El maravilloso y portentoso poder de nuestro Dios no tiene límites imaginables. Su eterno poder, dice la Biblia, se hace claramente visible mediante las cosas que vemos en este precioso y único planeta conocido por el ser humano, en el cual se desarrolla la vida tal y como la conocemos todos nosotros.  Lamentablemente no todos los hombres, criaturas de Dios, aceptan esta afirmación; sino que la rechazan y prefieren aceptar doctrinas científicas evolucionistas. De esta forma niegan e ignoran la presencia poderosa de la misericordia y bondad de Dios, y la gloriosa esperanza de la vida eterna mediante la fe en su Hijo Jesucristo, el cual nos puede librar de la condenación que espera, inevitablemente, a todos los hombres que rechacen este sacrificio de amor y humildad de nuestro redentor Dios.

“Dice el necio en su corazón: no hay Dios.  Se han corrompido, e hicieron abominable maldad; no hay quien haga bien” (Sal. 53:1). Ponga atención al principio que encierra este versículo. Es tremendamente real. Consiste en que como consecuencia natural: todo pueblo, nación, familia o individuo, que ignora o simplemente no le da importancia a la voz de Dios -expresada por todos los medios que él, en su misericordia, y con el afán de darle a todos los hombres la oportunidad de ser salvos de esta perversa generación y así escapar de la condenación eterna-, será víctima del poder corruptor de Satanás, pervirtiendo sus vidas y hundiéndolas en verdaderas mazmorras nauseabundas, de pecado. No entienden y a pesar de que se hacen daño físico, psicológico y económico, no pueden liberarse de los poderosos tentáculos del diablo y heredan esa maldición a sus generaciones que les seguirán.

El ignorar a Dios es aceptar la soberanía y el poder esclavizante de Satanás sobre la vida de aquel individuo que rechaza al Creador. La palabra de Dios lo describe como una persona NECIA; equivalente a decir: “desprovisto de inteligencia o de sabiduría”. De acuerdo al diccionario de español, del latín: “nescius”, se traduce como: “ignorante, que desconoce lo que debería saber; que es una persona obstinada sin razón”.

La historia lo afirma, aquellos pueblos desarrollados sin la cobertura de la palabra de Dios, se han corrompido y desaparecido. Es indudable que el hombre sin Dios es un elemento poderoso en las manos de Satanás para corromper a todos los que le rodean. Hacen abominables maldades y pareciera que no les importara las consecuencias futuras de sus aberraciones diabólicas. Llegan al extremo de burlarse de la muerte y hasta se vuelven adoradores de la “santa muerte”. El fanatismo que produce la ignorancia de la palabra de Dios es irracional, inmoral  y mortal en todas sus manifestaciones.

Continúa diciendo el pasaje bíblico: “Dios desde los cielos miró sobre los hijos de los hombres, para ver si había algún entendido que buscara a Dios” (V.2). Qué panorama más triste y desolador para nuestro Señor. No había ningún entendido que buscara y reconociera al Dios Creador. Todos habían preferido el engaño del diablo y fueron en pos de él, dejando su estela de esclavitud, muerte y condenación.  Sí –todos se habían vuelto atrás, a nadie le importaba el consejo Divino, y esto a pesar de las múltiples manifestaciones evidentes de Dios sobre ellos-. Leamos: “…todos se habían corrompido; no hay quien haga lo bueno, no hay ni aun uno” (V.3). Así dijo el Señor.

 

Arrepentíos y convertíos

Estas fueron las preciosas palabras que dijo el apóstol Pedro, a aquella multitud que se agolpaba a él, cuando tuvieron conciencia del mal que habían hecho contra Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente, leamos: “Mas vosotros negasteis al Santo y al Justo, y pedisteis que se os diese un homicida, y matasteis al Autor de la vida (…) Mas ahora, hermanos, sé que por ignorancia lo habéis hecho, como también vuestros gobernantes (…) Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hch. 3:14-19).

Los ojos de ellos fueron abiertos al entender el misterio que encerraba la vida y muerte de aquel humilde carpintero. Conocieron a un hombre, pero no pudieron reconocer el tremendo milagro que Dios operó en él, cuando el Espíritu Santo vino sobre él, después del bautismo en el Jordán. A su propia madre le costó aceptar lo que sucedió en su hijo Jesús. Fue tan contundente el cambio en él, que le tomó de sorpresa a ella y a sus hermanos, al grado que al principio no creían en él.

Mi querido hermano y amigo lector ¿será esto una experiencia que se repite en nosotros? ¿Hasta qué punto estamos siendo cobijados por el conocimiento de las Sagradas Escrituras, y ellas juntamente con el poder del Espíritu Santo, están obrando ese poderoso cambio en nuestra vida? ¿Han notado las personas que nos rodean en nuestro diario vivir, el cambio? ¿Y ese cambio es permanente o temporal?  Dios le hizo una tremenda promesa, mediante el profeta Samuel, al recién elegido primer rey de Israel, Saul, y le dijo: “Entonces el Espíritu de Jehová vendrá sobre ti con poder, y profetizarás con ellos, y serás mudado en otro hombre” (1 S. 10:6).

¡Aleluya! “Serás mudado en otro hombre”, esa es la conversión. Dice el diccionario, que conversión significa: “Hacer que alguien se transforme en algo distinto de lo que era”. Hay dos palabras griegas que definen la conversión: Metabola = cambio de sentimiento; y Metanoia = cambio de conducta. Esto es lo que experimentamos cuando por el poder de Dios somos MUDADOS EN OTRO HOMBRE. A esto se le llama en la palabra de Dios: nueva criatura, la cual es semejante a Jesús, el prototipo de los salvos.  Que Dios produzca en cada uno de nosotros ese milagro Divino. Que Dios les bendiga. Amén.