Dice la palabra de Dios, en un pasaje muy conocido: “Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, No endurezcáis vuestros corazones, Como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto…” (He. 3:7-8). Dios está atento, esperando cuál será la reacción de su pueblo a su llamado, el cual generalmente es de advertencia y protección contra su enemigo. Aunque su llamado va dirigido a la masa humana que conforma su pueblo, esta masa está constituida por individuos que, al final de cuentas, son los que responderán al llamado de Dios.

Ojalá toda la masa se moviera de manera uniforme y positiva, ante el mensaje de Dios, pero desafortunadamente no es así; la decisión es personal e individual. Naturalmente, habrá muchos que deciden por influencia de la mayoría. Pero también habrá quienes, por convicción personal, deciden someterse a la voluntad de Dios; no por seguir a alguien en particular, sino por discernimiento y revelación personal, ayudados por la unción del Espíritu Santo de Dios.

Este pasaje que cito, se refiere al día cuando Israel acampó en el desierto de Refidim y no había agua para beber. El pueblo altercó con Moisés exigiendo que les diera agua, como que si de él dependiera hacerlo. Moisés tuvo que exhortarlos diciendo: ¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová? Pero el pueblo no quiso calmarse y siguió altercando con Moisés y dijeron: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para matarnos de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados? Estas palabras, aunque las dirigieron a Moisés, indirectamente eran contra Jehová.

Era tan grande el enojo de todos contra Moisés, que él tuvo que clamar a Dios pidiendo protección. Dios le dio indicaciones a Moisés para que les diera agua y él lo hizo. Pero aquel lugar quedó marcado en la historia del territorio de Israel, llamándole Masah y Meriba, por la rencilla o enojo contra Jehová y porque tentaron a Dios, diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no? (léase Éxodo 17:1-7).

Estoy convencido de que, en aquel momento, no todos decidieron estar en contra de Moisés. Sino que, aunque la Biblia no lo dice, hubo muchos que estuvieron de acuerdo con Moisés, en esperar con paciencia a que Dios obrara; y no apoyaron el movimiento rebelde del resto del pueblo. Este acontecimiento y otros más, provocaron la ira de Dios contra Israel, a tal extremo que decidió que no entrarían a la tierra prometida, a Canaán, sino que los mandó a deambular por el desierto durante cuarenta años; hasta que muriera el último de los rebeldes y de los que desconfiaron de la presencia y protección de Dios (léase Hebreos 3:7-11).

Mi amado hermano en Cristo, tú que dices que crees en Dios y que confías en su palabra, te exhorto en el nombre de Cristo Jesús, a que no haya en ti, corazón malo de incredulidad que te haga resistir el llamado del Dios vivo en estos tiempos. Pues la incredulidad endurece tu corazón y te vuelve una persona escéptica, que cuestiona y resiste el llamado de Dios, hecho a través de su palabra escrita o predicada. Recuerda que la invitación de Jesús es que seamos participantes de su gloria y morada eterna, disfrutando del reposo conquistado en la cruz del Calvario (léase Juan 14:1-3).

Pero es necesario que retengamos con firmeza y determinación nuestra confianza, fidelidad, lealtad a él, desde el principio hasta el fin de nuestros días, o hasta que él venga por su pueblo que se caracteriza, casualmente, por tener estas cualidades. No sea, mi querido hermano, que, habiendo sido heraldos para otros, peligrosamente seamos destituidos de semejante gloria, al permitir que la incredulidad o duda endurezca nuestro corazón. Recuerda que los que discutieron y contendieron con Moisés, eran israelitas que fueron testigos del poder y de las maravillosas obras de Dios, sacándolos de Egipto.

Quizá tú eres un testigo del poder de Dios, pero estás perdiendo el fervor, el ánimo, la fuerza, el deseo de seguir firme el camino que Cristo nos ha mostrado. Incluso podemos estar cuestionando la palabra, el mensaje y al mensajero, cayendo en un espíritu de murmuración y crítica, como lo hizo Israel en su momento, provocando la ira de Dios. Inclusive llegaron al extremo, en su ánimo criticón, que juzgaron a Moisés por la esposa que tenía. Su hermana Miriam y su hermano Aarón, fueron arrastrados a ese espíritu diabólico de la murmuración, despertando el enojo de Dios contra ellos.

Naturalmente que nosotros, los que predicamos el evangelio, estamos expuestos a cometer errores y ser juzgados por ellos; pero todo debe hacerse en el temor de Dios y no con ánimo de destruir sino de edificarnos mutuamente. Este mensaje es para ti, no para la masa, sino para ti, que quizás te sientas aludido. Piensa que muchos no pudieron entrar al reposo de Dios por la dureza de su corazón, provocada por la incredulidad (Hebreos 3:19).

Yo sigo teniendo la firme convicción de que esta obra, esta iglesia, fue levantada por el mismo Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo y que el tesoro de su palabra revelada por su Santo Espíritu, es el que nos guía hacia la vida eterna. Y que el mensaje que Dios nos ha dado, está exento de toda avaricia e intereses mezquinos personales que contaminan la pureza de la palabra revelada.

Mi querido hermano, solamente cree de todo corazón y responde al llamado que Dios te hace hoy a ti. Oro para que el Señor sensibilice tu corazón y escuches con fe y no con incredulidad, pues esto no te conviene. Que Dios derrame su presencia sobre todo aquel que cree de corazón puro. Dios les bendiga. Amén.