“Has cambiado en danzas mis lamentos; me has quitado el luto y me has vestido de fiesta. Por eso, Señor y Dios, no puedo quedarme en silencio: ¡te cantaré himnos de alabanza y siempre te daré gracias!” (Sal. 30:11-12 DHH). Las Sagradas Escrituras están llenas de pasajes que manifiestan una verdadera explosión de gozo y alegría, en el espíritu de aquellos que han sido objeto de las proezas de Dios. Tanto a nivel de nación, como en el caso de Israel, como de manera individual, a reyes, nobles, patriarcas, profetas, apóstoles, impíos como el caso del rey Nabucodonosor, gentiles, etc.

Dios, en su inmensa misericordia y clemencia para con los hombres, ha manifestado con hechos tangibles su favor para con ellos. Dejando testimonio de su poder sobre todas las cosas creadas y su dominio absoluto sobre todo cuanto se mueve y existe en este universo, creado y formado por él. En el Antiguo Testamento, encontramos la presencia de Dios protegiendo a su pueblo Israel de sus enemigos; liberándolo de Egipto por medio de Moisés, haciéndole pasar en seco en medio del mar y abriendo camino donde no existía ninguno. Lo cuidó, alimentó y sostuvo durante cuarenta años en el desierto.

Luego los introdujo por medio de Josué a la tierra prometida -Canaán- y habiendo distribuido las heredades por cada tribu, les estableció Jueces para que los libraran de sus enemigos. Hasta que el pueblo pidió rey y les dio reyes que los gobernaron. También Dios tuvo que castigar la rebeldía de su pueblo, permitiendo que terminaran como esclavos de los babilonios, de los asirios, de los medos persas, de los griegos, de los romanos, quienes los persiguieron para matarlos. Teniendo Dios que esconderlos y creando la diáspora hebrea, que diseminó a los israelitas por todo el mundo, para protegerlos del exterminio satánico que pesaba sobre ellos.

Pero en medio de aquellas batallas y persecuciones, Dios manifestaba su protección, leamos: “Alabadle por sus proezas; Alabadle conforme a la muchedumbre de su grandeza” (Sal. 150:2). “Jehová será refugio del pobre, Refugio para el tiempo de angustia. En ti confiarán los que conocen tu nombre, Por cuanto tú, oh Jehová, no desamparaste a los que te buscaron” (Sal. 9:9-10).

         A lo largo de la historia bíblica y pasando por los momentos de tribulación y angustia, el que espera y confía en el Señor Dios Todopoderoso, reconocerá que Dios estuvo en cada situación. Esto nos motiva a glorificar y cantar con todo el corazón al único que merece alabanza, a Dios nuestro Padre. Y hasta el día de hoy, aunque parezca imposible, allí está Israel, el mismo pueblo que Dios levantó de los lomos de Abraham, de Ur de los caldeos.

Fueron preservados por su mano poderosa. Y contra todo pronóstico, fueron librados de la mano de naciones que quisieron destruirlos, incluyendo al último, que fue Adolfo Hitler, durante la segunda guerra mundial. Este hijo de Satanás, exterminó a más de seis millones de judíos. Pero no obstante, allí está el pueblo de Dios, ISRAEL. Y muy pronto llegará el momento en que reconocerán a Jesucristo como el Mesías prometido; y lo glorificarán y lo exaltarán, como lo hacemos nosotros.

Nuestra historia

En el libro de Apocalipsis, se lee de un coro que canta como el estruendo de muchas aguas, el cual está compuesto por millones y millones. ¿Y sabes por quiénes está conformado? Ni más ni menos que por los redimidos del pueblo de Israel y por la iglesia redimida de entre los gentiles. De ambos pueblos Dios hizo uno, por medio del sacrificio expiatorio de Cristo Jesús en la Cruz.

Leamos: “Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos (representando las 12 tribus de Israel y los 12 apóstoles de la iglesia) se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos; y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes (…) Y miré, y oí la voz de muchos (…) y su número era millones de millones, que decían a gran voz: El cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza” (Ap. 5:8-12).

Jesús trajo la semilla del evangelio, para sembrarla en el corazón de todos aquellos que tuvieran “oídos para oír”. Y si tú, mi querido hermano, eres uno de ellos, estás metido en el glorioso proceso de la perfección, en el cual vendrán tribulaciones, pruebas, luchas, tentaciones, padecimientos, etc. A través de los cuales, Dios está perfeccionando el hombre interior, de tal forma que esa semilla bendita produzca frutos que glorifiquen su santo nombre y confirmen la efectividad de la obra de Cristo Jesús en su vida y muerte sacrificial en la cruz.

Cuando te encuentres en diversas pruebas, no tengas miedo ni te desmotives, no te vistas de luto ni te aísles, sino regocíjate hija de Sion, que tu Salvador viene, leamos: “Alégrate mucho, hija de Sion (ciudad de Dios); da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9).

Así que mis queridos hermanos, tú y yo somos una verdadera proeza de Dios, por eso: sé fiel hasta la muerte. No te olvides que a través de las pruebas aprendemos y crecemos. Le ruego al Dios eterno, que nos dé poder para producir los frutos que él espera encontrar en nosotros. Bendiciones. ¡Amén y Amén!