Las aflicciones y la muerte se siguen manifestando, pero el Señor Jesús nos dice en su palabra: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. Demos gracias a Dios por esta valiosa promesa que nos ha dado. En nuestros países, subdesarrollados, los gobernantes y los profesionales ponen su confianza en sus capacidades y posesiones. Y las familias de escasos recursos se sienten sin oportunidades. Ambos están sin esperanza. Pero las familias que oyen y creen a la palabra de Dios, experimentan un despertar espiritual. Otros, en menor grado, siguen el consejo doctrinal. Y se motivan para escudriñar en familia las Sagradas Escrituras, para entender la justicia y los juicios de Dios.

Necesitamos buscar cada día la llenura y la presencia del Señor. Entendiendo y esperando con paciencia y con la fe que agrada a Dios, ya que su palabra nos dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados  (…) y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:28-30). Esto es para los hijos de Dios, quienes sirven a Jesucristo por amor. Por eso nos dice el apóstol Pablo: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (V. 18).

Esta pandemia ha afectado a muchos de nuestros hermanos. Algunos han tenido una nueva oportunidad de vida, para continuar la obra de Dios con más fe para edificar. Otros ya partieron, pero confiando en la palabra que nos dice: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia”. Esto es participar de la nueva vida en Cristo, para resucitar y llegar con el Señor, en donde nos esperan cielos nuevos y tierra nueva, en donde mora la justicia. Isaías nos dice: “Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte; porque luego que hay juicios tuyos en la tierra, los moradores del mundo aprenden justicia” (Is. 26:9).

Recordemos y enseñemos la palabra de Dios en todo lugar, principalmente en casa, con la familia, instruyendo al niño en su camino, para que cuando llegue a viejo no se aparte del buen camino. Y que aprenda con la palabra y el testimonio en el hogar, cómo llegar al Padre y cómo buscar el reino de Dios y su justicia. Y así, cuando llegue a la adolescencia y la juventud, en donde hay más peligro de la contaminación material, tenga la fortaleza de Dios para vencer al mundo.

Salomón comenzó con una buena influencia buscando la ayuda de Jehová. Lamentablemente, el mundo y su carne lo apartaron y desviaron su corazón tras ídolos vanos. Pero escribió muchos Proverbios y el libro de Eclesiastés, en donde hay buena enseñanza para vencer y no ser vencidos, leamos: “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos; pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios. Quita, pues, de tu corazón el enojo, y aparta de tu carne el mal; porque la adolescencia y la juventud son vanidad” (Ec. 11:9-10).

Y luego, Salomón termina su reflexión con esto: “…No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14).

En tu hogar ¿Qué tiene prioridad? ¿Los temas para elevar la posición social o económica? ¿O te gustaría conocer más a Cristo y vivir para él? En mi experiencia, vi a jóvenes que por el afán de conocer más de la ciencia que engaña, perdieron la vida. Uno de ellos era un pastor de un grupo juvenil. Dios enseña que toda injusticia es pecado y la paga del pecado es la muerte. Por ello, entendamos el consejo a Timoteo: “…guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia…” (1 Ti. 6:20).

Los hombres que dominan estos recursos y la tecnología, creen ser como Dios. Habacuc dice: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá” (Hab. 2:4). Los centros educativos son estimulados por el conocimiento material e intelectual, pero a la iglesia el Señor nos dice: “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”. Y también nos agrega: “y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesucristo, el autor y consumador de la fe”.

La ciencia y las glorias vanas promueven el amor al dinero. Quieren más y más dinero, que es la raíz de todos los males. No creen en ese valor más poderoso que el dinero: la fe. Esa fe que mueve montañas, que nos justifica, que nos sana, que nos da paz y la seguridad de la vida eterna. Si clamamos con necesidad a Dios, suplicando el perdón y con esa fe en nuestro corazón, recibiremos las promesas del Señor y testificaremos de sus obras maravillosas en esta nueva vida. Que Dios nos ayude. Amén.