En una carta anterior vimos cómo el hombre, en un acto de rebeldía y desobediencia a la voluntad de Dios, quebranta la primera ley establecida por Dios. Produciendo el desequilibrio ecológico en este único planeta conocido hasta ahora, que es capaz de albergar vida tal y como la conocemos. La raza humana ha “traspasado las leyes ecológicas” que Dios estableció en la naturaleza, generando el desorden natural del cual somos testigos y víctimas. Comprendamos que el hombre es un títere de la mente diabólica y destructiva de Satanás, por ello Dios emite un juicio terrible contra él y su pandilla.

Leamos: “¡Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios (…) y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol (…) Se inclinarán hacia ti los que te vean (…) diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra (…) que puso el mundo como un desierto? (…) pero tú echado eres de tu sepulcro como vástago abominable (…) porque tú destruiste tu tierra, mataste a tu pueblo. No será nombrada para siempre la descendencia de los malignos” (Is. 14:12-20). Qué sentencia más terrible la que pesa sobre Satanás, sus huestes, y sobre todos aquellos que de una u otra forma hacen su voluntad. Veamos la siguiente causa del caos.

Segunda: Falsearon el derecho (la palabra de Dios)

         “…y no obedecimos a la voz de Jehová nuestro Dios, para andar en sus leyes que él puso delante de nosotros por medio de sus siervos los profetas. Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos” (Dn. 9:10-11). Dios llamó y formó a un pueblo, el cual debería de ser un modelo para todas las demás naciones del mundo. Y le dio leyes, estatutos, mandamientos y preceptos, para llevar una vida social y espiritual conforme a la voluntad de Dios.

Literalmente lo dice la palabra, así: “Porque pregunta ahora si en los tiempos pasados que han sido antes de ti, desde el día que creó Dios al hombre sobre la tierra, si desde un extremo del cielo al otro se ha hecho cosa semejante a esta gran cosa, o se haya oído otra como ella. ¿Ha oído pueblo alguno la voz de Dios, hablando de en medio del fuego, como tú la has oído, sin perecer? ¿O ha intentado Dios venir a tomar para sí una nación de en medio de otra nación (…) con señales y milagros (…) en Egipto ante tus ojos? A ti te fue mostrado, para que supieses que Jehová es Dios, y no hay otro fuera de él (…) Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón (…) Y guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy, para que te vaya bien a ti y a tus hijos…” (Dt. 4:32-40).

Pero Israel no quiso oír ni obedecer. Se corrompieron siguiendo las costumbres de las naciones vecinas, imitando sus culturas idolátricas  y paganas. Mancillando de esta forma los santos mandamientos de Dios, bueno y misericordioso, que a pesar de la dureza de su pueblo se ha reservado un remanente que no ha doblado sus rodillas ante Baal ni se ha corrompido su corazón. Pero el quebrantamiento de estas leyes, arrastró al mundo hacia una caída espiritual más precipitada y mortal. Israel no cumplió el papel que Dios le había designado. Debía de ser el ejemplo ideal para todas las demás naciones del mundo. Su influencia espiritual debió sentirse, pero lamentablemente fue lo contrario, se dejaron influir por el mundo.

Tercera: Quebrantaron el pacto sempiterno (bendición universal)

         “…de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:17-18). La absoluta obediencia de Abraham a la voz de Dios, al ofrecer en sacrificio a su único hijo Isaac, motivó al Señor a hacer un pacto sempiterno o sea, que no tiene fin. Cuyo alcance llega a cubrir a Israel y a todas las naciones del mundo. Pero dice: “En tu simiente”, habla en término singular refiriéndose a Cristo, que vendría de la línea espiritual de Abraham.

Es importante resaltar que Abraham actuó por fe. “Así Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia. Sabed, por tanto, que los que son de fe, estos son hijos de Abraham. Y la Escritura, previendo que Dios había de justificar por la fe a los gentiles, dio de antemano la buena nueva a Abraham, diciendo: En ti serán benditas todas las naciones” (Gá. 3:6-8). Pero Israel y el mundo gentil, que sería la iglesia, mediante el nuevo pacto hecho por la sangre de Jesucristo, en lugar de obedecer por fe a nuestro Dios, los “creyentes” modernos han quebrantado junto con Israel el pacto sempiterno.

Van detrás del mundo y sus aberraciones idolátricas mostradas a través de una avaricia descarada, falsas manifestaciones espirituales, música mundana pero adoptada y adaptada al culto religioso. Han levantado verdaderos ídolos que los manipulan mediante mensajes carentes de unción del Espíritu Santo de Dios, pero más bien influidos por espíritus engañadores que convierten a las almas en verdaderas mercancías, ordeñándoles su dinero y bienes.

La iglesia no es ni sal ni luz del mundo. No sirve para cumplir el propósito por el cual fue llamada. Y nos preguntamos: ¿Por qué el mundo está como está; por qué tanta violencia, crímenes, maldad, inseguridad, turbación, descomposición social, cambio climático, desórdenes ecológicos, etc.? En fin, la razón nos la da su palabra. Así que: “Puesto que todas estas cosas han de ser deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir…! (2 P. 3:11). Mis amados hermanos, que Dios nos preserve para su reino eterno. Bendiciones. Amén.