Hermanos, no debemos olvidar que estamos en los postreros días. En donde hay proliferación de apóstatas, amadores de sí mismos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, etc. A pesar de todo esto, que es negativo, debemos glorificar al Señor, leamos: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1 P. 1:3-5).

La condición religiosa es un fenómeno explosivo sin amor ni temor a Dios, manifestando frutos donde el camino no lleva al Padre. Por no conocer la santidad ni oír lo que el Señor le dice a su pueblo: “…El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Jn. 14:23).

Siendo miembros del cuerpo de Cristo y reconociéndolo como cabeza, aceptamos el llamado del Señor para seguirle; negándonos al mundo y a la carne, llevando nuestra cruz en esta nueva vida: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12: 1-2).

Para obedecer a nuestro Señor y Salvador, estudiamos una de sus primeras enseñanzas, en donde encontramos cómo el Señor, para ayudar a su cuerpo donde él dirige como cabeza, dejó sus bendiciones o bienaventuranzas para cumplir la función redentora. Dándonos el respaldo que provee su palabra y la presencia de su Santo Espíritu. Todo esto, mediante la fe que mueve montañas y agrada a Dios, quien tiene el galardón que dará al final de nuestra carrera en este mundo.

Analizando las bienaventuranzas, en Mateo 5:3 se reconoce como pobreza de espíritu, nuestra necesidad y deseo de Dios. Luego en el verso 5 se refiere a los mansos, para quienes hay promesa: “Pero los mansos heredarán la tierra, Y se recrearán con abundancia de paz” (Sal. 37:11). La bienaventuranza del verso 6 se respalda con lo siguiente: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Is. 55:1). La del verso 8 también se refiere a esto: “El limpio de manos y puro de corazón; El que no ha elevado su alma a cosas vanas, Ni jurado con engaño” (Sal. 24:4).

Proverbios exaltando las bienaventuranzas: “Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, Y que obtiene la inteligencia; Porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, Y sus frutos más que el oro fino” (Pr. 3:13-14). “El que posee entendimiento ama su alma; El que guarda la inteligencia hallará el bien” (Pr. 19:8). Por eso, el Señor nos dice a sus discípulos: ¿de qué le sirve al hombre si ganaré el mundo y perdiere su alma?

Demos gracias a Dios por su palabra y esperemos su venida agradeciendo las pruebas o tribulaciones que él permite para perfeccionarnos en el amor y en la fe. Para que nuestra perseverancia en la iglesia sea de beneficio, pidamos a Dios escuchar con gozo la palabra, guardándola y poniéndola por obra. No llevando afanes ni amor al dinero, que es la raíz de todos los males; para que seamos productivos y bienaventurados, y no árboles sin frutos, en donde evidenciamos que Dios no está en nosotros y que no tenemos el Espíritu de Dios.

Dios dice a su iglesia: “Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí”  (Jn. 15:4). El oír la palabra y estudiarla en casa con la familia debe ser una norma, si queremos tener paz estando en este mundo, en donde habrá aflicciones.

El Señor, enseñando cómo orar a sus discípulos les dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Lc. 11:9). Si se sabe estás bienaventuranzas y no se hacen, se experimentará lo que le sucedió a los de Israel, quienes fueron libres de la esclavitud con prodigios y milagros. Pero estando en el desierto no cambiaron y quedaron postrados en el desierto.

Para nuestros tiempos y para mostrar el amor al prójimo, y para que cuando los hijos busquen la formación teórica profesional, no sean arrastrados por las personas que les acompañan en el trabajo, tenemos como muestra la vida del joven Timoteo, quien fue guiado por su madre y su abuela. Leamos al apóstol Pablo, hablando a Timoteo: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Ti. 4:12). Y finaliza: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha encomendado, evitando las profanas pláticas sobre cosas vanas, y los argumentos de la falsamente llamada ciencia” (1 Ti. 6:20). Amén.