Hablar pero no hacer, es condenado por Dios

15 febrero, 2015

Leamos: «Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre» (Jn. 8:38).  Si hay algo indiscutible en cuanto al mensaje de Jesucristo, es el hecho de que encerraba el reto de dejar la tentación, de hablar pero no hacer lo que hablo.  

Esta pequeña pero gigantesca diferencia era la que definía los polos entre Jesús y los predicadores de su época.  Es la marcada diferencia entre Dios y Satanás. Cristo enseñaba hacer justicia y buenas obras, y no tanto enfrascarse en vanas discusiones doctrinales que llevan al hombre a la confusión y turbación.  En el pasaje anterior, el Señor Jesús deja claro que él hablaba lo que había visto “hacer” al Padre (obras); por el contrario, los religiosos hacían lo que habían oído (filosofía religiosa), aunque no hubieran obras de su “padre”, que era Satanás.  La sabiduría del diablo está basada en la habilidad de hablar, razonamientos astutos, pensamientos altruistas, buenos ideales acompañados de elocuentes exposiciones. Así es el árbol  de la ciencia del bien y del mal: «…codiciable para la alcanzar sabiduría…» (Gn. 3:6).  Por el contrario, la sabiduría de Dios que viene de lo alto, está fundamentada y cimentada en los hechos, conducta y obras palpables y evidentes, como lo diría el apóstol Santiago: « ¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta “sus obras” en sabia mansedumbre» (Stg. 3:13). Observe cuidadosamente, dice: “obras en sabia mansedumbre”; no habla de los show-man que abundan hoy en día, a los cuales les fascina hacer alarde de manifestaciones de poder, pero más para ganar adeptos a él y no tanto llevar almas al arrepentimiento de sus pecados.  El Señor Jesús les decía a los religiosos de su época: «Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis.  Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre» (Jn. 10:37-38).   Aquí residía el poder de las palabras del Señor Jesús: “él hablaba lo que hacía” y el Padre celestial respaldaba lo que Jesucristo decía.  Los show-man modernos son exhibicionistas, capaces de hacer prodigios y milagros engañosos, y los indoctos caen postrados ante semejante despliegue de “poder engañoso” y capacidad persuasiva, tergiversando y adulterando la verdad sencilla del evangelio de Cristo.  Estos medran del griego “Kapoleuo” que significa: “actuar engañosamente con el afán o interés de obtener una sórdida (mezquina y avarienta) ganancia personal”, leamos: «Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios y delante de Dios, hablamos en Cristo» (2Co. 2:17).  Añade más adelante: «Antes bien renunciamos a lo oculto y vergonzoso, no andando con astucia, ni adulterando la palabra de Dios, sino por la manifestación de la verdad recomendándonos a toda conciencia humana delante de Dios» (2Co. 4:2).

No cabe duda que el que mucho habla es porque tiene poco que mostrar con su vida, el Señor Jesús les decía a sus discípulos, con respecto a la conducta de los fariseos: «…porque (ellos) dicen pero no hacen» (Mt. 23:3).  Hermanos amados, hablar pero no hacer es condenado por Dios, a esto se le llama “palabras ociosas”, de las cuales daremos cuenta en el día del juicio. También se le llama “habladores de vanidades”, leamos: «Porque hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores… a los cuales es preciso tapar la boca; que trastornan casas enteras, enseñando por ganancia deshonesta lo que no conviene» (Tit. 1:10-11).  Mostremos pues, con espíritu de mansedumbre el poder (actuar) transformador de la palabra de verdad en Cristo delante de Dios y los hombres.  El reino de Dios, que fue lo que Cristo vino a anunciar mediante el evangelio, se da a conocer a través de una sabiduría que se demuestra con obras y un testimonio que no puede dudarse, leamos: «Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo» (1Co. 1:17).  También dice: «…acordándonos sin cesar delante del Dios y Padre nuestro de la “obra” de vuestra fe, del “trabajo” de vuestro amor y de vuestra “constancia” en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo… pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo (obras)…» (1Ts. 1:3-5). Hermanos en Cristo, entended que arrepentirse y no convertirse es falso; amar sólo con la boca es hipocresía y hablar de paz sin perdonar es falacia. No tratemos de convencer a los demás sólo con la boca, cuando nuestros hechos lanzan un elocuente mensaje contrario. Que el poder del Espíritu Santo transforme el conocimiento que podríamos tener, en obras que adornen la doctrina de Cristo en nosotros.  Amén.