El hombre siempre, a través de las edades, ha buscado algo. Sí, algo más allá, fuera de él. Algo que le haga explicar los grandes misterios que nunca jamás ha podido entender o descubrir. Ya que su análisis siempre ha sido en base a resultados evidenciados, mediante la percepción de los sentidos materiales. Y no en base al origen real de cada uno de todos aquellos fenómenos que lo rodean. Y para ello, se ha auxiliado en la observación de lo que él ve grande.

Es así como trata de reflexionar en los astros, a los cuales le pregunta y ellos le responden. Los mares también le responden. Los imponentes volcanes y picos, también responden. Hasta llegar a preguntarle a los grandes árboles y a grandes monstruos de especie animal, los cuales, también responden. Y al encontrar, digo según él, sus respuestas aunque tal vez inspiradas por la influencia espiritual de demonios y Satanás mismo; mediante lo tangible y humano. Lo eleva a lo esotérico y lo convierte desde una simple observación o creencia sensorial o emocionalista, hasta en una bien organizada religión, en la cual en la diversidad de su conveniencia se ha proliferado a muchos miles de miles.

Habiendo además erigido majestuosos templos y singulares cultos y rituales. Sin embargo, la obra del maligno y los espíritus de error han provocado un impacto aún mayor y es mediante el materialismo, el intelectualismo y el raciocinio. “Pienso, luego existo” (Descartes). El hombre mismo crea la ciencia y el método científico, los cuales han evolucionado estrepitosamente para explicarse metódica y exhaustivamente, todo lo existente.

Y en este “éxito humano”, dará honra, gloria y alabanza a un “dios”, fuera del Dios verdadero. Maravilloso para él y que es “él mismo”. Cumpliéndose con esto la propuesta satánica inicial, bajo la premisa: “Tú puedes ser como Dios”. Leamos: “…No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gn. 3:4-6).

Si vemos entonces, que la misma historia registra todos estos procesos evolutivos, no dejaremos de agradecer al Dios único, vivo y verdadero, quien en su bendita palabra nos ha brindado más que la sabiduría intelectual. Ya que esta perece con el hombre y a la cual las Escrituras se refieren como: “terrenal, animal y diabólica”. Dios nos ha dado una sabiduría divina y eterna, la cual al final será la causa o principio de una perpetuidad implícita en “el árbol de la vida”, la cual el mismo Dios tuvo que esconder para que la maldad no fuera eterna junto con el hombre.

Pero hoy con Jesucristo, vuelve la oportunidad en esperanza, de recobrar la vida. Ya que él es: “El camino, la verdad, y la vida”. Y para ello nos revela y nos hace entender una nueva ciencia. Pero esta, ya no es terrenal, sino celestial. Basada categóricamente en el resumen de nuevos valores, dentro de una nueva cultura, la cual, luce armonizante con Dios mismo, mediante el ejemplo perfecto de alguien que predicó primero con su vida ejemplar. Y luego, mediante una palabra de poder, la cual habría de convencer a los que habrían de ser hijos de Dios.

Entiéndase esto entonces: que el evangelio para salvación, depende de un cambio radical en nuestro actuar y vivir. Significa en arrepentimiento, dar un giro de 180 grados, al rumbo que la humanidad entera camina. Dejando de ser yo mi propio dios y reconociendo en primer lugar: La soberanía absoluta de aquel Dios grande, creador de todo lo existente, el único que merece toda honra, gloria y majestad. Amándolo con todo nuestro ser, espíritu, alma y cuerpo. Leamos: “Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento” (Mt. 22:37-38). Y cómo mostrar ese amor, leamos: “Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14:15).

Ahora, ¿y cómo amar así a Dios, como nos enseña esta nueva forma de vida? Y esta es la mejor manera que Dios nos dejó, en segundo lugar: un prójimo, o cercano, o más próximo a nosotros, al cual deberé de volcarme en adelante, como que si tuviera al mismo Dios frente a mí. En un desbordamiento de toda esta nueva ciencia que ya no es la humana o adámica, ministrada bajo principios satánicos de odio, rencor, iras, resentimientos, maldad, envidia, calumnia, violencia, depravación, raíces de amargura, indiferencia al dolor, etc., sino ahora siguiendo el perfecto camino.

Siguiendo las huellas de Cristo y con el debido respaldo y asistencia desde adentro, del Espíritu Santo, vamos entrando paulatinamente a una vida nueva. En donde “todas nuestras obras son hechas nuevas” en Cristo Jesús, el cual mediante el perfecto amor, se despojó a sí mismo de su vida, a cambio de la mía. Y esto, como rescate por mi pecado.

Entonces: ¿Qué nos queda en adelante? Pues únicamente amar a Dios con todo mi ser y amar, como me amo yo a mí mismo, a mi prójimo y sin malicias. Y eso equivale a: perdonar, restaurar, tolerar, olvidar cualquier agravio, desarraigar toda evidencia de amargura del corazón y vencer con el bien, el mal, y vivir para Dios.

Sólo así, mi amado hermano y hermana, mediante estos cambios radicales, alcanzaremos un lugar especial junto a Dios por la eternidad. Estamos en tiempos de crisis universal y apocalíptica, en los cuales debemos de reflexionar sobre nuestros males. Ánimo y sigamos adelante hasta alcanzar la meta del supremo llamamiento. Así sea. Amén y Amén.