“Sesenta son las reinas, y ochenta las concubinas, Y las doncellas sin número; Mas una es la paloma mía, la perfecta mía…” (Cnt. 6:8-9). En las Sagradas Escrituras encontramos una serie de adjetivos, que describen o identifican la manera como Dios ve a su iglesia verdadera. Hago la salvedad de VERDADERA. No a la iglesia nominal u organización social, fundada por hombres, sino me refiero a ese pueblo verdadero. Me refiero a esos fieles creyentes que en la palabra de Dios reciben el adjetivo de ESCOGIDOS, a los cuales el Señor les llama también: el remanente.
Existen más de dos mil millones de cristianos, entre comillas, en el mundo; siendo la iglesia cristiana una de las organizaciones religiosas más grandes del planeta tierra. Pero ¿cuántos de estos cristianos, entre comillas, son reconocidos por Dios como fieles e hijos suyos, dentro de este universo religioso denominado cristiano? Entiéndase seguidores de la vida y mensaje del Señor Jesucristo. Se estima que hay seiscientos sesenta millones de evangélicos protestantes; el resto se distribuyen entre las otras denominaciones, clasificadas como cristianas.
Quiero llevarlos a esta reflexión, mi amado hermano y creyente en Jesús y su evangelio: ¿CÓMO VE DIOS A SU IGLESIA? La verdadera, naturalmente. En el pasaje inicial dice el Señor que muchas son las reinas y mucho más grande es el número de las concubinas. Y muchísimo más grande el número de las doncellas. Pero la amada, la escogida, la perfecta, sólo es una: su iglesia.
El Señor Jesucristo lo describe de esta forma: “…porque muchos son llamados, mas pocos escogidos” (Mt. 20:16). También en el Libro de Romanos leemos: “…Si fuere el número de los hijos de Israel como la arena del mar, tan solo el remanente será salvo…” (Ro. 9:27). Esta sentencia bíblica, afirma que son pocos los que alcanzan el adjetivo de remanente o escogidos, en relación a los que reciben el llamado divino en sus vidas «denominados: llamados», para tener el derecho de entrar a la gloria de Dios.
Mi querido lector, si tomaras en cuenta seriamente tu testimonio y tu vida diaria, ¿cómo crees que Dios te ve a ti? ¿Estarás entre los llamados solamente? O ¿Estarás ya entre los escogidos? Creo que ninguno de nosotros podemos engañarnos a nosotros mismos, aunque la Biblia afirma que: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá? (Y responde el Señor) Yo Jehová, que escudriño la mente, que pruebo el corazón, para dar a cada uno según su camino, según el fruto de sus obras” (Jer. 17:9-10).
No podemos engañar a Dios, él lo ve todo, él lo escudriña todo. No hay nada que se pueda esconder de él, no hay nada oculto, todo está desnudo en su presencia. Por lo tanto, es una verdadera simpleza pretender engañar a Dios. Ahora, veamos cómo ve Dios a su iglesia amada, la escogida, formada por ese remanente. Leamos: “Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo” (Is. 62:3). ¡ALELUYA! No sé si eres capaz de entender semejante afirmación divina: “corona de gloria y diadema de reino”.
Sí, mi amado hermano, así ve Dios a su remanente. Somos como ese símbolo de la realeza y de dignidad; y dice que estamos en la mano del mismo Dios. Somos la razón de su alegría y nos exhibe con satisfacción ante los principados y potestades, como victoriosos a través de Jesús. Leamos otro pasaje: “Y los salvará en aquel día Jehová su Dios como rebaño de su pueblo; porque como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra” (Zac. 9:16). Aquí, el Señor ve a sus fieles como piedras preciosas que adornan la corona de la majestad de Dios. Y no son cualquier piedra ni vulgares chayes, hablamos de piedras preciosas como la esmeralda, el zafiro, la amatista, el ónice, el topacio, la cornalina, etc.
Dice también el apóstol Pablo: “…sino mostrándose fieles en todo, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador” (Tit. 2:10). ¿Somos esas piedras preciosas que adornan la doctrina de Cristo, que vino directamente del Padre? ¿Eso eres tú? ¿Eso somos cada uno de nosotros? Bueno, a todos los que peleamos ardientemente por la fe que una vez nos ha sido dada y por la santidad en nuestras vidas, así nos ve nuestro Padre Eterno.
En el Antiguo Testamento dice: “Y serán para mí especial tesoro, ha dicho Jehová de los ejércitos, en el día en que yo actúe; y los perdonaré, como el hombre que perdona a su hijo que le sirve” (Mal. 3:17). En este pasaje Dios llama a su iglesia: su especial tesoro. No sólo somos un tesoro para Dios, que ya sólo eso es grandioso, sino que nos ve como un especial tesoro. Eso nos da una brillante idea de la manera de cómo él está dispuesto a protegernos, bendecirnos, preservarnos, defendernos, salvarnos, etc.
Así que de la manera que estamos dispuestos a proteger un tesoro material, así Dios está dispuesto a todo por amor de sus escogidos. A tal extremo que dio a su único Hijo en sacrificio, para rescatar ese tesoro que está en el mundo, leamos: “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre” (Hch. 20:28). A él sea todo honor y gloria, por los siglos. Amén. ¿Cómo te ve Dios a ti? Que Dios te bendiga.
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