Hay muchas formas de atrapar la vida y la voluntad de los hombres. Y en todas, lo más importante es sacarlos de sus «valores puros y verdaderos»; y mediante distractores y fantasías externas, crear un ambiente, aunque ficticio, lleno de satisfacciones ampliamente perceptibles. Todo esto inicia en la mente y luego en necesidades creadas y trasladadas a los sentidos y sistemas orgánicos, físicos y biológicos, en donde se experimentará diferentes efectos de placer, que se convierten en hábitos y dependencias mórbidas.

Tal es el caso de las drogas, el alcohol, los estimulantes psicotrópicos, sedantes, sexo, etc. Inclusive, algunas formas de vida envueltas en vanidades, molicies, hasta perversas degeneraciones, en donde, por el efecto aparentemente agradable que destilan, se deja de percibir todo daño colateral y degenerativo. Y luego que estas prácticas se vuelvan repetitivas, se constituyen en un verdadero estilo de vida, el cual es una verdadera prisión, “tal vez de oro y muy cómoda, pero prisión”. Que nos envuelve dentro de agradables y placenteras sensaciones carnales, de donde no podemos ni deseamos salir. Luego, el caso se convierte en endémico o crónico, llevando a los individuos a la enajenación y la muerte misma.

Esta realidad que uso como figura, aunque es una experiencia vívida para muchos, por no decir a todos los hombres, quiero trasladarla a otro plano, aún más trascendental y funesto. Y es: la conquista de las almas simples, que mediante la embriaguez de las diversas filosofías y usando las emociones o «vino de la religión» por medio de ritos, prácticas y falsos predicadores, suavemente forman patrones de conducta, muchas veces irreversibles. Haciendo creer que lo que sientes es real y te llevará a la eternidad con Dios.

Sin percatarte que lo que sientes es una verdadera “borrachera espiritual”, leamos: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu…” (Ef. 5:18). La embriaguez es un estado transitorio de inconsciencia o perturbación, por la ingestión de algo ajeno al individuo. Y le hace perder su realidad material, intelectual y espiritual. En este pasaje se nos enseña que aun el vino, que es material y que causa serios efectos temporales colaterales, debe ser para nosotros como una prohibición personal. Esto es casi imperceptible e introducido hasta la falsedad y perversión.

De allí, que algunas creencias paganas decían que Dios vivía en la sangre de las uvas, de manera que al beber el vino, el hombre estaba bebiendo a Dios mismo. La embriaguez se consideraba como un sacramento, en el que se suponía que el hombre estaba bajo el control del dios que lo llenaba. Si esto es referido a algo material, cuánto más la embriaguez que ha de repercutir no sólo en nuestra vida material, sino en cuanto a las expectativas de una eternidad.

Todo esto es manifiesto en la influencia religiosa y mediante filosofías, ritos, cultos, sacrificios y argumentos bien planteados, que embriagan sutilmente el frágil intelecto de aquellos que buscan ansiosamente, no la presencia de Dios en ellos, sino hinchar la mente con el conocimiento de las cosas, volviéndose un verdadero «vicio intelectual», leamos: “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Ec. 1:8). Recordemos que en el Edén, el primordial reto satánico fue «a la vanidad del intelecto»: conoce, aprende, piensa, razona, conquista, entonces serás cómo Dios.

Lo más trágico del engaño es que se usa la misma retórica bíblica, sin poder reconocer que en este plan fraudulento, únicamente se evidencia la exposición gramatical de la letra; y ésta, sin revelación del Espíritu Santo, se vuelve una verdadera trampa. Tal es el caso de algunas tendencias judaizantes, que, basándose en la misma Torá y otros, envuelven la mente “intelectual y religiosa” en legalismos esclavizantes, que fueran abolidos por la bendita misericordia de Dios, mediante Jesucristo.

Leamos: “Y tal confianza tenemos mediante Cristo para con Dios; no que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios, el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Co. 3:4-6). Dice, además: “…sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece (hincha), pero el amor edifica” (1 Co. 8:1).

Dios en su amor, nos lleva al entendimiento de mantener un estado de sobriedad y equilibrio espiritual. Y no es que seamos seres insensibles al dolor, al gozo, a las emociones ordenadas, al amor «fileus» y aun al amor «eros», sino que, mediante la asistencia real del Espíritu Santo, seamos guiados a toda justicia y a toda verdad, en santidad, dignidad y honor; anteponiendo ante todo el amor a Dios y al prójimo.

Estamos viviendo en los últimos tiempos, en donde la embriaguez religiosa ha ahondado a grandes niveles de error y confusión, en prácticas paganas sincréticas con el cristianismo. Tales como: doctrinas de la prosperidad de los telepredicadores neo pentecostales, exorcismos, ecumenismo, levitaciones, trances hipnóticos, psicosis grupales, inducciones con músicas paganas afines al vudú y otras. Y a la pérdida de la voluntad y dominio sobre emociones.

Y ante la orden y “el soplido del ungido”, los simples caen al suelo, sin control de su fisiología simpática y parasimpática. Perdiendo aun control de esfínteres digestivos y urinarios. Dicen tener extrañas percepciones, emulando a ritos eminentemente satánicos bajo la dirección de perversos líderes y falsos pastores, que al final se aprovechan en lo económico, material y hasta lo sexual; al extremo de verdaderos pederastas, encantando a las almas para sí y encaminándolas al mismo infierno. Parece cruel, pero es nuestra realidad actual.

Amado hermano, recordemos que estamos en el mundo, pero no somos del mundo. Así que, sabiamente y en sobriedad, mantengamos firme la sana doctrina en fe, ánimo, amor, santidad y esperanza, hasta la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Él viene por una iglesia sobria y que en una dependencia divina estará heredando la gloria de Dios. Ánimo pueblo, aún hay esperanza. Así sea. Amén y Amén.