“Y Daniel habló y dijo: Sea bendito el nombre de Dios de siglos en siglos, porque suyos son el poder y la sabiduría. El muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos. Él revela lo profundo y lo escondido; conoce lo que está en tinieblas, y con él mora la luz” (Dn. 2:20-22). Hace muchos siglos atrás hubo una época, en la historia de la humanidad, que se le llamó la época del oscurantismo, contenida aproximadamente entre el siglo V al siglo XVI de la era cristiana.

Antes de este periodo, el siglo I al siglo IV, fue un periodo de sufrimiento y persecución contra la naciente iglesia verdadera de Cristo, que está contenido proféticamente en el mensaje a las iglesias de Éfeso y Esmirna (Apocalipsis 2:1-11). El inicio del oscurantismo no es puntual, sino se percibe por el año 476, y se extiende hasta más o menos 10 siglos. Coincidentemente, inicia al final del imperio romano y con el nacimiento de la iglesia católica romana. Dando vida a un sincretismo llamado: cristianismo, que era una mezcla de poder político y religioso, que influyó poderosamente en la Europa medieval (leer Apocalipsis 2:12-17).

Este periodo de oscuridad se caracterizó por mantener limitado el conocimiento tanto científico como espiritual, al estricto escrutinio de las altas autoridades de la curia católica romana. Todo, absolutamente todo, tenía que ser avalado por la cúpula sacerdotal y papal. En el campo espiritual, todo lo que se predicaba se debía de hacer en latín. Idioma que, como es lógico pensar, sólo lo dominaban aquellos que lo conocían. Y no existían traducciones a otros idiomas de las Sagradas Escrituras y tampoco era permitido que un laico -no miembro de la curia- estudiara la Biblia, menos enseñarla, y mucho menos traducirla de los originales hebreo y griego a los diferentes idiomas existentes.

Se estableció un falso teocentrismo (Dios como el centro del universo) y su voluntad estaba sobre la voluntad de cualquier hombre. Aunque este principio es una gran verdad, ellos lo manipularon. De tal forma que abusaron de ese principio para prácticamente esclavizar a su sabor y antojo, a toda la sociedad de aquellos siglos, porque “era la voluntad de Dios”. Este largo periodo de ausencia de luz se refleja proféticamente en el mensaje a las iglesias de Tiatira y Sardis. Habla de un espíritu de adulterio con Jezabel y la práctica de las profundidades de Satanás. Dice que tiene nombre de que vive, pero está muerta; y Dios no ha hallado sus obras perfectas (leer Apocalipsis 2:18-29 y 3:1-6).

En el siglo XVI (1,517) surge un movimiento en Alemania que da inicio a lo que históricamente se le conoce como el Protestantismo. Un monje llamado Martín Lutero, escribió 95 tesis que resisten a las imposiciones doctrinales de la iglesia católica romana. Creando de esta forma un verdadero cisma que iba a conmover los cimientos de la iglesia imperante en aquella época, que por cierto, no era la iglesia de Cristo. Por muy increíble que parezca, ese movimiento cambió el curso de la historia de la humanidad. Dejando atrás el llamado oscurantismo y entrando a una nueva era.

Y la luz de la verdad se reveló y manifestó, leamos: “Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre (…) he puesto delante de ti una puerta abierta (…) Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia…” (Ap. 3:7-10). Los principios fundamentales de esta dispensación fueron: 1) Dios se revela a los hombres a través de las Sagradas Escrituras. 2) La salvación es a través de la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios y redentor del hombre. 3) Él es el único mediador entre Dios y los hombres. Esos principios permanecen hasta el día de hoy, leamos: “…edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo…” (Ef. 2:20).

Pareciera exagerado que el simple descubrimiento de la verdad, contenido en las Sagradas Escrituras, por Martín Lutero, modificara el curso de la historia de la humanidad hasta el día de hoy. Me pregunto: ¿Por qué en nuestra época, llamada el siglo de las luces, el siglo XXI, saturado de conocimiento, adelantos tecnológicos impresionantes en todas las ramas de la ciencia; la palabra de Dios ya no provoca la misma transformación  en la vida de las personas?, ¿Será que ha perdido poder, para hacer ese milagro que obró en aquella época del oscurantismo? No, mi amado hermano, es que Dios conoce el corazón del hombre y por eso la profecía tiene que cumplirse.

Dios conoce los tiempos y las edades. Y lo que está en tinieblas, lo saca a la luz. Aquel movimiento reformista provocó una victoria espiritual tremenda en la humanidad. Pero Satanás no descansa y la gloria de aquella luz alucinó al hombre. El conocimiento lo ensoberbeció y no reconoció la gloria y misericordia de Dios, y dijo: “…Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad…” (Ap. 3:17). Pareciera que la luz lo cegó y su necio corazón está enfermo. Y ha cambiado la gloria de Dios atribuyéndola al mismo hombre, volviéndose su propio Dios, el 666, la manifestación completa del hombre de pecado, el hijo de perdición; que ha sacado a Dios de su contexto y ha aceptado a Satanás como su señor.

Razón tiene el Señor Jesús cuando dice: “…Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz” (Jn. 12:35-36). Mi querido remanente, que el Dios de la profecía y la historia sea contigo hoy y siempre. Cristo viene. Amén.