El camino de la salvación está lleno de emociones, luchas, conflictos y batallas; todas ellas con sentido y un profundo propósito en el pensamiento de Dios para con sus hijos, aquellos en quienes él tiene interés en formarlos y perfeccionarlos. En la biblia, Dios les da el nombre de “justos”, del griego: “DIKAIOS”, y “se relaciona a toda persona que se esmera en cumplir (DIKÉ), costumbre, regla, derecho; especialmente en el cumplimiento de los deberes hacia Dios y toda cosa que se ajusta al derecho”. En el nuevo testamento se designa justo: “Al perfecto acuerdo entre las normas y la voluntad de Dios con la conducta del creyente”. Ante esta premisa o planteamiento inicial, comprendemos que la prueba es importantísima para la formación y desarrollo del hombre espiritual, hecho conforme a la imagen de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, quien además es el modelo. Por esto dice la palabra de Dios: «Y Moisés respondió al pueblo: No temáis; porque para probaros vino Dios, y para que su temor esté delante de vosotros, para que no pequéis» (Éx. 20:20). Por deducción entendemos que en primer lugar: Dios es el que prueba al justo, leamos: «Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré» (Gn. 22:1-2). Abraham fue sometido a prueba para evaluar el amor que decía tenerle a Dios, y en el llamado a la prueba que Dios le hace resalta los valores que hacían especial aquella prueba. Dios le pide en sacrificio a su “único hijo”, el cual era “amado” por él, y le pide que lo ofrezca en holocausto. Abraham obedeció y creyó que Dios era lo suficientemente poderoso para levantar a Isaac de entre los muertos. Y por qué no afirmarlo, ya que prácticamente Abraham renunció a él, para recibirlo nuevamente por el poder de Dios (léase Hebreos 11:17-19). En otro pasaje leemos: «En Jehová he confiado; ¿Cómo decís a mi alma, que escape al monte cual ave?… Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?… Jehová prueba al justo;…» (Sal. 11:1-5). Cuando se encuentra uno en diversas pruebas, el maligno pone a nuestra disposición alternativas, que de alguna manera, resolverían la situación que estamos viviendo, pero es cuando debe resaltar la obediencia a Dios y poder decir: «En Jehová he confiado, ¿Cómo decís a mi alma, que escape al monte (mundo o sus recursos) cual ave?» (v.1) «En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?» (Sal. 56:11). El riesgo que corre el creyente es perder el fundamento de su fe, pero mediante la prueba Dios fortalece esos fundamentos y los vuelve más fuertes y estables, y las convicciones y la fe son perfeccionadas, leamos: «Y meteré en el fuego a la tercera parte, y los fundiré como se funde la plata, y los probaré como se prueba el oro. El invocará mi nombre (el creyente), y yo le oiré, y diré: Pueblo mío; y él dirá: Jehová es mi Dios» (Zac. 13:9). ¡¡Gloria a Dios!! él nos da la puerta de salida a toda prueba que nos pone.
En segundo lugar: ¿para qué nos prueba? Las intenciones de Dios para con el hombre, siempre son buenas, leamos: «Porque yo sé los pensamientos… de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis» (Jer. 29:11). Este es el problema general del creyente débil, no logra entender que Dios nunca pensará en hacernos daño, sino sólo está probando los fundamentos en nuestro corazón; como lo dijera Dios en Deuteronomio 8:16 «…que te sustentó con maná en el desierto, comida que tus padres no habían conocido, afligiéndote y probándote, para a la postre hacerte bien…» Oiga qué maravillosa misericordia de Dios: “para que a la postre te haga bien”. Mi amado hermano, que no desmaye su corazón ante las diversas pruebas, porque a la postre el Señor siempre nos hará bien, si nos mantenemos fieles a él y sus mandamientos. Dios quiere conocer lo que hay en lo más profundo de nuestro corazón y la única forma de saberlo es a través de la prueba, leamos: «Y te acordarás de todo el camino por donde te ha traído Jehová tu Dios estos cuarenta años en el desierto, para afligirte, para probarte, para saber lo que había en tu corazón, si habías de guardar o no sus mandamientos» (v.2).
Vamos hermanos, descansemos en los fieles brazos de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, el cual vivió y sufrió en los días de su carne, hasta aprender y perfeccionar la obediencia; y a la postre se ha sentado en el trono de la gracia divina, recibiendo el bien prometido a todos los justos, hechos conforme a la imagen de Jesús. No desmayemos ni claudiquemos, porque ¿Qué hará el justo si pierde su fundamento? Que Dios los fortalezca y los bendiga. Amén.