: “Pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado”. Mi querido hermano: ¿Has entendido esto? ¿De qué otra forma quieres que Dios demuestre su amor para con la humanidad?

Dios nos habla de muchas maneras para despertar nuestra atención a él. Es como que le dijera al hombre: “Mírame a mí, aquí estoy; soy yo el que te creó, te formó y te hice este bello planeta donde te puse, para que seas feliz y disfrutes de mi presencia. Y no sólo eso, sino también no tengas pena por el pecado que produjo tu muerte, pues envié a mi Hijo unigénito, para que en él recayera la culpa de tu pecado; lo único que tienes que hacer es: seguirlo, amarlo y obedecer sus mandamientos”.

El Señor dice así en su palabra: “Pero así como ha venido sobre vosotros toda palabra buena que Jehová vuestro Dios os había dicho, también traerá Jehová sobre vosotros toda palabra mala, hasta destruiros de sobre la buena tierra que Jehová vuestro Dios os ha dado, si traspasareis el pacto de Jehová vuestro Dios que él os ha mandado…” (Jos. 23:15-16). Los tiempos finales ya están cumpliéndose y la oportunidad de alcanzar la salvación en Cristo Jesús, todavía está al alcance de todo aquel que se arrepienta y se convierta. Pero me temo que el número de los escogidos, cuya característica es la fidelidad, se va volviendo cada vez menor.

Son pocos los que oyen a Dios; son pocos los que temen a Dios; son pocos los que esperan el cumplimiento de sus promesas; son pocos los que están preparados con sus lámparas encendidas; son pocos los que están velando. ¿Estás tú entre ese remanente llamado los pocos? O te acontecerá lo que dice la palabra, leamos: “…y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia (pecado) (2. Ts 2:10-12).

Mi amado hermano, no esperes llegar hasta este extremo. Sé fiel y verás la bondad de Dios; no seas infiel, porque verás la severidad de Dios. Prepárate porque Cristo viene. Dios les bendiga. Amén.