“He aquí yo pongo hoy delante de vosotros la bendición y la maldición: la bendición, si oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, que yo os prescribo hoy, y la maldición, si no oyereis los mandamientos de Jehová vuestro Dios, y os apartareis del camino que yo os ordeno hoy, para ir en pos de dioses ajenos que no habéis conocido” (Dt. 11:26-28).

         Dios, no ha cesado de hablar al hombre desde sus orígenes. Y lo invita a que escoja entre la obediencia y la desobediencia, con las respectivas implicaciones de cada una. Pero la historia se sigue repitiendo y se seguirá repitiendo. Algunos estamos dispuestos a obedecer y la gran mayoría, ignorando las advertencias, a desobedecer.

Si analizamos la verdadera causa de la caída del hombre en el pecado, no fue tanto el comer de un fruto determinado; esa sólo fue la acción consumada. La verdadera causa de la caída fue la desobediencia. Eva ignoró o se le olvidaron las palabras de Dios que dijo: Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día  que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:16-17).

Las consecuencias de semejante pecado, hasta el día de hoy las estamos sufriendo. Esto cambió totalmente el panorama de la existencia del hombre sobre la tierra, al volverla más corta de lo que Dios había diseñado, y su proyección futura, en lugar de una vida de paz y felicidad. De estar disfrutando de la maravillosa creación de Dios, hecha para el hombre, se convirtió en un lugar de sufrimientos y dolores.

Las maldiciones que cayeron sobre Adán y Eva fueron terribles. Dios maldijo a la serpiente, haciendo que se arrastrase sobre el polvo. Maldijo a Eva, permitiendo que se multiplicaran en gran manera los dolores en su embarazo y alumbramiento. Maldijo a la tierra a causa de Adán, haciendo que con mucha dificultad sacara el fruto de ella. Y finalmente, terminó expulsando a Adán y a Eva del huerto del Edén. Y lo más tremendo de todo, bloqueó totalmente el paso al árbol de la vida, que le hubiera dado al hombre la oportunidad de la eternidad. Podemos leer esto en Génesis 3:14-24.

Y toda esta desgracia como consecuencia de un mal: la desobediencia a los mandamientos de Dios. ¿Queremos gozar de las abundantes bendiciones que están en la buena voluntad de Dios? Sólo tenemos que someternos a los mandamientos de Dios, de todo corazón. Si quieres demostrar que crees en Dios, hay una manera objetiva, veraz e indubitable: no seas rebelde a sus ordenanzas. No seamos desobedientes a su voluntad.

Hagamos lo que a Dios le agrada y te puedo asegurar que el Dios Todopoderoso estará de nuestro lado siempre. Su eterno poder y deidad será manifiesto en tu vida, y seremos testigos oculares de la gloria de Dios. Veamos cómo responde Jesús a la pregunta antes descrita: “Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Jn. 14:23-24).

El origen de la palabra obedecer es: oír, persuadir, dar crédito para obedecer. Quiere decir que la obediencia es producto de un oír atentamente y ser convencidos de que lo que oigo es verdadero y digno de ser puesto por obra. Por eso las palabras del Señor Jesús cuando dice: “Y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. Mis queridos hermanos, el premio a los discípulos que oyeron y creyeron, fue que el Padre y el Hijo harían morada en él.

Pero la consecuencia de haber oído y no haber creído fue la desobediencia y ésta trae consigo el castigo, pues todo transgresor no quedará impune ante la justicia de Dios. Leamos: “Por tanto, es necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?…” (He. 2:1-3).

Si la desobediencia es tan trágica y sus consecuencias son muerte eterna, “…¿cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir?…” (2 P. 3:11). Mis amados hermanos, el tiempo se acerca y la venida de nuestro Salvador Jesús es inminente. En su infinita misericordia, Dios reabrió el camino al árbol de la vida, que fue clausurado por él mismo en el huerto del Edén. Ahora, está accesible nuevamente, mediante el sacrificio expiatorio que Jesucristo hizo por nuestros pecados al morir en la cruz.

Ahora toca nuestro turno, igual que lo tuvo Adán y Eva. Pero el principio sigue siendo el mismo, tenemos delante de nosotros, igual que ellos, la bendición al que obedece y la maldición al que desobedece. Están presentes delante de nosotros los dos árboles: el de la vida (Cristo Jesús) y el de la ciencia del bien y del mal (Satanás). ¿Cuál escoges tú? No será tu boca la que lo afirme o lo niegue, sino serán tus frutos, tus obras, tu conducta y tu testimonio.

Mi querido lector, no podemos tener una posición ambigua ni indefinida, tenemos que tomar una decisión. Si estás en la iglesia afírmate de una vez por todas. Si no has tomado la decisión hazlo cuanto antes, pues puede que sea muy tarde cuando lo hagas. Que el amor de Cristo abra tus ojos. Amén y Amén. ¡MARANATHA!