“…para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos  de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos…” (Ef. 1:17-18). Es importante entender que aunque la Biblia, ese santo libro que contiene toda la voluntad de Dios expresada para el hombre, esté al alcance de todo ser humano -y hoy aún más que antes, pues ha sido traducida a muchísimos idiomas en el mundo- no por eso todo el que la lee, la entiende ni la puede interpretar correctamente.

En los tiempos de nuestro Señor Jesucristo, estaban los eruditos fariseos y los escribas, muy conocedores de la ley de Moisés y los profetas. Estos personajes se preciaban y envanecían de su supuesto conocimiento. Pero a pesar de ese conocimiento de letra fueron incapaces de comprender y por ende, creer el mensaje de nuestro Salvador Jesús. No sólo no lo comprendieron, sino que por la falta de entendimiento espiritual, resultaron ser instrumentos útiles para Satanás, gracias a su posición de jerarquía y liderazgo que tenían ante aquel pueblo, que igual que ellos estaban ciegos, convirtiéndose en los asesinos de Jesucristo, el Mesías prometido en las profecías. Y todo esto, por la falta de luz en el corazón de ellos.

El Señor Jesús fue directo y franco para juzgar a los fariseos por su pretendido conocimiento, diciéndoles: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mt. 23:15). Observe la tremenda afirmación del Señor Jesús: lo hacéis dos veces más “hijo del infierno que vosotros”. El no trasladar correctamente la revelación de la palabra de Dios a los incrédulos, los condena dos veces. No sucede así, cuando se enseña la palabra de Dios correctamente, pues el efecto que produce es todo lo contrario, leamos: “La exposición de tus palabras alumbra; Hace entender a los simples” (Sal. 119:130). ¡Gloria a Dios! Los ojos de nuestro entendimiento son abiertos y podemos no sólo retener, sino también aplicar con gozo y libertad, la palabra de Dios; sus mandamientos no son gravosos ni pesados, todo lo contrario, producen satisfacción. Pasamos de la condición de simples a ser considerados personas prudentes y sabias. Ya no andamos en tinieblas, sino que nuestro camino es iluminado por el conocimiento de nuestro buen Dios y Salvador Jesucristo.

Con muchísima razón y gozo manifestó el gran rey David: “Tú encenderás mi lámpara; Jehová mi Dios alumbrará mis tinieblas. Contigo desbarataré ejércitos, Y con mi Dios asaltaré muros” (Sal. 18:28). La imposición y la amenaza, se vuelven necesarias para forzar el cumplimiento de la palabra de Dios, cuando no es comprendido su contenido espiritual. Porque nuestros sentidos espirituales no han sido iluminados por el lucero de la mañana; no nos ha amanecido. Pero cuando ese milagro se produce en nuestro ser y siendo llenos del poder del Santo Espíritu de Dios, somos capaces de destruir ejércitos y derribar cuanta muralla se levante enfrente de nosotros. El brazo poderoso de Dios nos asiste.

 

Consecuencias de ser iluminados

         “Pero traed a la memoria los días pasados, en los cuales, después de haber sido iluminados, sostuvisteis gran combate de padecimientos…” (He. 10:32). Mi amado hermano, es importante entender que ante la realidad espiritual que la iglesia vive tenemos dos opciones por delante. Por un lado, acomodarnos a un evangelio sin sacrificio ni lucha, dejándonos llevar por la corriente seudo-cristiana, cargada de un sincretismo entre lo mundano y lo santo; en donde cada día se vuelve más difícil distinguir a un incrédulo de un creyente. Es un ambiente ideal, propicio para el desarrollo de los cristianos “LAODICENSES”. Ese tipo de creyente que lo sabe todo, que lo entiende todo, que lo acepta todo, que lo tiene todo.

En resumen, un evangelio sin santidad ni temor de Dios, o si lo hay, es de apariencia, pero no de conciencia y mucho menos de práctica. Es un evangelio sin cruz, modernizado, o como dicen algunos predicadores: “contextualizado a la era actual”, cargado de muchas emociones pero de poco impacto en el mundo espiritual.        Hay mega iglesias, pero el mundo agoniza por el pecado. Hay mega iglesias, pero cristianos verdaderos que glorifiquen a Dios con sus testimonios, que es la luz en medio de esta perversa generación, escasean.

Por otro lado, tenemos la opción de tomar la cruz de Cristo a cuestas y librar la buena batalla de la fe. No como palpando en la oscuridad, sino plenamente conscientes de que estamos librando una lucha sin cuartel contra el enemigo de Dios: Satanás, la serpiente antigua que engaña al hombre. No dejando espacios de oportunidades para que el maligno contamine nuestras vidas y nos lleve al pecado. Dice el Señor: “En aquel tiempo los sordos oirán las palabras del libro, y los ojos de los ciegos verán en medio de la oscuridad y de las tinieblas” (Is 29:18).

         La capacidad de entender la revelación de la palabra de Dios, está sujeta a Dios y a aquel a quien Dios quiera revelar, leamos: “…Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños” (Mt. 11:25). Sí, mi querido hermano ¿es usted uno de esos niños a los cuales el Padre ha revelado su misterio? Entonces, anuncie a los cuatro vientos este milagro. Sea manso y humilde de corazón, y lleve con sencillez de corazón el yugo, la carga de la cruz que es ligera para el Hijo de Dios, en cuyo corazón mora Cristo. Bendito Dios, tú encenderás mi lámpara. Amén.