Bienaventurados los perfectos de camino, Los que andan en la ley de Jehová. Bienaventurados los que guardan sus testimonios (…) ¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Sal. 119:1-2 y 9). El riesgo de la juventud sin el nuevo nacimiento es grande, porque el enemigo conoce las debilidades que se sufren en la carne. Y por ello, se dan las tentaciones como lo hizo desde el principio con Eva, diciendo: “ustedes serán como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Eva desobedeció a Dios, fue engañada y comió del árbol de la ciencia del bien y del mal.

El enemigo buscó frustrar el camino de salvación que Dios trajo para el mundo. Y probó también a Jesús. Llevándolo a un monte alto, le mostró los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: “…Todo esto te daré, si postrado me adorares. Entonces Jesús le dijo: Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás” (Mt. 4:9-10). El sistema satánico se manifiesta por la ciencia que aumenta, como señal del fin, con efectos negativos para la ecología, más la contaminación ambiental. Todo esto afecta la salud y la producción de alimentos para los seres humanos.

Para pelear y vencer al maligno, Dios envió a Jesucristo, quien vino para enseñar el camino y la vida eterna, con su entrega y su muerte. Dándonos la enseñanza a los padres y a los jóvenes, de cómo vencer al maligno. Entendamos la palabra que nos dice: “No améis al mundo”. Si amamos al mundo, como estábamos antes del nuevo nacimiento, no podremos amar al que nos amó, a Dios, quien dio a su Hijo para que todo aquel que en él crea, no se pierda, mas tenga vida eterna.

Y debemos dejar los afanes, el amor al dinero y las glorias vanas. Sintiendo en nuestro corazón, la paz que Cristo da al decirnos: “No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”. En este camino hay aflicciones, pero estamos confiando en el que ha vencido al mundo; porque sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien. Sabiendo que lo que experimentamos servirá para permanecer y crecer en la fe, en la esperanza y en el amor a Dios y al prójimo. En la nueva vida vemos cómo el mundo, que está bajo el maligno, crece en la tecnología y la ciencia, pero también cómo crece la violencia y la corrupción.

El maligno trabaja sutilmente en la iglesia. Por ello, el Espíritu advierte a la iglesia de Laodicea, que es tibia, leamos: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete” (Ap. 3:17-19).

Para no caer, Dios nos da de su Espíritu para oír y escudriñar las Escrituras con los de la casa, buscando el camino a la vida eterna. David escribe: “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto” (Sal. 25:14). El principio de la sabiduría es el temor a Jehová. El Señor Jesús nos vino a mostrar ese verdadero amor al prójimo que debemos conocer, practicar y enseñar. Jesucristo le dice a sus discípulos: “…Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él” (Lc. 18: 16-17). En esto aprendemos cómo se nace de nuevo.

Y en este proceso espiritual, es importante la función de la madre como ayuda idónea. Ella transmite amor con su conducta, especialmente con los niños. Por ello, se debe atender al consejo que dice: Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él (Pr. 22:6). Recordemos a la abuela y a la madre de Timoteo. Si esto no se vive en el hogar, cuando el adolescente salga al mundo será arrastrado por el mal. El joven lleva el mismo peligro. Pero si en casa, como familia, los padres leen y escudriñan las Escrituras, se cumplirá lo dicho por David: Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan (Sal. 37:25).

Esta carta busca entender, reflexionar y llevar a la práctica el amor y el temor a Jehová. Sin la palabra de Dios, lo que vemos y oímos en el mundo nos induce a tener temor de la soledad, la pobreza, las enfermedades y mayormente a la muerte. El Señor nos dice a quién debemos temer: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Este misterio se entiende, cuando somos movidos a clamar la ayuda de Dios, en el momento de sentirnos solos, perdidos, angustiados, sin el auxilio de nada ni de nadie.

Los israelitas, cuatrocientos años antes del establecimiento del Evangelio, perdieron el pacto de la vida y paz, olvidándose del amor a Jehová. Cayeron en iniquidad y Dios les dice: “…habéis corrompido el pacto de Leví, dice Jehová de los ejércitos. Por tanto, yo también os he hecho viles y bajos ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos, y en la ley hacéis acepción de personas” (Mal. 2: 8-9). Que Dios nos ayude. Amén.