Administradores de Dios

22 marzo, 2015

Partiendo de este verídico principio: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos” (Sal.24:1-2). No hay discusión, nada en sí nos pertenece en propiedad; sin embargo, el hombre se ha adueñado, menospreciado y aun destruido los bienes del Altísimo. Es importante, que basados en las Sagradas Escrituras, nos ubiquemos en nuestra realidad, en medio de la creación que es nuestro entorno y que disfrutemos responsablemente de los beneficios que Dios en su amor nos permite. Al principio, la tierra estaba desordenada y vacía; tinieblas cubrían la faz de la tierra y vino la luz y voz del omnipotente, y ordenando todo se hace para sí, un paraíso de acuerdo a su sabiduría e inteligencia, y ya estando todo listo, en el sexto día de la creación surge la obra magna de Dios: “el hombre” y lo cataloga como la corona, el sello de todo aquello que hizo y relata el Génesis que fue hecho a imagen y semejanza de él: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase” (Gn.2:15). Léase la función asignada -labrar y guardar-; en otras palabras, que lo hiciera producir mediante su trabajo y que lo cuidara; es decir, que usara su intelecto para protegerlo; o dicho de otra manera, que lo “Administrara”. Administrar, del latín ad (dirección) y minister (sirviente subordinado) significa: “una función que se desarrolla bajo el mando de otro”. Esta es la verdadera asignación desde el principio, no hay engaño en Dios, todo es claro. Cuando Satanás, allá en el Edén le dijo: “tú serás como Dios”, le estaba diciendo: toma posición de dueño, arrebata y dirige solo la creación, no necesitas que nadie te diga qué hacer. Ante esta oferta, el hombre cambió su función de administrador y es así como el ser humano en su torpe e insensato proceder, inicia su carrera de ladrón, depredador y destructor, y en su ansia de poder y gloria, mediante un espíritu de avaricia desmedida, está haciendo casi agonizar la creación que no era suya, sino sólo delegada para una función meramente “administrativa”. Los bosques están destruidos, las especies biológicas degeneradas y desaparecidas, las aguas y el medio ambiente contaminado, el equilibrio ecológico por los suelos. Mientras el hombre, dice aún: conquistaré las estrellas, vendiendo aún propiedades fuera de este cosmos; decimos: mi casa, mis hijos, mi vida, mis propiedades, mi inteligencia. ¡Qué ridículos nos vemos delante del dueño de todo! Y ¿Qué pensará Dios de esta triste y perversa generación?

Dios nos ve desde el cielo, el cual es su trono, a nosotros aquí en la tierra, la cual es el estrado de sus pies…  Ve nuestra deplorable situación y ha definido en su corazón destruir todo lo existente, incluyendo la carne del hombre: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas. Puesto que todas estas cosas han de ser desechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán!” (2 P.3:10-12). Ante todo esto, es necesario retomar mi función original de administrar lo que aún quede hasta la venida del Señor; y esto es, precisamente, entregar primero a él mi vida, para que renunciando a mí y mis deseos, le diga a Dios: toma mi vida, manéjala, gobierna mis pensamientos e ideas, ministra mi vida con tu Espíritu y poder, hazme entender mi verdadera ubicación dentro de tu reino. Señor, además y principalmente nos has dado hijos, cónyuge, almas bajo nuestra responsabilidad administrativa, sabiendo que un día, así como en la parábola, vendrás a reclamar la administración de los talentos que nos distes y que eran tuyos, no son entonces mis hijos, son tus hijos. Dame sabiduría para administrar sus almas en la ciencia de tu palabra y guiarlos al camino de la eternidad; sabiendo que aun Jesús, no se adueñó de nadie y refiriéndose a sus discípulos dijo: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son» (Jn.17:9). Recordemos, entonces, que un verdadero hijo de Dios, tendrá en adelante que ser con la asesoría de Dios, un excelente administrador en todas las áreas de su vida, tanto materiales como: la economía, su tiempo, sus recursos, sus bienes, sus capacidades, su salud, la naturaleza; sabiendo hacer producir y cuidar todo, ya que es de Dios y no nuestro. Y principalmente nuestra vida, ya que no es -mi vida- sino que soy de él y dice la Escritura que somos, además, templo del Espíritu Santo. ¡Señor administra mi vida para que diligentemente, administre lo que tú me has dado para labrar y cuidar, no permitas mi destrucción ni la de los que me diste; sálvame, te lo pido hoy! Así sea, amén y amén.