El materialismo es una doctrina diabólica que ha invadido sutilmente a toda la raza humana; afectando todo su ser y su conducta, los pensamientos, los ideales, las metas, los proyectos, su religiosidad, su relación interpersonal, etc. La humanidad entera pareciera que ha perdido la sensibilidad natural, con la cual Dios dotó al hombre, convirtiéndose en una máquina insensible, desamorada, perversa y egoísta. Dándole una preeminencia a lo material y a los valores que estas cosas llevan implícitos, tales como molicie, apariencia, estatus social y económico. En contraposición a los valores espirituales, que según ellos no existen, ya que sólo existe la materia; aplicándose perfectamente en esta generación, aquel antiguo refrán que dice: “…comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32).

En los días antediluvianos, el comportamiento de los hombres era similar. De allí que el mismo Señor Jesús, cuando describe las señales del fin del mundo, trae a la memoria la conducta de ellos al decir: “Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre.  Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos” (Lc. 17:26-27). El materialismo era lo que movía a aquella generación. Y esto mismo inducía al hombre a toda clase de conductas aberrantes, pecaminosas y depravadas, siendo poseídos por espíritus inmundos que los llevaban a concebir toda clase de maldad.

El efecto del materialismo es justamente ese, hacer creer al hombre que no hay Dios ni vida espiritual ni tampoco responsabilidad futura sobre nuestros pecados. Este tipo de pensamiento crea en el ser humano un desenfreno emocional y carnal, dando rienda suelta a cuanto placer y deleite suba, en las enfermas mentes de los hombres. La palabra de Dios describe la conducta de esa generación así: “Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal (…) Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (Gn. 6:5, 11 y 12).

 

El contexto que vivimos actualmente

No cabe duda que la corrupción es una verdadera maldición que pesa sobre la cabeza de todos los seres humanos; sin importar cultura ni capacidad económica. Sean plebeyos o nobles; sean gobernados o gobernantes. El mundo que habitamos, desgraciadamente, no difiere en nada del mundo antediluviano. La tierra está llena de maldad y de violencia, el materialismo ha saturado el espíritu y la mente del hombre, llenándolo de pecados inmorales y depravados. Los instrumentos que producen y estimulan el pecado se han modernizado, y vuelto más sutiles y embriagantes.

La tecnología y la ciencia le han permitido a Satanás tener mayor influencia en el ser humano. Es mucho más discreta, pero al final produce el mismo efecto, que es esclavizar el corazón y la mente del hombre al pecado; y arrastrarlo a una muerte física y espiritual eterna. La falta de sensibilidad y la ambición económica, desde el más pequeño hasta el más grande, sigue siendo un poderoso motor que arrastra a muchos a dejar padre, madre, familia y aun a Dios; con el fin de alcanzar sus ambiciones de gloria y poder económico.

¿Cuál es la diferencia entre la época de Noé y la nuestra? Es, que en aquella época no habían tenido la oportunidad de oír ni ver ni entender el mensaje de Dios a través de su Hijo Jesucristo, el Mesías prometido. Sólo estaba contenido en las profecías mesiánicas pero no se había manifestado. Pero a partir de la aparición y manifestación de Jesucristo sobre esta tierra, somos inexcusables.

Razón tuvo el Señor Jesús cuando comenzó a reconvenir a las ciudades en las cuales había hecho muchos milagros, porque no se habían arrepentido, diciendo: “¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza (…) Y tú, Capernaum, que eres levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida; porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en ti, habría permanecido hasta el día de hoy. Por tanto os digo que en el día del juicio, será más tolerable el castigo para la tierra de Sodoma, que para ti” (Mt. 11:21-24).

Mi amado hermano, espero con todo mi corazón que esta experiencia que la humanidad está viviendo, permita volver el corazón del hombre permeable al mensaje de Cristo, quien nos enseñó que lo más importante en esta vida no es obtener lo material, sino ser capaces de compartir lo que Dios nos da, el amor perfecto. Renunciar al YO, al egoísmo, y volvernos tiernos y sensibles. Ser capaces de llorar con los que lloran; llevar las cargas de manera compartida. Orando fervientemente los unos por los otros en el Espíritu de Dios. Ser capaces de empatizar con nuestro prójimo y sentir lo que él siente, así como lo enseñó nuestro Salvador Jesús.

Queremos cosechar amor, pero no lo queremos sembrar, porque para hacerlo hay que negarse a uno mismo. Queremos tener amigos, pero no nos mostramos amigos, sino que nos aislamos en nuestras propias burbujas y no abrimos las puertas a nadie. Queremos tener alegría en nuestro corazón, pero no permitimos que Jesús reine en él. Queremos tener paz en nuestras vidas, pero no dejamos ese mal carácter que lastima a todos los que están cerca de mí y rechazamos la presencia de Jesús en nosotros. Huyamos del materialismo y seamos espirituales: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Así que, amados, amémonos unos a otros, así como Cristo nos amó, y sembremos lo que queramos cosechar. Que Dios les bendiga hoy y siempre. Amén.