Estamos en los últimos tiempos en donde la violencia cada día es mayor. El amor se enfría y la ciencia se acrecienta; el fin se acerca, porque estamos como en los días de Noé: “…se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia (…) y he aquí que estaba corrompida (…) Dijo, pues, Dios a Noé: He decidido el fin de todo ser (…) he aquí que yo los destruiré con la tierra” (Gn. 6:11-13).

Pasaron muchos años después de esto, para que Dios escogiera a Israel como su pueblo. Sin embargo, ellos no entendieron el plan divino. Siguieron bajo esa cultura egipcia que los había esclavizado. Y Dios en su misericordia, envió a Moisés, quien con fe y grandes obras, los sacó de Egipto, les abrió el mar Rojo y los puso en el desierto; en donde manifestaron su rebeldía, protestando y lamentando por la comida que tenían. Ante la conducta de Israel, Dios envió a su Hijo Jesucristo para dar a conocer el camino, la verdad y la vida, para llegar al Padre.

Nosotros estábamos perdidos en este mundo, pero al clamar a Dios, vino la salvación para nuestra alma. Ahora, debemos morir al mundo y a la carne, con la esperanza de la vida eterna, mediante la justificación por la fe, por medio de Jesucristo. Así comienza la nueva vida, en donde nuestra misión es volver al mundo como hijos de Dios, con su palabra y con su Espíritu; llevando la verdad y el testimonio a los gentiles. El mundo está bajo el maligno, que vino a matar, robar y destruir. Pero a nosotros, ahora en Cristo con una nueva vida llena de fe, esperanza y amor, el Señor nos dice: “…No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Jn. 14:27). Como pueblo de Dios, nuestro único temor debe ser hacia él, leamos: “No temáis a los que matan el cuerpo, y después nada más pueden hacer (…) Temed a aquel que después de haber quitado la vida, tiene poder de echar en el infierno…” (Lc. 12:4-5).

Para mantenernos como testigos del poder, Dios dijo: “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:31-33). Recordemos a Pablo, quien escribió: “…el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz” (Ro. 8:6).

Cuando alguien no conoce a Dios, se afana buscando las cosas de este mundo. Trabaja sólo para lo material y se cansa, y tiene que echar mano de la ciencia que hace bien y hace mal. Porque no sabe o no entiende que: “No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14). Además, cuando alguien ignora a Dios, tiene un extraño temor a las enfermedades y más aún a la muerte. Pero un hijo de Dios puede decir: “Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo…” (Sal. 23:4). Y Jesús nos dice: “…el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51). En el libro de Eclesiastés se recalca sobre la vanidad de la vida y Salomón da a conocer el clamor humano de un Salvador. Con la venida de Cristo, la vanidad de la vida desaparece. Cristo no es vanidad, sino humildad, gozo y paz. En Cristo hay vida plena, abundante y la gloria de la eternidad.

 

¿Qué pide Dios a su pueblo?

“Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová (…) para que tengas prosperidad?” (Dt. 10:12-13). Y Pablo confirma: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (Ro. 13:8). Si somos la iglesia del Señor, amemos al prójimo como Dios nos amó. Demos la palabra para que ellos tengan la fe que agrada a Dios y vence al mundo. Dios nos dice que prediquemos a tiempo y fuera de tiempo, como señal de que amamos al que murió y resucitó, y para que todo aquel que crea no se pierda y tenga vida eterna.

Pablo escribe: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5:10). Y también leamos: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12:28-29). “…y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:17). Gracias Señor por tu palabra. Danos de tu Espíritu para hacer tu obra con temor y con amor. Dios le bendiga. Amén.