“Valoremos el conocimiento de Dios”

El mundo desconoce la verdad y únicamente le preocupa las condiciones de vida en el aspecto material. Ignoran que en el tiempo del fin la ciencia crece, pero lo que a Dios le importa, la fe y el amor, se desvanecen.

Veamos lo que pasa cuando el conocimiento en cuanto a la ciencia, es lo mayor que alguien tiene: “Un hombre, con un doctorado en nutrición, amando la ciencia, pasó su juventud estudiando. No se casó, sino que se dedicó a investigar cómo podría sacar de la desnutrición a la región de Centro América. Al concluir su periodo laboral, este doctor recibió un reconocimiento por su trayectoria. Se vio sumamente afectado, al extremo de fallecer a las pocas semanas de su retiro”.

Para los que hemos conocido a Dios, sabemos que la muerte es sólo un paso en nuestra nueva vida en el evangelio. Sin embargo, cuando vivíamos en este mundo sin la presencia de Dios en nuestro ser, estábamos muertos en delitos y pecados. Uno de los pecados era la injusticia de la criatura hacia su creador, al no buscarlo para conocer y hacer su voluntad, amándole, temiéndole y sirviéndole. El conocimiento de Dios nos lleva a corresponder a ese amor tan grande, leamos: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16). Y en su misericordia nos muestra el camino: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová…” (Pr. 1:7).

Por medio de la fe que obtenemos al oír la palabra del Señor, somos llevados al arrepentimiento mediante el bautismo y la confirmación de la presencia del Espíritu Santo, que nos mueve a dejar de amar el mundo y la carne. Somos renovados en nuestro entendimiento para hacer la voluntad de Dios y dejar de ser instrumentos del maligno, buscando servir ahora en el reino, siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo: “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:26).

El Señor nos invita a negarnos a nosotros mismos y tomar nuestra cruz para poder llegar al Padre, quien nos ha dado a conocer que: “…separados de mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Esto nos motiva a permanecer en él para que él permanezca en nosotros y así poder decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil. 4:13).

No olvidemos el consejo del apóstol Pablo: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios (…) Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:1-3). Pidamos a Dios recordar, que estando en Cristo somos nuevas criaturas y tenemos el ministerio de la reconciliación. Vivamos en unidad y en armonía con Dios, y con ese gozo, llevemos esa bendición a los que no conocen del Señor y que están como nosotros estuvimos: “cansados y trabajados”. Pero gracias a la bendita palabra de Dios, hoy tenemos fe, esperanza y paz.

Hablemos de Dios, vivamos como hijos de Dios haciendo buenas obras. Por ello dice la palabra: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:14-16). Algo muy importante: donde hay luz, hay calor; y donde hay tinieblas, el ambiente es frío. Por eso la fe se escasea y el amor se enfría. Debemos mantener nuestras lámparas encendidas porque el Señor ya viene.

 

El valor de conocer a Dios

Saulo perseguía a la iglesia cuando no conocía a Dios. Pero Dios en su misericordia le habló y le dijo: “…Saulo, ¿por qué me persigues?”  Y perdió la vista. Luego, Saulo preguntó, al conocer que era Jesús quien le hablaba: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?…” Entonces Dios, le envió a Ananías para que recibiera su vista y fuera lleno del Espíritu Santo para que sirviera a los gentiles y a los judíos (léase Hechos 9:4-19). El apóstol Pablo, al final de sus días, luego de haber conocido y entendido el evangelio nos dice: “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8).

El apóstol Juan nos dice: “Os he escrito a vosotros, padres, porque habéis conocido al que es desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno” (1 Jn. 2:14). Gracias Padre por tu palabra y tu Espíritu que es manifiesto en nuestros jóvenes, quienes han sido movidos a realizar visitas a enfermos y hospitales, llevando el mensaje de salvación.

Cuando escudriñamos la palabra, estamos valorando el conocimiento que Dios ha dejado para que podamos entender y agradecer su inmensa misericordia. ¡Gloria a ti Padre por lo que nos das para la necesaria edificación! Amén y amén.