Vivimos en un mundo de tinieblas porque el pecado que se originó en Satán, fue trasladado al hombre por un hombre y luego, a todos los hombres. Y qué es el pecado, sino una nube o cortina de humo que en la medida que crece y se expande densamente en toda la humanidad, hace sombra a la luz perfecta de la “verdad absoluta”, que es en esencia el Espíritu del Dios viviente. El trabajo del enemigo es hacer crecer y proliferar el pecado en la humanidad. De manera que ésta, en estos tiempos finales, casi no recibe la luz divina. Y mediante la falsa y artificiosa luz de las grandes ciudades y naciones, creadas por la mal llamada ciencia, los hombres se iluminan y apoyan mediocremente. Tropezando en -verdades a medias-, aportadas por Satán que es mentiroso: “…y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn.8:44).
“Dios es luz (verdad), y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Jn.1:5). Pensemos entonces, que a más pecado, menos luz y cada vez más tinieblas. Es allí, en donde la obra creativa de origen satánico obra mediante el crecimiento de la concupiscencia, que es encontrar “más placer en el placer”, “explotar al máximo la autosatisfacción”. Utilizando de exóticas fantasías que abarcan todos, por completo, los sentidos humanos. Y luego de agotar los placeres extremos, entran en verdaderas aberraciones que abarcan lo sexual, vicios desmesurados, dependencias demoniacas y otros, que llevan al crimen mismo y la destrucción de todo valor ético y moral. Hasta llegar la humanidad completa al cumplimiento profético anunciado por Isaías, al decir: “Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones…” (Is.60:2). Actualmente, aun la palabra de verdad escasamente se oye y si la hay, nadie entiende ni quiere oír. Porque brillan más los tenues candiles satánicos, que la luz genuina que lastima las retinas de los ojos enfermos de esta perversa generación; creyendo más a las mentiras heredadas de nuestros ancestros. Hay verdadera oscuridad espiritual y las tinieblas predominan con sus tentáculos terribles y sus perversas consecuencias: “Y pasarán por la tierra fatigados y hambrientos, y acontecerá que teniendo hambre, se enojarán y maldecirán a su rey y a su Dios, levantando el rostro en alto. Y mirarán a la tierra, y he aquí tribulación y tinieblas, oscuridad y angustia; y serán sumidos en las tinieblas” (Is.8:21-22). Al final, Dios mismo permite la densa oscuridad cuando el hombre obstinado, se apega a su maldad y pecado, aun dentro del mundo religioso y dice la palabra: “Sea su convite delante de ellos por lazo, y lo que es para bien, por tropiezo. Sean oscurecidos sus ojos para que no vean…” (Sal.69:22-23). Existe hoy en el hombre un verdadero delirio de maldad, en una sobredosis de pasiones que ocupan cualquier espacio de la mente y creatividad.
¿Y qué de nosotros los escogidos y predestinados? ¿Cuál es nuestra esperanza de luz?
Nuestra esperanza pues, está en aferrarnos por fe a la palabra dada un día a Israel, y hoy para los injertados en ese olivo, que somos los redimidos por la sangre del cordero inmolado: “Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor… Y ya te has olvidado de Jehová tu Hacedor, que extendió los cielos y fundó la tierra… El preso agobiado será libertado pronto; no morirá en la mazmorra, ni le faltará su pan” (Is.51:12-14). “Aunque ande en valle de sombra (mentira y maldad) de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento” (Sal.23:4). “Aun las tinieblas no encubren de ti, y la noche resplandece como el día; lo mismo te son las tinieblas que la luz” (Sal.139:12). Dios nos ha ofrecido conducirnos por caminos y veredas que no conocemos. Y es mediante la verdad absoluta, revelada por el Espíritu Santo a través de su bendita palabra, que podemos ver claramente la luz de Jesucristo; que es el único camino, la verdad absoluta, y la única expectativa de vida evidenciada, porque “no hay otro nombre por medio del cual podemos ser salvos”, sino sólo en Él.
Gracias Señor, porque la revelación de tu “verdad absoluta” no es por méritos humanos, sino por tu amor y tu misericordia. No es por obras, no es por sacrificios, no es por buenos, ni por sabios o inteligentes. Sino que tú por tu Santo Espíritu, nos has hecho nacer del agua y del Espíritu. Y aunque es por fe personal, aún ésta viene de ti. Sabiendo también, que “no es de todos la fe”. Y que no sé por qué Señor, pusiste tus ojos en este miserable pecador, por quien tú y sólo tú, pagaste precio de sangre. Por eso te alabo y te bendigo. Por eso te exalto y mi última súplica será siempre: no apartes de mí tu Santo Espíritu y que pongas en mí, voluntad en cumplir tu “verdad absoluta”, que es tu voluntad para con tus hijos. Así sea, amén y amén.