Qué fácil es hablar religiosamente y decir a voz en cuello: “Ven Señor Jesús”. Y aunque esto debe de ser, por la fe, el más caro anhelo de la verdadera iglesia del Señor, hay verdades inherentes e ineludibles al ser más íntimo de cada persona humana, quienes -tal vez por falta de Espíritu y del conocimiento del Dios vivo y verdadero- podrían ser víctimas de una trampa bien elaborada. Y esto, para todos aquellos simples que viven no de la “Palabra”, sino de las palabras de cualquiera que profesa ser siervo y conocedor de la voluntad de Dios. Mediante argumentos y filosofías personales, actúan en complicidad con el maligno, armando así atractivas expectativas de una gloria que quizás esté muy lejana a lo dispuesto según Dios, leamos: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mt. 7:22-23).

Tal vez en la presión de la masa congregacional, todos juntos motivados por la emoción del momento, decimos, cantamos y hablamos cosas falaces y absurdas; sin la más mínima conciencia de nuestra condición real y personal. O tal vez  “por el qué dirán”, y “por no pasar la vergüenza”, hablamos cosas vacías e inconsistentes, ante un Dios sabio e inteligente, menospreciando así su poderío y grandeza, leamos: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mt. 12:36). También dice el Señor a los ilusorios y soñadores: “Donde abundan los sueños, también abundan las vanidades y las muchas palabras; mas tú, teme a Dios” (Ec. 5:7).

La expresión: “Ven Señor Jesús”, sí es verdadera y preciosa. Pero ¿estamos realmente listos como aquella novia ataviada de vestiduras blancas, sin mancha y sin arruga? Yo no juzgo a nadie. Juzguémonos cada quien con toda honestidad. Habrá muchos también, que muy dentro de su corazón y bajo una minúscula conciencia de su condición, “no quieren que Cristo venga aún”. Quisiera en este estudio analizar las causas básicas, las cuales puestas a la consideración de cada uno, y mediante la conciencia y la presencia del Espíritu Santo, puedan ubicarnos para salir a “la libertad” en la plena seguridad, según lo establecido por Dios para estar con él en la eternidad.

Primera causa: La falta de fe. Sin fe no hay ninguna esperanza de lo provisto para la causa espiritual; siendo que vivimos en un mundo material, leamos: “…Mas el justo por la fe vivirá” (Ro. 1:17). “Pero sin fe es imposible agradar a Dios…” (He. 11:6).

Segunda causa: Estar atado y ligado a este mundo. Creyendo haber encontrado “la felicidad” bajo el espejismo de los sentimientos, los bienes, las pasiones, el intelecto, la filosofía, el placer, los afanes, los vicios, obsesiones, etc. A lo cual dice el Señor: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn. 12:25).

         Tercera causa: La falta del conocimiento real del altísimo. Esto es por la interposición de la nebulosa de la religión, la cual mediante argucias, tuerce el camino al cielo. Algunas religiones aun expresan la idea de que el cielo y el infierno están aquí. Y habrá tantas ideas como cabezas humanas existan. Pero leamos: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento…” (Os. 4:6).

Cuarta causa: El vivir una vida bajo el intelecto y el raciocinio humano. Esto es lo que da la ciencia de la sabiduría del bien y del mal, mediante la cual todo tendrá una explicación “lógica”. Y aunque se habla de Dios, sin la presencia del Espíritu Santo no hay enlace entre lo humano y lo espiritual, ya que las cosas espirituales se han de discernir espiritualmente, por eso el Señor dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…” (Jn. 16:13).

Quinta causa: El pecado. Este puede ser público u oculto. Y mediante el contristar al Espíritu Santo, el pecado toma ocasión en nuestra vida. Y aunque exista alguna “mediana” conciencia, no se es capaz de salir de la esclavitud. En esa oscura prisión y acusación satánica se queda imposibilitado, quitando todo deseo de que el Señor “venga hoy”, “mejor mañana”.

Creo que habrá muchas causas más. Pero creo también que con estas claves bíblicas y bajo la cobertura e iluminación del Espíritu de Dios, podremos analizar qué está sucediendo realmente en nuestro ser íntimo, dentro de nuestra alma; para corregir lo torcido, para enderezar nuestra ruta, para ser libres, para desarraigarnos de este mundo y entrar a considerar una era diferente y plena en Dios, el cual nos dejó la promesa: “…voy, pues, a preparar lugar para vosotros (…) para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:2-3).

Amados hermanos: que estas expresiones basadas en las Sagradas Escrituras puedan hacernos entrar en aquella intimidad y sinceridad con Dios mismo. Bajo el entendido, de que Dios ponga el querer como el hacer en cada uno. Y que desechando toda malicia y falta de fe, confesemos ante él nuestro pecado o apego aún a muchas cosas humanas. Humillémonos ante su presencia. Supliquemos salir de las cadenas de esclavitud, que no nos permiten anhelar amplia y abiertamente la “venida del Señor ya”, y que como dice la revelación final: “…Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente (…) Ciertamente vengo en breve. Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:16-20). Hay muchas cosas que nos atan y ligan fuertemente a este mundo todavía. Sin embargo, Dios en su misericordia ha retardado su venida con paciencia, pero: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo? Señor: ¡Quebranta nuestro corazón y hazlo de nuevo! Así sea. Amén y Amén.